No hay película de la Marvel a la que acuda con indiferencia; ninguna que no me haga regresar a la edad en la que los superhéroes de la factoría de cómics ocupaban casi mi entero ocio y no deseo de ninguna manera censurarme ese viaje en el tiempo. No quiere decir que no haya visto bodrios absolutos, afrentas a la memoria de quienes crecimos de la mano de Stan Lee y de Jack Kirby o Steve Ditko. Lo malo de la Marvel es que Disney le echó el ojo y soltó una pasta muy escandalosa para hacerse con todas las franquicias. Malo porque Disney apuesta por la grandilocuencia, invierte en apabullar al espectador, en noquearlo, en dejarlo sin respiración y en ganarse la parte cómoda de su intelecto, la que no exige mucho y se da por satisfecha con la pirotecnia visual marca de la casa, Joss Whedon, consciente de la eficacia de la reiteración y del peligro de que se abuse en exceso de ella, cuela en el ampuloso metraje pequeñas tramas verosímiles, diálogos que se apartan de la testosterona clásica, guiños cinéfilos agradecibles - la bestia Hulk apaciguada por la bella Romanov - y hasta una metafísica. Porque los tiempos están cambiando, ya saben, y el público adulto, el avisado no, el otro, puede disfrutar con esas pequeñas filosofías de diez minutos en las que los protagonistas creen ordenar el mundo o se creen con la iluminación que requiere ordenarlo.
Los Vengadores 2, La era de Ultrón no es una mala entrega de la serie. A ratos es un más que digno espectáculo cinematográfico; en otros es un delirio, una orgía de escenas de acción controladas por la censura de la casa Disney, en la que no muere nadie o solo caen los malos, aunque no se regodee el plano en evidenciar el modo en que lo hacen. Entre la excelencia y la mediocridad, entre lo sublime y lo vulgar, la cinta cumple con la función que se le encomienda: la de mantener vivas las salas, lo cual no es poco, en estos tiempos de descargas bastardas. No entra en este análisis su oquedad absoluta, su completa falta de dramatismo, la ramplona superficie de sus personajes - y admitamos que ahora hay más relleno y se ve ha habido un interés en realzarlos, en darles el empaque narrativo del que antes adolecían - o la esclavitud del actioner. La historia continuará por cualquier lado: se les ocurrirá a los cerebros de la compañía qué giro congregará de nuevo a las huestes de seguidores, cuáles traerá a adeptos nuevos. Lo que sí es cierto es que se agradece que el tono se haya oscurecido, pero nunca tendremos la oscuridad absoluta, el matiz deseable para los que, entrados ya en una edad provecta, querríamos que la Marvel no solo diese alimento a las generaciones entrantes, sino que tuviese el detalle de cuidar a las antiguas, las que en los setenta íbamos al kiosko y comprábamos las entregas semanales en rutilante blanco y negro. Todavía recuerdo el dolor que me produjo el primer Spiderman en color. Tengo la sensación, muy imprecisa, es cierto, de que la modernidad del color no me sedujo. No dejaremos de acudir cuando se nos llame. Estamos ahí para lo que haga falta.