Iba yo a buscar el vino, porque el pan no me interesa, cuando de pronto me topé con una historia en la que intentan involucrarme. Puesto que todo el mundo está teniendo voz en dicha historia, creo que yo también debo intervenir.
Sí, claro que soy el supuesto, mendigo, menesteroso, pordiosero, pedigüeño, vagabundo, maleante y cualquier otro apelativo que ustedes quieran endosarme. Todos son erróneos, todos son exactos. ¿A quién le importa? A mí no, desde luego. Y si el apelativo lo acompañan con una invitación a un trago de vino, yo les puedo sugerir unos cuantos más, ni menos falsos, ni menos ciertos.
Dicen que me llamo Luis. Puede ser. Así suelo decir que me llamo cuando me preguntan, porque tengo una vaga noción de que ese es mi nombre, pero pudiera no ser verdad. En cuanto a que mi apellido sea Parejo, les aseguro que no tengo ni zorra idea, pero les digo igual que con los apelativos, con un vaso de vino, acepto cualquier apellido que ustedes me quieran endilgar.
En cuanto a la polémica literaria de si Cela o Delibes, lo cierto es que no he bebido nunca con ninguno de ellos, así que dudo mucho el haber tenido la conversación que aquí se narra. Pero si eso trae otra botella, sea. Lo que sí recuerdo, estrujándome mucho el cerebro, es que en los lejanos años de mi juventud olvidada, algún maestro vocacional me habló de las guerras literarias entre el culturista Góngora y el conceptista Quevedo, llegando a dedicarse extraordinarios sonetos, con insultos inmisericordes pero inteligentes. Si mi memoria no me falla, Quevedo le dedicó a Góngora el siguiente:
Yo te untaré mis obras con tocino
porque no me las muerdas, Gongorilla,
perro de los ingenios de Castilla,
docto en pullas, cual mozo de camino;
apenas hombre, sacerdote indino,
que aprendiste sin cristus la cartilla;
chocarrero de Córdoba y Sevilla,
y en la Corte bufón a lo divino.
¿Por qué censuras tú la lengua griega
siendo sólo rabí de la judía,
cosa que tu nariz aun no lo niega?
No escribas versos más, por vida mía;
aunque aquesto de escribas se te pega,
por tener de sayón la rebeldía.
A lo que Góngora respondió con no menos ingenio y la misma mala leche:
Cierto poeta, en forma peregrina
cuanto devota, se metió a romero,
con quien pudiera bien todo barbero
lavar la más llagada disciplina.
Era su benditísima esclavina,
en cuanto suya, de un hermoso cuero,
su báculo timón del más zorrero
bajel, que desde el Faro de Cecina
a Brindis, sin hacer agua, navega.
Este sin landre claudicante Roque,
de una venera justamente vano,
que en oro engasta, santa insignia, aloque,
a San Trago camina, donde llega:
que tanto anda el cojo como el sano.
No sé si esto aporta algo o no a la historia que aquí se cuenta, pero no era cuestión de que todo el mundo hablara y yo permaneciera en silencio. Sobretodo pensando que se me puede escapar alguna ocasión de conversar otra botella.