Tanto es así que al año siguiente no solamente Fritz Lang se encargaría de semejante cometido, sino que Douglas Sirk —otro huido del infierno nacionalsocialista— haría lo propio y en paralelo con Hitler’s Madman, seguramente con resultados algo inferiores a Hangmen Also Die!, la cinta que nos ocupa.
Guionizada junto a otro exiliado como fue el escritor Bertolt Brecht, Los verdugos también mueren se centra en los días siguientes al magnicidio y falsea responsables para atenerse ante todo a los conflictos morales y los impulsos emocionales del reparto prácticamente coral que conduce la película. Franz Svoboda —el actor Brian Donlevy en uno de sus papeles protagónicos más memorables junto con Impact de Arthur Lubin y los dos primeros filmes de Quatermass— es, paradojicamente, el médico encargado de acabar con la vida de Heydrich, escondiéndose de la Gestapo y captando complicidades para su supervivencia a lo largo de todo el metraje.
ocultamientos, mentiras y autodefensas ciudadanas
Fritz Lang recurre a la figura del héroe solitario —cuando en la realidad fueron al menos dos los autores— que se enfrenta a la amenaza más infausta del siglo XX como ya hiciera en Man Hunt un par de años antes, concentrándose entonces en la figura de Hitler a través de otro francotirador aislado.
Las disputas éticas indicadas anteriormente quizá tengan en el personaje de Masha Novotny (hija del profesor Stephen Novotny, detenido tras el asesinato de Heydrich) su principal receptor. Interpretado por Anna Lee, cuya dilatada trayectoria tuvo en Los verdugos…, Bedlam y El hombre que trocó su mente (las dos últimas compartiendo cabeza de cartel con Boris Karloff) sus momentos álgidos de mayor lucimiento, ejemplifica a través de su rol el insondable dilema entre el encubrimiento a Svoboda (al que acoge primero y del que a continuación empieza a interesarse sentimentalmente), lo cual conllevaría la condena de su padre, o la delación de aquel, que derivaría en la implicación de toda la familia, desde ese instante toda ella bajo sospecha.
Por de pronto acabará ajusticiada en plena calle por un improvisado jurado popular, creyéndola afín al régimen totalitario, en una escena que remite estéticamente a M, el vampiro de Düsseldorf, la carismática producción de Lang previa al alzamiento hitleriano.
Se suceden ocultamientos, mentiras y autodefensas ciudadanas, insertado todo ello en un crisol de apariencias y excusas a modo de contención frente al terror nazi, deteniéndose con especial énfasis en el histrionismo de los mandos intermedios alemanes, armado de una sobreactuación fanática y deplorable.
El oficio y la maestría del director de Los Nibelungos quedan patentes durante toda la proyección, especialmente en secuencias como el encadenamiento de varios interrogatorios por separado a los miembros de la familia protagonista, donde es imprescindible construir un relato que termine por ahuyentar las investigaciones tanto de las huestes teutonas como de sus colaboracionistas. Una complicidad, esta última, que producirá disparatados resultados, como el de aquel infiltrado que pretende conseguir escolta del invasor a cambio de apoyo logístico: acusado finalmente de estar involucrado en el tiranicidio, acabará pagando de su bolsillo dicha custodia gracias a un retruécano de los nazis a modo de soborno.
Son constantes los simbolismos que aluden a la dualidad de intereses y personalidades de los intérpretes a través de las alargadas sombras con que Lang los refuerza en numerosas escenas, algo que se refleja desde el mismo cartel de la película. La música, a cargo de un estrecho colaborador de Brecht —Hanns Eisler— está dosificada escrupulosamente, recurriendo específicamente a su partitura en situaciones de singular dramatismo lo que, unido a la proliferación de escenarios interiores, cerrados, acaba imprimiendo una sensación general de angustia, opresión e impotencia. Hasta el momento final, ahí donde incluso se muestra con más vehemencia la mano de Brecht: un cierre donde, convenientemente, se elude cualquier atisbo de sentimentalismo fácil típicamente hollywoodiense.
Quizá por eso mismo el equipo de Los verdugos también mueren tuviera que acudir a la financiación independiente —Arnold Pressburger Films— con el objeto de preservar por encima de todo la entereza conceptual de una obra concisa, tajante y sin concesiones almibaradas.
Jesús Fernández
* * * * * * *