En un principio la historia de estas gentes es desconocida para el público en general; Un pueblo de grandes comerciantes, valiosa tradición, navegantes prodigiosos y un mítico espíritu guerrero que los ha convertido en leyenda y, en algunos casos es su única alusión. No en vano esta fábula irlandesa del siglo XII, narra la incursión de los vikingos en Europa Occidental: "En una palabra, aunque hubiera cien duras cabezas de hierro acerado sobre un cuello, y cien lenguas afiladas, prontas, frías, incansables e imprudente en cada cabeza, y de cada lengua saliera un centenar de voces locuaces, fuertes, incesantes, no podrían explicar o narrar o enumerar o contar lo que los irlandeses sufrieron en común, tanto hombres como mujeres, laicos como sacerdotes, viejos y jóvenes, nobles y plebeyos, de malos tratos e injurias y opresión, en cada casa, a causa de ese pueblo villano, airado y totalmente pagano"
O en la época de Carlomagno e inmediatamente después de su muerte (Finales del siglo VIII y principios del IX), las incursiones de los vikingos en Francia dan muestras de su extrema crueldad. Las crónicas carolingias las relataban de la siguiente manera: Pasaban los ríos, asentaban sus campamentos y, a continuación, atacaban la zona con la mayor codicia posible. Sustraían todo lo que era valioso y se podía transportar, quemaban todo lo demás, y los legítimos pobladores eran asesinados o esclavizados. Sin embargo, y a pesar de que estos relatos en algunos casos pueden resultar desmedidos y tendentes a la exageración; siempre en cualquier caso fue cierta la furia y afán destructivo de sus invasiones. Ciudades y monasterios al completo eran pasto para las llamas, y los habitantes que sobrevivían a su ataque, estaban obligados a esconderse en la espesura de los bosques.
No obstante, pese a su imagen despiada en el campo de batalla, fueron una sociedad con un carácter más complejo: mantuvieron contactos comerciales con los pueblos del sur, poseían una cultura artística de notable calidad, dominaron gran parte de Europa, proclamados como Imperio, (desde el norte de Noruega hasta Cornualles en el siglo XI), estaban provistos de su propio sistema político parlamentario, y rendían tributo a unas deidades, que seguro te sonarán: Thor u Odín, son algunas de las principales. Todo ello en un contexto, donde su economía, ímpetu colonizador, poderosos barcos y el dominio de las rutas marítimas, los empujaron a la travesía que a continuación se va a narrar.
En relación a este tema, merece una especial mención, la excelente e ilustrativa película Los vikingos (Richard Fleischer, 1958).