Recuerdo con especial cariño aquel primer radicasete, el mismo que usaba con un amigo de la infancia en su casa donde, con la ayuda de su tocadiscos de maleta, grabábamos un programa con canciones y donde un servidor se encargaba de la parte humorística, haciendo infinidad de voces, todo un absurdo de lo más emotivo y que ya me gustaría poder rescatar, pero el tiempo lo borra todo, incluso las cintas de casete. Echo la vista atrás y recuerdo las compilaciones de chistes de Arévalo, de Emilio el moro, los expositores de las gasolineras, los debates grabados entre amigos, las surrealistas interpretaciones de Henry Salomon y orquesta, una cinta de Félix Rodríguez de la Fuente en donde narraba la historia de los leones asesinos de Tsavo y, sobre todo, las tiendas de discos, un lugar especial, mágico y lamentablemente casi irrecuperable.
Recuerdo con especial cariño aquel primer radicasete, el mismo que usaba con un amigo de la infancia en su casa donde, con la ayuda de su tocadiscos de maleta, grabábamos un programa con canciones y donde un servidor se encargaba de la parte humorística, haciendo infinidad de voces, todo un absurdo de lo más emotivo y que ya me gustaría poder rescatar, pero el tiempo lo borra todo, incluso las cintas de casete. Echo la vista atrás y recuerdo las compilaciones de chistes de Arévalo, de Emilio el moro, los expositores de las gasolineras, los debates grabados entre amigos, las surrealistas interpretaciones de Henry Salomon y orquesta, una cinta de Félix Rodríguez de la Fuente en donde narraba la historia de los leones asesinos de Tsavo y, sobre todo, las tiendas de discos, un lugar especial, mágico y lamentablemente casi irrecuperable.