Como era de esperar, fue saludado por el indigente con el consabido:
– Adiós amigo –
El caminante detuvo en seco su paso y se volvió en la dirección de la voz. Se quedó mirando con fijeza al personaje.
– Perdone si le he molestado, sólo quería ser educado. – se justificó éste al ver la mirada inquisitiva del desconocido.
– No, no me ha molestado en absoluto, es que me ha parecido reconocer su voz. – Explicó el caminante.
– Usted, uuusted y yo no no no nos conocemos amigo. – Balbuceó con mirada retraída el mendigo.
– Claro que sí. Tú eres Luis. Luis Parejo. – Dijo el caminante mientras se acercaba más al banco.
- Sí, cre creoo que me llamo Luis, pe pero no, no recuerdo mi apellido, ni ni ni le le conozco a us usted. Por favor, de de déjeme tranquilo.- Siguió balbuceando.
- Pero como te voy a dejar tranquilo, alma de cántaro. Soy Juan. Juan Aparicio. ¿No me recuerdas? ¡Joder macho! ¿Cuántos años han pasado, veinte, veinticinco? Estoy mas gordo y con el pelo blanco, pero no he cambiado tanto– Dijo el caminante intentando abrazar al mendigo.
- Creo… creo que se equivoca amigo. Yo no, no conozco a ningún Juan Apa Aparicio, se lo se lo juro. – Contestó zafándose del intento de abrazo.
- ¡Coño Luis! Qué soy yo, Juan, Juan el Gamba. Ya sé que no terminamos muy bien nuestra amistad, pero ¡coño! que me alegro de verte. Te vienes a casa conmigo. Vivo aquí a la vuelta, en la calle Ángel Guerra.
- No, no. De déjeme en paz caba caballero. Yo no le he pe pe pedido na nada y no no nos co co conocemos.- Tartamudeaba cada vez más
- Pero Luís, déjame ayudarte. Por los viejos tiempos. ¡Venga! Vamos a casa. Allí te puedes asear y te dejo algo de ropa limpia. Mi talla más o menos te servirá.
El mendigo enarboló la botella de vino y con tono amenazante gritó:
- ¡Qué me dejes en paz, coño! – Se le quitó el tartamudeo de golpe. – No necesito nada tuyo. No sé quien eres ni lo que pretendes, pero o te largas ahora mismo de aquí o te estampo la botella en la cabeza, aunque me duela perder el poco vino que le queda.
- Vale, vale. Déjame al menos que te invite a un trago. O mejor, te compro una botella de vino y te la traigo ¿te parece?
- A una botella de vino, no digo nunca no. – Contestó el presunto Luis.
Juan, que así le llamaremos en adelante, entró en el primer bar y compró una botella de vino de rioja. Treinta euros sin propina por el descorche. Volvió junto a Luis, que también le llamaremos así a falta de mejor nombre y sentándose a su lado en el banco, le alargó la botella.
Continuará…