Los verdaderos enemigos de CHILE – una mirada a la clase «elite» que está destruyendo al país.

Publicado el 13 noviembre 2019 por Carlosgu82

Una perspectiva distinta sobre Chile a la planteada por los medios de comunicación.

Al analizar los fenómenos que están ocurriendo a lo largo y ancho del país, se debe comenzar con el principio. Un grupo de jóvenes que atentan contra el orden público y la propiedad pública, con la primera acción ejercida que fue saltarse una barrera del metro, siendo felicitados por mucha gente adulta, mencionando que este actuar es lo mejor, pues el estado opresor aumentaba la tarifa del metro. Lamentablemente la historia es circular, pues en dos ocasiones en nuestra historia han ocurrido situaciones parecidas, décadas del 40 y 50.

Ese fue el puntapié inicial de una oleada de manifestaciones violentas y pacificas que buscan, no sólo detener el alza del metro, sino más bien, reestructurar todo lo que se injusto contra el pueblo.

Dentro de esto, existen cinco actores, los cuales serán mencionados uno a uno.

En primera instancia, tenemos un grupo de personas de carácter terrorista, que son los que realizan y ejecutan los incendios en distintos puntos de la ciudad atacando el metro, los bienes públicos y privados de manera simultánea y coordinada. Incluso existen algunos ex-presidentes del país (de carácter izquierdistas) que concuerdan en que lo ocurrido en el metro tiene una clasificación de terrorismo. Sin ir más lejos, para lograr la quema y destrucción del metro se utilizaron elementos de carácter militar.

El segundo actor, es el grupo de personas anarquistas antisistema, que tienen sólo un objetivo en mente, lo cual es, generar una inestabilidad en el orden social, crear una revuelta social abanderándose por un pensamiento ideológico claramente de tendencia izquierdista.

En tercera instancia tenemos al “lumpen”, jóvenes desencantados que no tienen esperanza en el sistema. Ellos acompañan los actos de violencia de manera voluntaria sin tener nada que perder, lo cual los convierte, en los personajes más complicados y violentos de las marchas. Para ellos, la situación actual del país es lo más parecido a un carnaval, una fiesta social, donde todo está permitido mientras sea en contra del orden establecido.

El cuarto grupo está conformado por las personas comunes y corrientes, los que experimentan un descontento con el país y con su propia situación personal. Son las personas que están insertas en un sistema de libertad económica, pero no puede acceder a todos los bienes que esta provee y si, aun así, quiere acceder, debe recurrir a costosos créditos, lo cual sólo hace que se inserte más en la rueda negra de la economía de la pobreza. Además, son personas que utilizan el sistema público, pero sienten que el sistema no les responde en materia de bienestar como lo tiene prometido. Este grupo corresponde a la gran mayoría de las personas que asisten a estas marchas, son las que llevan a sus hijos como a un peligroso pero divertido paseo, son los que llevan bebes en la madrugada a acarrear neumáticos y tocar cacerolas.

El último grupo está conformado por el resto de las personas, chilenos, inmigrantes y extranjeros que no quieren la violencia, que están de acuerdo con que existen cambios por efectuar, pero que no harían desmanes o destrozos. Dentro de este grupo, que corresponde a más del 90% de la población, existen los dueños de PYMES, los trabajadores honestos, los micreros, los obreros, gente que con su esfuerzo levanta Chile, que entiende que el mundo gira entorno a la productividad y que deben trabajar para alimentar a su familia, mantener sus hogares y optar por una mejor vida.

Existe sólo una cosa en la que estos cinco grupos pueden concordar, efectivamente existe un problema, pero aún no existe una solución probable, pues el llamado a una nueva constitución, la renuncia del presidente, el concepto de todo gratis, etc., son requerimientos de un determinado grupo político y por ende no son los requerimientos que representan al 100% de la población.

Considerando que ahora tenemos identificados a los cinco actores principales, debemos ahora mencionar al antagonista de esta historia, que no es un partido político puntual, no es el presidente ni tampoco los empresarios, es algo que engloba un concepto diferente. El principal enemigo de esta obra teatral es la “elite nacional”.

Una “elite” que se ha desentendido del pueblo, que no ha asumido su verdadero rol en la humanidad, que ha ido perdiendo rápidamente su razón de ser. Si nos vamos un siglo atrás, la “elite” social mundial eran personas letradas, de buena familia y buen trato, con un real y profundo sentido de la vocación social cuyo único fin era lograr crear un sistema en que la sociedad pueda convivir en utópica paz los unos con los otros.

Es así que el país, gracias a este desentendimiento de la “elite” ha ido perdiendo las bases morales. Las bases que norman y marcan el camino, que llevan a las personas a discernir entre el bien y el mal.

Pero esta “elite nacional” que ha perdido el rumbo se puede subdividir en diversos sectores: la iglesia, la clase política, la clase económica y la clase judicial. Cuatro conceptos vitales para la formulación de una nación bien constituida y que brindaban a la comunidad la reserva moral para continuar el camino. Es este concepto de “elite” que conlleva a nombrar a los senadores y diputados como “honorables” por dar un ejemplo.

Ahora analizaremos cada uno de estos sectores. En primera instancia, la iglesia. El concepto de iglesia, sin importar el apellido (católico, evangélico, protestante, etc.), ha ido perdiendo poco a poco, a medida que diversas acciones salen a la luz, su valor moral en la sociedad. Hoy en día, ver a un sacerdote católico es cuestionarse si ha abusado, ver a un pastor evangélico es cuestionarse si ha robado el diezmo y los ejemplos, realmente dolorosos, podrían continuar. De esta forma, el concepto de los regidores de la fe, los llamados por Dios a sembrar la palabra por el mundo, han perdido credibilidad y, por ende, la gente se ha alejado de Dios. Dios es el primer sinónimo de corrección, de amor, de amabilidad, de empatía, por lo cual, es poco probable pedirle a un pueblo sin Dios, que tenga estos conceptos adquiridos.

En segunda instancia, está la clase política. El concepto de política es “una persona que representa a un grupo superior y que vela por los intereses de este grupo”. Si analizamos esta definición, comprendemos la naturaleza del odio que tiene la gente “común” en contra de los políticos, pues debido a los sinnúmeros de sucesos de redes de corrupción, colusión, desidia laboral y mitomanía que han sido desenmascarados en los últimos años, el pueblo no siente respeto por ellos ni muchos menos siente que ellos estén velando por sus intereses o por crear un Chile mejor.

En tercera instancia, está la clase económica. Aquí es donde se crea una gigantesca brecha moral, pues debido a los mismos males antes expuestos, ha sido demostrado que el grupo de personas que regula la economía del país se colude en un maquiavélico plan de obtener el máximo de ganancias de los servicios básicos y prioritarios, ocasionando de esta forma, que el pueblo que día a día suda por obtener su dinero deba gastarlo rápidamente para saciar las demandas básicas de la vida. La comida, el techo, el agua, la luz y la salud, se convirtieron en una extraordinaria mina de oro para el empresario que coludido con el político logran que el que siempre pierda sea el grupo más humilde.

Por último, pero no menos importante, se encuentra la clase judicial. La falta de moral y ética laboral de las personas que ejercen el sistema judicial, conlleva a que vivíamos en un país donde el criminal, el delincuente, el violador quede impune con firma mensual, reclusión nocturna o muchas veces reclusión en su domicilio, la cual ni siquiera cumple a cabalidad, pero las personas comunes que comenten crímenes menores (como vender comida en la vía pública) sea duramente castigada, encarcelada o multada por el sistema judicial. Existe claramente, a la vista y paciencia de todos, una gigantesca rueda giratoria que ha crecido cual bola de nieve cuesta abajo, siendo en estos momentos incontrolable. Sin ir más lejos, el sistema judicial tiene un problema moral de tal magnitud, que es capaz de ejecutar juicios en contra de personas en desigualdad de derechos, haciendo cumplir para algunos una forma de justicia mientras que para el otro bando se aplica otro tipo de proceso, siendo esta circunstancia avalada por los que la ejercen escudados en la opinión popular, demostrando de esta forma que en Chile la justicia es cualquier cosa menos ciega.

Cabe recalcar que dentro de los cuatro ejemplos de “elite” con los que el pueblo está en guerra, existen personas que intentar remar en contra la corriente y ejecutar su trabajo de una manera justa, digna y moralmente aceptada, pero lamentablemente, se encuentran de bruces con un sistema corrupto y desnutrido desde su interior.