Los valores de la Presidencia de Lincoln

Publicado el 23 mayo 2012 por Nestor74

Desde la fundación de los Estados Unidos en 1776, ningún Presidente se había atrevido a entrar a fondo en el tema de la esclavitud. Así fue como grandes líderes históricos y "founding fathers" como George Washington, John Adams, Thomas Jefferson, o James Madison optaron por no abrir la caja de Pandora que podría conducir a la tan temida secesión con la que el Sur siempre amenazó si se trataba de imponer la abolición de la esclavitud a nivel federal. 
Las ideas emancipadoras que vinieran de más allá de la bahía de Chesapeake nunca se aceptarían. Y así fue, como durante más de 80 años, el país vivió dos realidades opuestas dentro de sus fronteras. Tras los grandes nombres de la primera época, empezaron a llegar a la Casa Blanca simples burócratas que se dedicaron a perpetuar una convivencia siempre inestable con los estados sureños. El liderazgo y las ideas desaparecieron de la primera institución del país y las sucesivas presidencias fueron ostentadas por hombres cuyo objetivo era ocupar el sillón de mando, en una demostración palpable de la más profunda ambición personal.
Este era el panorama que se encontró Lincoln cuando inició su carrera a la Presidencia. Elegido, no sin dificultades, como candidato del Partido Republicano, Lincoln explicitó en su discurso la idea de un avance social que consistía en el cumplimiento de aquello que se consideraba el principio fundamental de la Declaración de Independencia y la Constitución y que no se había aplicado, en todo el país, hasta entonces. El principio de que "todos los hombres son creados iguales" se había conculcado en los estados del Sur durante más de ochenta años y ni una figura tan poderosa como Thomas Jefferson (terrateniente virginiano que también poseía esclavos) había podido revertirlo. Es cierto que consiguió la prohibición de importación de esclavos pero nunca concibió, ni siquiera en su imaginación, la posibilidad de propugnar la abolición.

Tras lograr una amplia victoria en las elecciones de 1860, gracias en buena parte a la desunión de un Partido Demócrata fragmentado por la cuestión de la esclavitud, Lincoln puso en marcha una agenda legislativa que debía culminar, en el aspecto social, con una declaración de emancipación en todo el territorio federal.
¿Qué es por lo tanto un líder ? En mi opinión, es aquél capaz de asumir la responsabilidad de un cargo con voluntad de servicio y con una determinación que debe ir más allá de las convenciones. Que es capaz de poner por delante el interés del país al de su propio partido. Y que tomará cualquier decisión, por impopular que ésta pueda ser, sabiendo que eso pueda costarle su propio cargo. El gobernante siempre debe estar lleno de ideas, de proyectos, y no de premisas para la supervivencia política. Porque sobrevivir y perdurar en el cargo no importa absolutamente nada si no consigues mejorar la vida de tus conciudadanos y, en ocasiones, no lograrás ese propósito sin quemarte las manos.
Ese es el mensaje que Lincoln dejó a las generaciones posteriores. Sabedor de que se exponía a la certeza de una Guerra Civil, decidió continuar con su plan porque sin él los Estados Unidos no tenían presente ni futuro. Sus decisiones fueron terriblemente difíciles de asumir pero su propósito era noble y, tarde o temprano, alguien habría tenido que tomar esa controvertido camino. Otro ex-Presidente e hijo de uno de los padres fundadores, John Quincy Adams, afirmó, veinte años antes, que "el hombre siempre buscará la libertad, sea como sea y de todas las formas posibles. Y si para conseguir la libertad en este país, tenemos que exponernos a la guerra, pues que así sea". Pero, entre los políticos del momento, tanto en las Cámaras como en la Presidencia, no había casi nadie que quisiera exponerse iniciando o proponiendo un proceso trágico a la par que necesario. Lincoln fue ese hombre.
Desgraciadamente, y tras ser reelegido en 1864, Lincoln no pudo tutelar los primeros años de la reconstrucción tras una guerra brutal que asoló al país durante cuatro años. Su administración fue un gobierno de guerra, muy a su pesar, y no tuvo la oportunidad de entrar a fondo en otros temas porque la dirección del conflicto era siempre el primer punto de la agenda. Su asesinato, acaecido pocos días después del fin de la guerra, terminó con su idea de reconciliación nacional y de mano tendida a los estados derrotados del Sur. Andrew Johnson, su sucesor, inició una política de mano dura y represión que empobreció a los estados de la Confederación durante décadas. Además, muy pronto, surgiría un nuevo orden social que dominaría la vida de los antiguos esclavos durante los siguientes cien años: la segregación racial.
Los problemas y los retos nunca terminan para un gobernante, sólo esperan agazapados para salir en cuanto otros temas hallan solución. La lucha de un líder debe ser constante y nunca puede bajar la guardia en su deber de asumir las enormes responsabilidades que entraña el cargo. Nunca hemos vivido en un mundo ideal y siempre se han necesitado personas que manifestasen una adecuada combinación de autoridad y moderación, valor y liderazgo, pasión y coherencia.
La figura de Lincoln no puede ser exportada fuera de su época. Él fue un gran líder del siglo XIX, en el que las guerras eran siempre una de las principales formas de solucionar los conflictos. Actualmente, se disponen de otras herramientas y mecanismos para emprender medidas y el mundo ha cambiado completamente en todos sus ámbitos. Pero lo que perdura de su labor es la enorme convicción que demostró a la hora de tomar decisiones y ahí es donde hallamos la lección que todo aspirante al gobierno de un país debería seguir. Porque no existirá una verdadera Democracia mientras el pueblo no reciba mensajes claros por parte de sus gobernantes. Las bolsas fijas de electores, que votan a un partido sea cual sea la gestión, deberían ser mucho más difusas. El trasvase de voto es esencial en cualquier Democracia moderna consolidada y hay que avanzar hacia ese modelo. Pero mientras nuestros gobernantes continúen atenazados por las maquinarias de sus respectivos partidos y constreñidos por programas de gestión y no de acción, poco se podrá esperar de su obra de gobierno.

Creo que en la nueva película de Steven Spielberg sobre la Presidencia de Lincoln, se halla una oportunidad de profundizar en las bases y creencias de un hombre que marcó época. Creo, además, que el film recogerá las innumerables presiones que el Presidente encontró, en su propio gabinete, y que le emplazaban a emprender caminos contrarios a su ideario. El reto es importante pero el proyecto ha sido ejecutado por uno de los mejores y también es de esperar que la interpretación de Daniel Day Lewis pueda ser sobresaliente.