Don Miguel de Unamuno.
El trabajo no es una maldición divina como equivocadamente se ha dicho; por lo contrario, es una gran bendición. La sentencia bíblica “comerás el pan con el sudor de tu frente” ha sido mal interpretada. Lo cierto es que el trabajo –ya lo decía Voltaire–, nos aleja de tres grandes males: el vicio, la necesidad y el aburrimiento.
Sin embargo, hemos de tener cuidado en la manera como desempeñamos nuestro oficio, cualquiera que éste sea, porque podemos ser malos, mediocres o excelentes artesanos o profesionistas, según el objetivo principal que guíe nuestra actividad.
El escritor y filósofo español Miguel de Unamuno, en su obra “Del sentimiento trágico de la vida”, habla de tres zapateros que vivían de hacer zapatos:
El primero de ellos trabajaba con esmero, pero solamente para conservar su clientela y no perderla. Le importaba salir del paso, atender a los clientes del día, ganar lo necesario para vivir y punto.
El segundo vivía en un plano espiritual más elevado, porque tenía el amor propio del oficio y se esforzaba por ser el mejor zapatero de la ciudad, aunque esto no le diera más clientela ni más ganancia, sólo por renombre y prestigio.
En cambio, el tercer zapatero buscaba el perfeccionamiento moral en el oficio de la zapatería, tratando de ser para sus parroquianos el zapatero único e insustituible; hacía el calzado con amor a sus clientes, pensando siempre en el cuidado de sus pies, para ahorrarles toda molestia, es decir, hacía de su oficio una religión.
¿Qué se obtiene de este ejemplo? Que hoy por hoy la atención de nuestras respectivas zapaterías anda muy baja. Cuántos gobernantes, empresarios, periodistas, maestros, servidores públicos, estudiantes, nos preocupamos solamente por salir del paso, dar salida a los asuntos del día, mantener nuestra clientela y punto. Creo que somos la inmensa mayoría, igual que el primer zapatero.
El segundo zapatero tiene desde luego menos imitadores, pero bien identificados. Sin embargo, el tercero, el que hace de su oficio una religión, es el más raro. Sí hay quienes a través de su trabajo buscan la inmortalidad, pero lamentablemente son los menos.