Carola Chávez
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Desde la oposición, el cacerolero común aplaude las sanciones “que solo afectan a funcionarios chavistas”, y mientras busca un antibiótico que no se consigue, sin atar cabos, se imagina la mansión mayamera de Diosdado precintada con tiras amarillas con letrotas negras que dicen “CONFISCATED”, y el yate de Tareck y el apartamento de Padrino Lopez, y ni hablar de sus cuentotas en el Nations Bank. Se imagina todo eso, que él sueña para sí, en manos de chavistas y un bien hecho, plátano hecho, brota de su pecho, porque sabe que son bienes mal habidos, of course porque nadie, trabajando en política, puede tener tanto sin robar. Así las sanciones son un acto de justicia y más, son algo mucho mejor: son una forma de extorsión.
Pero el cacerolero no entiende por qué los sancionados no arrugan, ni que les tuerzan el brazo quitándole sus yates, sus propiedades chísimas con vista a la bahía de Biscayne. No entiende el cacerolero que nadie le afecta que le quiten que no tiene.
Tampoco entiende que hay otros brazos torcidos a punto de fractura: la mayoría de la dirigencia opositora sí tiene propiedades carísimas y cuentas bancarias gordotas, en los Mayamis y Niuyores, y sin disimulos, porque ellos sí pueden tener esas cosas sin despertar sospechas, you know. Ellos, los verdaderos extorsionables, a los que un telefonito los pone a temblar.
Y es que no es difícil pensar en Henry, que tiene a sus chamos comodísimos en Miami, recibiendo una llamada antes de las municipales -cuando AD iba sin frenos a ganar más alcaldías que Primero Petimetres- y una voz texana diciéndole “Stop, no te vistas que no vas” Y esa rueda de prensa, esa cara de derrota. O a Julio Borges a punto de firmar un acuerdo y ¡ring!: “Julio, my boy, déjate de acuerdos de paz, que lo nuestro es asfixiar a quien nos lleve la contraria, y ese acuerdo no nos gusta, matarile, rile, ron…”
Y como ellos, los ex chavistas de gustos caros que saltaron frente al barranco de quedarse sin el chivo -aquí- y sin el mecate -allá-, y convertidos también en muñecos del ventrílocuo, se desdicen y contradicen y escupen mentiras que solo cree el cacerolero que creyó que las sanciones que promueven Borges and friends no tienen nada que ver con el antibiótico que no consigue, sino con quitarle a Diosdado una mansión mayamera que nunca tuvo.