Seguro que en más de una ocasión habéis escuchado esta repetida palabra dentro del lenguaje vinícola. Casi como si de un comodín se tratase, se habla de vinos tánicos, sensaciones tánicas, de los taninos del vino, pero, ¿realmente sabrías detectarlos?, ¿a qué hace referencia dicho vocablo?.
Técnicamente, son sustancias orgánicas de origen vegetal. Se encuentran en las plantas, semillas, corteza, madera, hojas y pieles de frutas. Por este hecho no sólo se encuentran en el vino, también podemos encontrarlos en otros alimentos habituales de nuestra dieta. Los taninos en el vino provienen de dos lugares: las uvas de vino (piel, semillas y raspón) y la madera de las barricas donde se envejece el vino.
Los taninos en el vino son a menudo descritos como el componente que “SECA LA BOCA” y da gusto astringente en los vinos tintos. Su presencia en la boca es fácilmente reconocible, ya que se presentan de forma agresiva, ofreciendo una sensación secante, áspera, rugosa y vegetal, que se puede notar especialmente en el medio de la lengua y la parte delantera de la boca.
El té negro o verde y sin azúcar es un gran ejemplo de puro tanino disuelto en agua, pues deja esa sensación de amargor, secado en la boca y de falta de segregación salivar. No debemos confundir los taninos con la acidez, que le aporta frescura al vino y nos hace salivar. En ningún caso, los taninos son un defecto, todo lo contrario.
En los vinos tintos, los taninos son más abundantes que en los vinos blancos, porque en su elaboración las uvas están mucho tiempo en contacto con el mosto. Aunque los vinos blancos tienen taninos de su crianza en barricas de madera.
La proporción de esta sustancia presente en el vino depende del tipo de uva. Algunos tipos de vino tienen más taninos que otros, por ejemplo, los elaborados con variedades como la petit verdot, cabernet sauvignon o tempranillo, pues son variedades con alta concentración de taninos.
¡Salud a tod@s!
Juana Mari Vergara (Sumiller)
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