Por Asun Blanco
Los trepas son unos personajes que no hemos inventado nosotros. Han existido siempre y así, en muchos momentos de la historia, los designios de la Humanidad han estado en manos de unos personajes que nadie se explica cómo han ocupado puestos de poder.
Pero no quiero ser derrotista. También ha habido personalidades que han ocupado el lugar que se merecían y la Humanidad ha progresado, gracias a ellos. Y este lugar ha podido pasar desapercibido en su época o, posiblemente, durante miles de años, se ha ignorado la importancia del pensamiento o del estudio de estos hombres y mujeres, que también los ha habido. Pero hay un hecho que es incontrovertible: que la época que nos ha tocado es la que ha rendido más culto al presente inmediato, aquello que en un enunciado filosófico, denominaba Foucault como el presente ontológico. Y los trepas se caracterizan por esto: porque solo les importa aquello que tienen delante sin ponderar ningún otro factor. No se importan ni ellos mismos ni el lugar que pueden ocupar en la historia universal de la infamia, como reza el título de una obra de Borges. El pasado y el futuro no existen para ellos. Solo el objetivo inmediato: el poder, tan efímero como el presente, al cual rinden culto. Su maquiavelismo no es ni tan solo inteligente. Porque la herencia la recoge la historia, los hombres que vienen detrás y excavan en las ruinas de los edificios para encontrar los nombres de los que, desde el anonimato, construyeron las enormes catedrales, las Pirámides y el Taj Mahal. Gracias a los cuales tenemos historia, tenemos pensamiento y, sobre todo, tenemos futuros, porque ellos nos lo han marcado.
Me fascinan los trepas. Me fascina todo lo que es marginal y escabroso. Y los trepas tienen mucho de eso, aunque su vulgaridad esconda toda la escabrosidad que utilizan para llegar arriba de todo. De no sé dónde, porque de la historia seguro que no. Miro a mi alrededor y no dejo de preguntarme fascinada: ¿pero qué ha hecho esta persona para ocupar este cargo?, ¿por qué le dan este premio?, ¿qué ha hecho para cosechar estos resultados en las últimas elecciones? La respuesta la dejo a la libre imaginación del lector, porque la mía, de verdad, se para cuando me topo con los trepas. No tengo respuesta ni imaginación suficiente que me explique, aunque sea desde las imágenes más oníricas y surrealistas, la trayectoria trepidante de estas personas. Trepidante y efímera. Porque construir una catedral, una Pirámide o el Taj Mahal de un día para otro no deja de tener su buena dosis de morbo y escabrosidad. Y el peligro de hundirse en la primera ventisca. Los trepas, en la actualidad, son como los clones de Antinori o los orcos de El Señor de los Anillos: en número indefinido y un síntoma claro de nuestra decadencia.