Hasta ahora había leído dos libros de relatos de Juan Carlos Márquez (Bilbao, 1967), Llenad la Tierra y Norteamérica profunda, y sentía curiosidad por esta novela, Los últimos. Su editor, Pablo Mazo, tuvo la amabilidad de enviármela a casa. Salto de Página es una editorial que apuesta fuertemente por la narrativa de género (fantástico, ciencia ficción, terror, novela negra…); y en los últimos años parece haberse especializado además en la variante apocalíptica de la ciencia ficción. Dentro de este subgénero ha publicado libros como Plop de Rafael Pinedo, El año del desierto de Pedro Mairal, Últimos días en el Puesto del Este de Cristina Fallarás o Cenital de Emilio Bueso. Y ahora aparece Los Últimos, un libro que encaja a la perfección con el catálogo de Salto de Página, pues Juan Carlos Márquez se acerca en él a la ciencia ficción apocalíptica, pero también al género fantástico y al terror.
En las dos páginas que constituyen el Preámbulo del libro descubrimos que la destrucción del mundo duró exactamente siete días (existe un pequeño juego bíblico en Los últimos, con el génesis de un mundo nuevo). Algo indeterminado (un desastre nuclear, tal vez) y a lo que se llama el “fogonazo” o el “resplandor amarillo” mata a todas las personas que no se encuentran bajo techo, y casi toda la vida irá muriendo en los seis días siguientes; hasta que la oscuridad cae sobre la Tierra.
En la narración en primera persona que constituye el cuerpo de la novela, tras el breve Preámbulo, nos adentramos en el diario de Adam Crowley, superviviente de treinta y ocho años (aunque el nombre y la edad no la conocemos hasta que no esté bien avanzada la historia), quien ha decidido levantar testimonio de la vida (o lo que queda de ella) después del fogonazo. Como ya hizo en los cuentos de Norteamérica profunda, Márquez decide situar su narración en Norteamérica, y construye su novela con unos personajes norteamericanos con los que un lector español se encuentra de sobra familiarizado gracias a la literatura, el cine o las series de televisión. Personajes que viven en casas con jardín, sueñan con llevar a sus hijos a Disney Word, y de forma nostálgica recuerdan sus vacaciones en Nueva York. Una nostalgia de Manhattan que casi cualquier ciudadano del mundo occidental podría reconocer. Esto hace que un lector español se adentre en las páginas de Los Últimos como si estuviera leyendo la traducción de una novela norteamericana. Una decisión coherente con el homenaje (o parodia) de géneros literarios que, en gran medida, realiza Márquez en este libro y que su lector –al igual que él- casi siempre ha conocido gracias a la cultura anglosajona.
Adam ha sobrevivido al fogonazo junto a su mujer Eve y su hijo Benjamin. Pronto adoptarán al hijo de una vecina, Balthasar; y según la situación empiece a descontrolarse cada vez más, se unirán a algunos de sus vecinos: Anaïs y Buttercap. Los acontecimientos no tardarán en precipitarse.
Lo cierto es que me acerqué a Los últimos esperando leer una novela de supervivencia en un mundo apocalíptico; una versión española de La carretera de Cormac McCarthy, tal vez. Pero, gratamente, Márquez, conocedor de los recientes referentes literarios que el lector que tome su novela podría tener en mente, comenzando con un planteamiento que podría ser similar al de La carretera ha decidido hacer transitar su novela por nuevos territorios, que en gran medida son un pastiche posmoderno de la narrativa de ciencia ficción, fantástica y de terror del mundo norteamericano de los años 50-70 del siglo XX, y que además (aunque pueda resultar paradójico) también se acerca a los planteamientos de algunas de las últimas series televisivas de moda; Los últimos podría funcionar -sobre todo y sólo en parte- como parodia de The Walking Dead, con sus humanos mutados en bestias peludas dedicadas a devorar humanos u otros mutantes (resultando así estos monstruos más democráticos en sus apetitos que los zombis de The Walking Dead).
Escenas de ciencia ficción, terroríficas, fantásticas… que en casi todo momento uno lee con una sonrisa, ya que es ésta una novela escrita con orgullo de serie B, donde, como en el cine o la literatura de serie B, las explicaciones científicas huelen a parodia: la explicación científica no tiene más validez aquí que una explicación fantástica de los sucesos propuestos, como podrían hacer los escritores de la ciencia ficción soft en los años 60 del siglo XX; por ejemplo, como podría hacer Samuel R. Delany (y me anoto aquí el punto exquisito de sacar una referencia que no creo que Márquez o Mazo se encuentren en otras reseñas de este libro). Pero en Márquez la explicación científica de por qué una parte de la humanidad sobreviviente al fogonazo se ha transformado en mutantes resulta más divertida (al leerse como parodia de género) que al leer las explicaciones científicas soft de, por ejemplo, La balada de Beta-2 de Delany, que no son irónicas.
Pero Los últimos no se queda en una novela posapocalíptica, como la que esperaba leer al acercarme al libro, ya que se acaba convirtiendo, en su segunda parte, en una novela de ciencia ficción más clásica al trasladar sus escenarios a Marte.
Además de las explicaciones científico-paródicas de la realidad acontecida, Márquez también juega a un fantástico más puro, con sucesos que dejará sin explicación.
La novela se organiza en capítulo normalmente muy cortos, que muestran escenas claves de la forma en que evoluciona la relación entre los personajes, y elude en más de un momento las escenas que podríamos denominar “de acción” o “de enfrentamiento”. El lenguaje de la novela es austero, directo; pero sobre esta sobriedad, Márquez dibuja imágenes realmente poderosas (montañas de huesos, ríos de gusanos blancos…); y es esta poética del horror lo que acaba convirtiéndose en uno de los mayores logros de Los últimos.
En definitiva, Los últimos es una novela que va más allá del genero apocalíptico, ya que su aparente planteamiento de ciencia ficción realista pronto se deshace a favor de una narración más libre e imaginativa, que homenajea y parodia a la literatura y el cine de serie B, con profusión de escenas fantásticas y terroríficas (que no dejan de tener un cierto aire cómico, un aire de aventura descontrolada y gamberra), con más de un personaje paródico por su explotación del cliclé (el científico enclenque y ensimismado, el militar decidido y sentimental); pero con multitud de giros inesperados, que llevan al lector a desear pasar de forma rápida sus páginas. Un libro muy divertido, lo peor de él (al igual que me ocurrió con América profunda) es que se me ha hecho corto; y esto siempre lo considero una buena señal.
Nota: el viernes 17 de octubre, después de haber leído el libro y escrito su reseña, acudí a la presentación que tuvo lugar en Tipos Infames, y que fue llevada a cabo por el autor, acompañado por Antonio Romar –presentador- y Pablo Mazo –editor-. Fue una presentación divertida y dinámica. Coincidí con Romar en más de una apreciación, y él me hizo ver algún elemento nuevo, como la tendencia artística de los mutantes. Después fue muy grato conversar sobre ciencia ficción –Stanilaw Lem, Philip K. Dick o Ray Bradbury- con Antonio Romar, Juan Gracia Armendáriz, Juan Gómez Bárcena, Pablo Mazo, Julia Martínez, Juan Carlos Márquez y otras personas de las que no recuerdo el nombre. Tengo que volver más a la ciencia ficción, me dije, al género de mi adolescencia.