La también llamada «primera adolescencia», y que buen nombre para esa época que es tan difícil como fascinante.
Para los padres primerizos es un verdadero shock el momento en el que su tierno bebé, su bolita adorable de mimos y sonrisas muta y se transforma en un pequeño Gremlin que grita y pataleta y golpea y lanza todo lo que encuentra a su paso. Un pequeño diablillo que no acepta un no por respuesta, pero que curiosamente contesta con un NO a todo lo que se le pregunta o sugiere.
Es una etapa de cambios tanto internos como externos. Una etapa en la que los pequeños se desesperan por llamar nuestra atención y luchan, a la vez, para lograr cada más independencia. Pasan del blanco al negro, de la alegría al llanto en dos microsegundos, dejando a sus padres tanto atónitos como desesperados.
Durante una de esas rabietas intempestivas la primera reacción de un padre o una madre es gritar y castigar, lo sé, he estado ahí, y se que en esos momentos el autocontrol es lo último que se nos pasa por la cabeza, sobre todo cuando estamos en algún sitio público bajo la atenta mirada de todos, pero hay que intentarlo, porque para el niño que en ese momento está sintiendo un millón de cosas que no sabe expresar de otra manera que gritando o llorando es mucho mejor que los padres le entiendan o le intenten ayudar a entender lo que siente y porqué lo siente a que le castiguen por algo que no sabe que está mal. Bajo mi experiencia lo mejor que funciona de cara a una rabieta es directamente no hacer caso, ignorarla y a otra cosa mariposa, a veces tarda pero se les pasa (creeme, se les pasa).
Los dos años tienen una terrible fama por estos motivos, pero he de decir que poco se habla de lo geniales que son en otros aspectos. Los niños cambian, su personalidad se acentúa, toman decisiones por sí solos (si se les permite, claro), empiezan a hablar (etapa adorable y divertidísima), empiezan a jugar con otros niños, se ríen a carcajadas y lloran con el corazón, te abrazan con fuerza o huyen de ti cuando intentas cambiarles el pañal, empiezan a bailar y a cantar y te los quieres comer con patatas.
Las rabietas, la etapa del «no», el lanzar objetos, la cabezonería… todo son señales de que tu hijo se esta haciendo independiente, encontrando su lugar y entendiendo sus emociones, que son complicadas y muy variadas.
Permítele hacer cosas por sí sólo, elegir su ropa, elegir entre manzana o plátano, lavarse los dientes, peinarse, etc. No lo harán perfecto al principio, pero están aquí para aprender. Son pequeñas esponjas, grandes immitadores, todo lo que ven y oyen se graba en su cabecita, es fascinante y divertido verlos crecer y transformarse en pequeñas personitas.
Es una etapa complicada pero hay pequeños descansos entre «fases» que la hacen más llevadera, si no los hubiera, la raya humana probablemente se habría extinguido hace ya algún tiempo.
Padres, ármense de paciencia, cuénten hasta mil o dos mil y todo pasará, pero no se pierdan ni un minuto de los «terribles dos» porque son terribles y fascinante y nunca nunca vuelven.