Los últimos salones recreativos

Publicado el 01 junio 2016 por Deusexmachina @DeusMachinaEx

Quizá no fuera el resultado que esperaba, pero el trabajo que había hecho en pos de averiguar cuántos salones recreativos quedaban abiertos en España había resuelto al menos una de las dudas que tenía: quedaban. No encontré la forma de determinar cuántos y cuáles, pero sí al menos conocer un buen número de ellos. Tenía que aprovechar esa información de alguna forma.

Este artículo es una selección de las entrevistas que pude realizar a los dueños de muchos de esos recreativos que sabía aún abiertos, de las visitas que hice a sus locales y de las charlas que pude mantener con ellos para conocer mejor su historia y sus motivaciones. Pude conocer a un buen número de profesionales del medio que a día de hoy —unos por convicción, otros por no tener más remedio— siguen abriendo sus negocios, sus recreativos, a diario. Ellos son los que hacen que el negocio de los salones recreativos siga vivo en nuestro país, cada uno a su manera, con mejores o peores resultados, empeñados en mantener en funcionamiento un negocio casi extinto, o habiéndolo hecho hasta hace bien poco. Prueba de ello son los siguientes testimonios.

Nuestra primera parada está en el Paseo de la Independencia de Zaragoza, donde se encuentra el centro comercial El Caracol. Dentro de él, en su segunda planta, Francisco Javier y Alicia siguen regentando el salón recreativo Galaxias. Inaugurado a mediados de los 80, fue de los primeros locales de este tipo en abrir en la ciudad, por lo que recibió bastante atención por parte del público. Aportando un enfoque distinto a lo que se venía haciendo con este tipo de negocios, sus dueños fueron pioneros a la hora de gestionar un salón recreativo en un centro comercial, ya que lo habitual era utilizar locales a pie de calle. Francisco Javier y Alicia, actuales dueños del negocio, nos explican las peculiaridades de su salón. «Este es un centro comercial peculiar, porque está en el centro de la ciudad, cerca de El Pilar, así que tiene bastante afluencia de público. Eso, como es lógico, es básico para que el negocio funcione bien», nos comentan.

A simple vista el espacio es muy grande, de al menos unos 500 metros cuadrados, y aunque se trata de un único local la sala tiene una división muy clara, la que divide el salón entre sala de apuestas y recreativos. «Estamos obligados a hacerlo por motivos legales», nos cuenta Francisco Javier. Si no fuera así deberían prohibir el paso de los menores a la zona recreativa, algo que lógicamente no les interesa.

Alicia y Francisco Javier son socios. Ambos eran trabajadores de la empresa que gestionaba este local y otros en la zona, Jopesa. Se incorporaron hace 30 años, pero en 2004 decidieron quedarse con el negocio y empezar a gestionarla directamente. «Cuando los antiguos dueños nos comunicaron que iban a disolver la sociedad porque se iban a jubilar decidimos comprársela. Era ir al paro o continuar haciendo lo que sabíamos hacer». Francisco Javier era técnico electrónico, se ocupaba de reparar máquinas de todo tipo; Alicia se ocupaba de tareas administrativas y de gestión de la empresa. La compañía tenía varios salones recreativos en la zona —llegaron a tener cinco— pero todos fueron cerrando hasta quedar solo este, Galaxias, que siempre fue el más exitoso. En la actualidad son el único salón recreativo que queda en la zona, si exceptuamos las pocas máquinas recreativas que aún se mantienen en la entrada de una bolera cercana.

«Al principio había muy pocas máquinas de videojuego. Los futbolines, billares y mesas de ping pong eran los juegos que había en los salones recreativos», recuerdan. «Cuando nosotros llegamos a la empresa los videojuegos empezaban a convertirse en la forma de ocio preferida y acabaron relegando a todos estos otros juegos más clásicos hasta su desaparición. El videojuego vivía su apogeo porque no había un entretenimiento que pudiera igualarlo. Si bien había consolas y ordenadores ya de aquella época, su calidad y espectacularidad no podía rivalizar con lo que una recreativa podía ofrecer. Empezaron a colocarse máquinas de videojuego en todos los sitios, y no había bar o pub que no tuviera una, al menos aquí en Zaragoza», nos explica Francisco Javier. «El negocio de los recreativos iba al alza así que se abrían muchos salones de juego, como dos por barrio, una locura. Las salas antiguas, que sólo tenían futbolines o billares, empezaban a meter videojuegos porque se rentabilizaban mejor», recuerdan.

Les pedimos que nos cuenten cómo se trabajaba en aquellos años, hace casi tres décadas. Ambos nos explican que el éxito del negocio era bueno, que el salón recreativo se llenaba de jóvenes en cuanto abrían, sobre todo los fines de semana. Galaxias tenía unas sesenta máquinas recreativas en su zona de videojuegos, donde se podían encontrar los típicos muebles arcade de la época,  los de joystick y botones. La tecnología casera, al igual que los videojuegos de los salones, iba avanzando, por lo que los fabricantes y desarrolladores se esmeraban en proponer experiencias imposibles de replicar en casa. Francisco Javier nos explica cómo se gestionaba el negocio: «El gestor del salón compraba la máquina y las placas de juego al fabricante. Las placas eran costosas: hubo una época que aquello era una locura a nivel de precios. Pero los videojuegos tenían éxito y necesitabas tener novedades  constantemente para seguir atrayendo a los jóvenes al salón».

Ya en los 90 los videojuegos empezaban a ganar en espectacularidad, y no siempre gracias a lo que se veía en pantalla. «Las máquinas empezaban a ser muy grandes, con muebles cada vez más impactantes. Las máquinas dedicadas, como Suzuka 8 Hours de Namco, o Manx TT de SEGA, por decir alguna, eran las reinas del salón. Los formatos también cambiaban, y pasábamos de las placas Jamma de toda la vida a los cartuchos de juego de Neo geo, o incluso al LaserDisc. Recuerdo que Mad Dog Mcree, que era un juego de disparos en vídeo, funcionaba así. Tenía mucho éxito en el salón», concluye Francisco Javier.

Debido al gran éxito que siempre ha tenido su salón recreativo, Alicia y Francisco Javier han tenido la fortuna de ver pasar por delante de ellos un gran número de títulos. Les preguntamos por los más exitosos en aquellos años. «Todos los videojuegos que teníamos en el salón tenían su público. Era fácil identificar a qué persona le iba a gustar cada juego. Había verdaderos fans de los juegos tipo puzle, de los de lucha, de los de conducción… Lo que sí determinaba bastante la actividad del salón recreativo era la incorporación de novedades. En cuanto poníamos un nuevo juego captaba toda la atención del público», responde Alicia. «Había que tener juegos atractivos. La recaudación hacía que un videojuego se mantuviera vivo en el salón o no», apostilla Francisco Javier sobre este asunto.

Descubrimos que buena parte del trabajo de Francisco Javier era también probar los juegos que se estrenaban en el salón, determinar si iban a ser interesantes para el público o no. «Cuando comprábamos nuevas placas o juegos los probábamos antes. Había juegos que no se sacaban finalmente a la sala porque veíamos que eran un videojuego más, que no iban a tener interés. Debido a esto se podría decir que no hemos tenido juegos malos en nuestro recreativo… ». Francisco Javier es consciente de lo interesante que era esta tarea en aquel entonces. «Me consideraban un privilegiado, ya que era el primero que probaba los videojuegos que llegaban al salón. Ajustábamos la dificultad, determinábamos a qué juego de los ya existentes en el salón sustituiría viendo de qué tipo era… Era una tarea que para un aficionado como yo suponía un muy buen entretenimiento durante su trabajo. Date cuenta de que en aquella época tenía 21 años, cualquiera se hubiera cambiado por mí», nos dice sonriendo.

Pero poco a poco los salones recreativos empezaron a perder parte de su encanto. Los motivos de esto son varios, según estos dos socios. Francisco Javier nos señala el que considera el principal problema en relación a esta situación: «Llegó un momento en el que la compra de estas máquinas era cada vez más difícil, empezaban a ser muy caras», señala. Alicia asiente y añade otra problemática añadida. «Quizá el problema residiera más en determinar a qué precio ponías cada partida, cada crédito. Pasamos de las 25 y 50 pesetas a las 100, a los veinte duros, algo que hasta cierto punto el jugador podía asumir. La entrada del euro empezó a destapar un problema que los operadores ya veníamos viendo, y es que el precio de las partidas era muy caro. Debido a su precio de compra teníamos máquinas que sólo podías amortizar poniendo la partida a dos euros, algo impensable», concluye. Les preguntamos si creen que la penetración de las videoconsolas en los hogares fue también causa del desplome del negocio. Francisco Javier tiene una idea muy clara sobre ello: «Llegó un momento, a principios del 2000, en que los videojuegos que podías jugar en casa superaban a los de los salones recreativos. Yo diría que la generación de los 128 bits, con PlayStation 2 a la cabeza, fue la que dejó ya a las claras que el negocio de los salones recreativos no volvería a ser como lo habíamos conocido. Fue un punto de inflexión. Todo tiene una evolución, y en ese momento las consolas y ordenadores eran capaces de quitarte las ganas de ir a jugar a un recreativo», señala con rotundidad.

Poco a poco los recreativos Galaxias fueron retirando muchas máquinas de videojuego por su escaso reclamo. La configuración actual del salón cuenta ya con pocos videojuegos. Mantienen algunos de los más míticos y espectaculares, como Sega Rally, Time Crisis, o The House of the Dead, algunas de las máquinas más exitosas en la historia de la sala. Lejos de mantenerlas como agradecimiento a los servicios prestados, Francisco Javier y Alicia las siguen considerando atractivas para el público. «La gente viene a jugar a cosas a las que no pueden jugar en casa, como a juegos de pistola de luz, o de conducción, donde se pueden sentar en el mueble y agarrar el volante», explican. «También mantenemos un Tetris, porque a la gente de más de 30 años les encanta seguir jugando a esta versión. Pero las máquinas arcade han desaparecido por completo, no ofrecen nada distinto a lo que puedes encontrar en casa. Además ya no hacen máquinas de videojuego nuevas, así que la gente se tiene que entretener con lo que ya existe. Es más la experiencia ya que la calidad del propio videojuego. Por eso ahora los reyes del salón son los futbolines, billares, máquinas de air hockey o incluso los puestos de tiro a canasta», resume Alicia. «Es como si volviéramos atrás, como si la historia de los salones recreativos fuera cíclica. Lo que pasa es que no hemos vuelto a la época de los primeros videojuegos, sino a la anterior», comenta Francisco Javier. Preguntamos a ambos por los videojuegos que más recuerdan, sus favoritos. «No podríamos decir solo uno», responden. Alicia se quedaría con Mario Bros. y Tetris, juegos a los que ha jugado hasta la extenuación. «Yo le tengo especial cariño a Kung Fu Master», replica Francisco Javier. «Mira que era un juego simple, pero no veas la de años que funcionó. Es que cuando salió era la leche», recuerda.

Observando la gente que va pasando a jugar al salón aprovechamos para preguntarles por el tipo de público que actualmente tiene su sala. Como era de esperar, la media de edad del cliente se ha elevado. «Vienen sobre todo, jóvenes y  adultos, gente que roza ya los 40, como yo», responde Francisco Javier. «Suele ser gente de nuestra generación, personas a las que les sigue gustando jugar con los amigos al billar, futbolín, etc., tomar algo y divertirse. Lo cierto es que muchas de estas personas siguen practicando el antiguo ritual de pasar la tarde en los recreativos con las nuevas generaciones. «Aquí vienen muchas personas que venían hace años y que ahora traen a sus hijos, algunos incluso a sus nietos, a enseñarles dónde pasaban el rato cuando eran pequeños. Es curioso y agradable poder ver a tres generaciones distintas que siguen disfrutando del futbolín, o ver a abuelos enseñando a sus nietos a jugar al billar… » nos explican.

Dado que el salón recreativo siempre ha sido mixto, cabe pensar que la supervivencia del negocio sea resultado de la buena actividad de la zona de apuestas. Descubrimos con agrado y sorpresa que no es así. «La aportación de las maquinas tipo A, las recreativas, es muy importante para nosotros. No es que mantengamos esa zona en local porque ya que tenemos las máquinas de juego y nos viene bien aprovechar el espacio o algo así, no. La zona  recreativa aporta bastante al conjunto del negocio», nos explican sin que podamos ocultar nuestra cara de sorpresa. «Todo tiene su porqué. Por suerte tenemos mucha afluencia de público, y eso es lo que sustenta este tipo de negocios. Para nosotros es una satisfacción poder decir que mantenemos un salón recreativo en marcha y que funciona, siendo este un negocio en extinción. Ahora, también te digo que si abrieran otro negocio como este en la zona a lo mejor no podíamos mantenerlo. El interés que la gente en Zaragoza sigue teniendo por los salones recreativos quizá no diera para dar de comer a dos empresarios», resume Francisco Javier. «Ahora a nadie se le ocurriría poner un negocio como este, coger un local nuevo de 100 metros cuadrados, pagar el alquiler, pagar empleados, sueldos… Tendrías una inversión importante y no sabrías cómo reaccionaría el público. Fíjate que la última gran sala que cerró aquí era de MGA, un salón imponente, y al final tuvieron que cerrar. Y eso que ellos eran los que traían todo el material de recreativas a España, eran importadores, un “empresón”. Creo que se han quitado todo lo que tenía que ver con videojuegos y ya sólo se dedican a juego online», nos explican.

Está claro que Recreativos Galaxias es un salón superviviente, capaz de adaptarse a los distintos momentos que el negocio ha vivido, y con una historia impresionante a sus espaldas. Sus responsables, Alicia y Francisco Javier, pueden jactarse de mantener con vida un negocio que aunque tuvo tiempos mejores, mantiene su latido gracias a su dedicación constante, a su adaptación a los gustos de su público y sobre todo a su compromiso porque Galaxias siga manteniendo ese aroma a tarde divertida que tan buenos recuerdos nos trae a muchos.

Nos movemos al norte de España, en concreto a la calle Goinkalea 15 de Durango, donde Oskar y Jone nos esperan para enseñarnos su salón recreativo, Tabira, abierto hace ahora 18 años. Este fue el último local que abrió, ya que tuvo varios en la misma zona, los cuales tuvo que cerrar ya hace tiempo. Tabira es el último salón recreativo de Durango, una zona en la que no hubo pocos negocios como este, según nos cuenta Oskar. «Hablé con el Gobierno Vasco y me dijeron que era este el último salón recreativo de la zona. No sé si es algo de lo que estar orgulloso o no», señala.

Oskar abrió su primer local hace 32 años. «Era el momento de abrir, estaba claro. Era un negocio que se veía que iba a funcionar bien, y eso que en esta zona había muchos problemas de tipo social, algo que podía echarte para atrás a la hora de meterte en un negocio así», recuerda. Animarse a montar un salón recreativo acabó siendo un gran acierto, ya que al poco tiempo pudo abrir un segundo local. Llegó a tener un total de tres salones recreativos, de distinto tipo y tamaño. El más grande tendría unos 120 m2; los otros dos eran de 80, más o menos. En uno había sólo videojuegos, en otro solo billares —americanos y españoles— mesas de ping pong y futbolines, y el más grande, que es el que aíú mantienen abierto, acabó teniendo de todo. Lo último que incorporaron a su negocio fueron ordenadores para juegos online, que aún pueden verse allí. Jone, su esposa, le ha ayudado siempre en la gestión de los salones porque Oskar lleva toda la vida trabajando en el sector. «Empecé a trabajar en esto con 20 años y todo lo que ahora sé lo he aprendido sobre la marcha», responde sonriendo. Su principal actividad era la de operador, colocando máquinas de todo tipo en bares, restaurantes y otros locales de la localidad y alrededores. «Cuando abrí el primer salón recreativo no pensaba que se fuera a convertir en mi principal fuente de ingresos, pero así fue», recuerda.

Se abrieron muchos negocios similares en la zona, y según cuenta Oskar, todos funcionaban, y además muy bien. «Era raro ver un salón recreativo que no estuviera lleno en aquel entonces», recuerda. «En los nuestros no había fin de semana en el que no se nos juntaran más de cien personas dentro, tranquilamente. La afluencia del negocio era alta. El salón recreativo era el lugar en el que se juntaba toda la “chavalería”. “¿Dónde vamos? Pues donde Koki”», apodo que le pusieron los chavales que se juntaban en su local a diario. La actividad del negocio no estaba exenta de conflictos, debido al tipo de clientela y sobre todo, como recuerda, a los problemas con las drogas. «Yo repartía buenas hostias aquí, y no pasaba nada», dice riendo. «Había muchos problemas con las drogas en aquel entonces. Todos los días había líos, peleas, gente a la que tenías que echar, a la que no dejabas entrar por este tipo de cosas, pero como yo soy un tío grande y “fuertote”, la verdad es que imponía respeto a los chavales. Nunca hemos tenido ningún problema grave, pero líos ha habido muchos», concluye.

Poco a poco el negocio fue decayendo, y Oskar y Jone no tuvieron más remedio que ir cerrando sus locales, hasta quedarse sólo con el que aún regentan. Cuando les preguntamos por las causas del desplome del negocio nos sorprende descubrir que para Oskar el principal motivo de la desaparición de los recreativos en Durango no es culpa ni de las consolas, ni de los nuevos videojuegos, sino de las lonjas. «La bajada del negocio coincidió con la llegada de una nueva moda entre los chavales, la de alquilar lonjas. Hablamos de locales vacíos que alquilan entre varias personas y que convierten en el lugar habitual de reunión. Se meten allí y hacen lo que les da la gana, sin que nadie les moleste, sin horarios… Créeme si te digo que eso ha influido mogollón. Si antes el lugar de reunión de estos chavales era el recreativo, ahora prefieren irse a estas lonjas. Allí fuman, beben, se llevan una consola… Son como txocos (se le da este nombre a los locales sedes de sociedades gastronómicas, que pueden ser también recreativas o deportivas, creadas en el País Vasco), pero peor, porque ahí lo mismo se lían a jugar a las cartas que a fumar porros… ».

Los juegos que Oskar y Jone mantienen en el local son antiguos, y es que como bien comentan no se hacen juegos nuevos para este tipo de negocios. «Tenemos lo mismo que teníamos ya hace 15 o 20 años, así que novedad aportamos poca, la verdad». Los juegos con cabinas dedicadas, de coches, motos o disparos salieron del local hace muchos años ya. Ahora sólo les quedan máquinas tipo Jamma, donde ponen en funcionamiento alguno de los títulos que mejor resultado económico les han dado y que aún conservan parte de su atractivo. Le preguntamos a Oskar por los juegos que más recuerda, los que más éxito tuvieron en la historia del local. No es un gran aficionado al videojuego, sino un empresario que ha dedicado su vida al negocio, por lo que no recuerda tampoco muchos títulos. Describe los juegos por su mecánica, como por ejemplo «ese de pinchar las bolas», por Super Pang, o «aquel de lucha que era una segunda parte y luego trajimos la tercera», para referirse a Street Fighter II. Sin embargo hay una máquina a la que guarda especial cariño, un pinball, del que sí recuerda el nombre: «Se llamaba Trailer, y aquella era un “petaco” espectacular. Era grande y muy llamativo, y hacía un ruido ensordecedor cuando jugabas. Ahora sí, recaudaba dinero como ninguna», recuerda. Dentro de la gama de videojuegos, recuerda con especial cariño las máquinas que se jugaban con potenciómetro. «Aquello era una novedad: a todo el mundo le gustaba aquella de eliminar los ladrillos de la parte de arriba (por Arkanoid). La primera que tuvimos era en blanco y negro, era un tenis en el que tenías que hacer que la pelota rebotara en tu palo (refiriéndose claramente a Pong).

¿Qué ha pasado con todas esas máquinas? Recordemos que Oskar era operador, y que por tanto tenía un buen número de ellas repartido entre sus locales y otros negocios de la zona. Conocemos con asombro que acabaron en el garbigune de Durango. «Cuando tenía que deshacerme de una recreativa acababa desguazándola y llevándola al garbigune, al punto limpio. No me preocupaba en venderlas. Eran trastos grandes que ocupaban mucho espacio y que tampoco podía estar guardando, porque tenía que alquilar un local grande para meterlas. De aquella tampoco había gente interesada en comprarlas, así que conservarlas te costaba dinero. Sí que es verdad que ahora podría haberlas vendido, porque a veces me viene gente interesada en comprar alguna, pero como son para meterlas en las lonjas estas que te comentaba no se las vendo, no me da la gana. Hoy, con internet y tal, seguramente lo habría hecho de otra manera, pero tampoco me arrepiento de lo que hice en su momento», asevera.

En la actualidad Oskar tiene 53 años, y abre Tabira todos los días a las 10:00 horas. El local está abierto hasta las 21:00 horas. ¿Cómo funciona el negocio? Según nos comenta, lo cierto es que mal. «No viene ni el 3% de la gente que venía antes. No somos atractivos para el que quiere jugar a un videojuego, la industria está centrada en otras cosas ahora. Vivimos de la gente que viene a jugar al futbolín y poco más, de chavales de aquella época que ahora ya son mayorcitos y que vienen con sus hijos a enseñarles donde jugaban de pequeños», nos cuenta con algo de resignación. Con esto, la perspectiva de continuidad de Tabira es más que mala. «Yo estoy aquí por estar, porque no tengo otra cosa que hacer. Tengo muy claro que no estoy por el negocio, vamos. Si alguien viniera a alquilar el local no tendría duda, se lo alquilaba con los ojos cerrados, pero es que tampoco viene nadie a proponerme algo así, y eso que estamos en una zona buena de Durango, en el barrio viejo, la zona más animada de la localidad… ». Dadas las circunstancias, Oskar no tiene demasiadas expectativas respecto a la supervivencia de Tabira. «Lo mismo cuando publiquéis esto ya hemos cerrado… » comenta en tono jocoso pero mostrando algo de tristeza en sus palabras.

Cabe pensar que la historia de este recreativo llegará a su conclusión en no mucho tiempo, dadas las perspectivas de negocio que sus dueños albergan. Tabira es otro ejemplo más de cómo un negocio muy rentable hace años acaba arrinconado, esperando su desaparición, en el momento en que la situación no dé para más. Algo que por habitual no deja de ser entristecedor.

En uno de esos listados que por fortuna pude conseguir en la investigación que propició este viaje al pasado, tuve la suerte de encontrar uno de la comunidad en la que resido, Madrid. Era del año 2011, y en él sólo aparecían 8 registros. Todos ellos eran locales en centros comerciales, lugares que no suscitaban mi interés ya que eran negocios más o menos recientes. Sin embargo, una de las líneas hacía referencia a un local sin nombre, a pie de calle, que podría ser sin duda —en caso de seguir abierto— el último salón de juegos antiguo de todo Madrid, algo que podría tener un alto valor histórico. Un rápido vistazo a Google Maps me ayudó a verificar que el local no tenía ya actividad. El cartel de la empresa inmobiliaria que presidia la que supuse puerta principal del local no dejaba lugar a dudas. Sin embargo, había una cosa que me extrañaba en todo esto: el local seguía manteniendo su licencia de juego para máquinas tipo A (recreativas) aun estando cerrado, como se señalaba en la web de la inmobiliaria. Con ánimo de curiosear un poco más contacté con la inmobiliaria, fingiendo ser un posible arrendador. Confirmé que el local mantenía esta licencia y algo más: dentro del mismo se conservaban aún las maquinas recreativas tal cual estaban antes del cierre. «Está igual que el ultimo día que abrió», resumió el vendedor inmobiliario. Con mi interés ya por las nubes me las apañé para conseguir una cita con el dueño del inmueble, para ver si podía verse conmigo y enseñarme qué tesoros se escondían aún en aquel local aún sin alquilar.

Nos desplazamos a Alcobendas (Madrid) la tarde que Paco, el Bigotes, tenía disponible aquella semana. Le esperé durante un buen rato en la puerta del local, la cual estaba coronada por un letrero de neón con la ya mítica palabra Billares. Paco aparece al poco tiempo, llevando en la mano un inmenso manojo de llaves, dispuesto a abrir el local rápidamente. «Te advierto que está todo hecho una mierda. Hace un par de meses el vecino de arriba tuvo una avería y no veas cómo me lo han dejado todo», nos advierte nada más llegar. Levantamos la pesada cortina metálica para entrar en los billares de Alcobendas, uno de los locales más conocidos y añorados en la zona, el último salón recreativo que tuvo actividad en Madrid.

Mientras Paco entra en la sala de cambio para encender las luces pude comprobar qué se guardaba dentro del local. Lo cierto es que no exageraba un ápice cuando decía que todo estaba hecho cisco: una veintena de máquinas recreativas sepultadas bajo una capa de polvo blanco daban un aspecto lúgubre a la sala, mientras que la mesa de billar que presidía el centro del local, con grandes manchas de pintura y suciedad en su verde tapete dejaban a las claras que los profesionales que habían estado por allí eran cualquier cosa menos aquello. «Aquí ha habido un problema con los tubos de la calefacción, y entre lo que se ha filtrado y el estropicio que me han hecho los albañiles, fíjate como han dejado todo», grita Paco desde la sala contigua.

Aun así es fácil percibir la majestuosidad del local, una sala enorme, repleta de videojuegos de todo tipo: un Prop Cycle con su bicicleta voladora, un Fighters History o Radical Bikers en sus cabinets originales, un buen número de arcades Jamma dobles y sencillos, un par de muebles Naomi de SEGA, un House of the Dead de mueble pequeño, y también máquinas de otro tipo, como dianas, pinballs y hasta un futbolín. Llama la atención la cantidad de ventanas que tiene —ahora tapiadas— y la espaciosa separación entre máquinas, que seguro permitía jugar de una manera muy cómoda en su momento. «¿Sabéis que aquí se han grabado un par de películas?», nos dice al comentarle qué nos parece la sala. «Cuando en una película había una escena en unos recreativos nos llamaban, abríamos para ellos y grababan. Los últimos que vinieron aquí fueron los de Globomedia. Grabaron dos películas, o dos series, no me acuerdo. De lo que sí me acuerdo es de que me lo pagaron muy bien», comenta provocando nuestra sonrisa.

Paco era explotador de máquinas recreativas, de tipo A y B. Su principal negocio ahora mismo son las segundas, las tragaperras. Sin embargo, como estamos observando con nuestros propios ojos, conserva muchas máquinas de videojuego de aquella época. «Aún conservo muchas máquinas de videojuego que podría poner en algún local o bar, pero ahora mismo nadie las quiere, así que no se ponen, por eso las tenemos guardadas», nos explica. Hace unos años todas estas máquinas estarían repartidas por los negocios de la zona en modalidad de explotación, pero ahora reposan aquí, prácticamente olvidadas.

Tal y como nos habían contado desde la inmobiliaria el salón está igual que el último día de apertura. Le preguntamos a Paco cómo funcionaba el negocio en aquellos años. «Funcionaba estupendamente, la verdad. Aquí, en este salón recreativo, trabajaba mi hermano. Abrimos a finales de los 80, no recuerdo ya el año, y al poco tiempo decidimos ampliar el local», comenta. Intenta recordar las fechas concretas de esos hitos, pero al no poder hacerlo decide volver a la cabina de cambio y buscar en una carpeta de papeles que hay encima de una mesa llena de polvo. «Aquí están los papeles de la licencia», nos grita. Nos acercamos para comprobar que esa reforma de ampliación se hizo en el año 1991, y que la última renovación de licencia del local fue en 2009. «La hicimos para diez años. Por eso, si quisiera, hoy podría abrir el local, encender todas estas máquinas y esperar a que la gente viniera a jugar… aunque veo difícil que alguien entrara», concluye. El negocio cerró hace ahora cuatro años y como no podía ser de otra forma era uno de los centros de reunión favoritos de los jóvenes de la zona, ya que tuvo el honor de ser el último salón recreativo de Alcobendas. Paco recuerda con cariño los días posteriores al cierre del salón. «Iba por la calle y los chavales me gritaban: Bigotes, nos has jodido bien, dónde vamos a ir ahora… », rememora sonriendo. «La gente venía, echaba su partida, mi hermano jugaba con ellos, se tomaban algo… pero el negocio no rentaba: impuestos, sueldos, seguridad social, luz… no es que no te quedara nada, es que “palmabas” dinero abriendo. Cerrando el local al menos no perdíamos», dice con rotundidad.

Comprobamos en esos mismos documentos que nos enseña que el local tenía aforo autorizado para 85 personas en una superficie de 198 metros, con una colocación entre máquinas de 0,50 metros. «Aquí podíamos meter unas 30 máquinas, calculo», recuerda. En sus inicios, el local tenía casi la mitad de superficie. El salón de Paco el Bigotes no era el único en Alcobendas, aunque si uno de los más grandes de los que se encontraban a pie de calle. «En el centro comercial La Gran Manzana pusieron uno enorme, pero eso era ya otra pelea. Lo que pasa es que cuando cerraron los cines, el salón también cerró. Nadie iba exclusivamente a jugar allí, la gente que entraba iba siempre de paso», nos explica. «Casualmente ese es el negocio que ha quedado, el de las salas recreativas en centros comerciales, pero con videojuegos viejos, nada nuevo. Es una pena».

En vez de optar a eso, Paco decidió hace unos años empezar a desprenderse de todas estas recreativas y máquinas de juego. Conocedor del gran interés que suscitan estos muebles y juegos, ha vendido ya un gran número de ellos en los últimos años. «Tampoco te creas que es nuestra principal preocupación el vender todo lo que tenemos. ¡Es que no sabes la cantidad de placas, juegos y máquinas que podemos tener guardadas en nuestros almacenes! Tampoco tenemos prisa por venderlo todo porque sabemos que son cosas que se están revalorizando mucho. Si tenemos dudas, como tampoco tenemos problemas económicos, preferimos esperar que malvender, por eso no lo publicitamos demasiado», explica. Su condición para la venta es que las máquinas vayan destinadas a uso particular, no quiere que nadie las explote posteriormente. «Siempre vendemos a particulares. Nos dicen qué están buscando, qué tipo de mueble, qué juego, y nosotros lo preparamos todo. Reparamos las palancas, botones, ponemos el monedero que el comprador quiera, en pesetas o euros, y la dejamos lista para que se la lleven. También tenemos muchos clientes que quieren que les vendamos máquinas recreativas para restaurarlas, ponerles un ordenador dentro con un millón de juegos y una pantalla nueva, así que prefieren comprar las que están rotas para ahorrarse un dinero si pueden. A veces hasta vendemos los muebles vacíos, hay quien los prefiere así», comenta. Un administrador de fincas de Torrejón de Ardoz y dos policías municipales de Tres Cantos han sido sus últimos clientes. «El pasado mes vendimos unas nueve máquinas», recuerda. Le preguntamos por los precios de venta, para saber cómo anda el mercado. «Depende del tipo de mueble que quieras. Los tenemos por 200€ y hasta 600€. Son precios altos, lo sé, pero es que estas máquinas no eran precisamente baratas ya en su día, ya te imaginarás. Esa de allí nos costó a nosotros dos millones de pesetas, para que veas», nos grita señalando un mueble para dos jugadores del juego de conducción Outrunners. «El problema es encontrar comprador: a fin de cuentas todo esto vale mucho dinero y no todo el mundo puede darse el capricho», asegura. Sin embargo el tema de los pinballs es otro cantar. Mucha gente sabe que conserva unos 40 y le llaman prácticamente a diario para intentar comprarlos. «Hay empresas que compran pinballs americanos como locas, pero como no nos hace falta no vendemos ninguno. Este mercado se revaloriza por minutos, así que ya tendremos tiempo de venderlos todos», concluye sobre este asunto. Se nota rápidamente que Paco sabe de lo que habla.

El Bigotes sigue trabajando como operador, pero ya sólo de máquinas tragaperras. Compra las máquinas de azar a los fabricantes y las coloca en bares y restaurantes, de acuerdo con sus propietarios, para explotarlas. Su historial profesional es también harto curioso, ya que trabajó en Petacos, empresa a la que se incorporó a los 14 años. Desde bien pequeño ha estado ligado al mundo del juego. «Yo allí hacía de todo: trampillas para las máquinas de bolas, reparaciones eléctricas, grababa cucarachas, (se refiere a las memorias de los videojuegos), hacía testeo en el departamento de calidad… Llegó un momento en el que las cosas empezaron a ir mal, cada vez se fabricaban menos máquinas. Yo creo que todo se fue al garete porque el dueño de la empresa se centró en el mercado alemán y dejó de lado el español. Decidí establecerme por mi cuenta y puse una bodega. Allí estuve seis años». Sin embargo, cuando las máquinas empezaban a tomar la calle se animó a volver al negocio. «Era lo que mejor conocía, así que compré un par de ellas, las puse por ahí, y hasta hoy. Acabé siendo operador. Ahora sólo me dedico a las máquinas tipo B, las tragaperras, un negocio que también ha bajado muchísimo. Donde antes había dos maquinas ahora hay una, o ya ni hay. La crisis hace que la gente juegue menos a los juegos de azar», explica mientras sale de nuevo de la sala de cambio.

Ya que sigue pegado a este entorno le preguntamos si cree que los recreativos volverán a gozar de días de esplendor en un futuro cercano, si la gente se vuelve a interesar por poner videojuegos en sus locales. Su respuesta es meridiana: «Eso se acabó, no volverá nunca. Aunque haya mucha gente a la que le sigan gustando todos estos temas, lo cierto es que la mayoría lo tiene ya olvidado». Saca su móvil y nos enseña un juego de cartas, el Solitario. «¿Quién va a pagar por jugar en un salón recreativo si hoy en día hay mil opciones para jugar, y encima muchas de ellas gratis? A la gente le da igual jugar a una cosa u otra, con entretenerse un rato le vale. Los salones recreativos sólo los echa de menos el nostálgico», dice con total seguridad. Pero, ¿qué pasa con él? ¿Echa él de menos trabajar gestionando salones recreativos? «Lo cierto es que sí», dice rápidamente. «Me da pena ver este local cerrado. Si alguien lo hubiera alquilado al menos y hubiera puesto otro negocio quizá fuera distinto, pero abrir esta verja de vez en cuando y ver todo como estaba, la verdad es que da mucha lástima. Echo de menos el ambiente que se creaba, ver esa competitividad entre la gente, ver cómo los chavales jugaban codo con codo… creo que todo eso se ha perdido. Me da pena que este negocio haya desaparecido porque los billares, los salones recreativos han estado presentes en muchas situaciones importantes de la vida de muchas personas. Aquí mucha gente se ha conocido, se han forjado grandes amistades, hay gente que ha encontrado novia o novio… a todo el mundo le gusta regresar a los sitios en los que ha pasado buenos momentos». No podemos hacer otra cosa que darle la razón mientras comienza a echar de nuevo el cierre de la puerta. En ese momento todos revivimos de alguna forma el amargo momento de tener que echar de nuevo el cierre de su negocio.

Un ruido muy característico, el de una bola de pinball rebotando sin parar, sale del teléfono de Paco. Tiene que dejarnos ya: han entrado a robar en un bar y han roto una de las tragaperras que había en él. Se va a la carrera, casi sin darnos tiempo a despedirnos, pero agradeciéndole su simpatía y su tiempo. Una vez solos, frente a la puerta de nuevo cerrada, recordamos que estamos ante el último salón recreativo de la Comunidad de Madrid. De forma automática nuestros recuerdos se desencadenan. Nos espera un intercambio de anécdotas e historias vividas entre las paredes de un salón recreativo en nuestro viaje de vuelta a la capital, eso es seguro. Qué mejor manera de honrar la memoria de un negocio tan añorado como desaparecido.

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