A todo que sí: donde sea, cuando sea, como sea, por lo que sea
Suena el despertador. Es domingo. Son las 9:30. Cuesta, porque la vida cuesta. Lo apagas y por un instante crees que es lunes. ¡Mas no! Te lo pusiste el sábado en la noche para ver a Los Zigarros a las jodidas 11:00 de la mañana. Por un instante empalmar parecía mejor idea, pero nunca lo es. Todo llegará, en cualquier caso.
Porque esto de los conciertos mañaneros no está mal, en realidad. Una vez volvamos a lo que éramos, lo suyo sería que regresaran los conciertos de la tarde-noche, claro. Pero que se mantengan estos otros porque, oye, pues ni tan mal. Así, además, se propicia que la 'infantilería' se acerque a la música en vivo en general y, oh sí, a Los Zigarros en particular.
En los auditorios de los barrios, oh sí de nuevo. En todos hay recintos para conciertos prácticamente abandonados. Total y absolutamente infrautilizados, con hierbajos creciendo a su bola porque a nadie le importa. Qué pena que eso esté ahí y no se usen recurrentemente para que, por ejemplo, toquen cada finde las bandas de chavales que empiezan.
Pero bueno, que nos dispersamos. Los Zigarros. 11:00 de la puta mañana de un domingo. Si ya hemos comentado que Johnny Burning tocó el sábado a las 12:30 en la Gran Vía y nos parecía pronto, pues toma. Y ocurre, fíjate, como ha admitido Ovidi, que estaban tocando súper a gusto. "A ver si esto de tocar por la mañana a ser...", ha lanzado sin querer acabar la frase.
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Porque, efectivamente, la saludable luz del día parece ser enemiga de la nocturnidad y alevosía del rocanrol. Así nos lo enseñaron, así lo aprendimos. Pero en esas, cuando vas arrastrando tu cuerpo de domingo mañanero, salen Los Zigarros y te recuerdan por qué estás ahí. Porque hay que decir a todo que sí. Cuando sea, donde sea, como sea. A todo que sí.
Al rocanrol no le importa el día, ni la hora, ni el cómo, ni el por qué. Tampoco con quién. El rocanrol arranca y te tienes que subir o se va. Puede que te atropelle, eso también. De manera que cuando a las 11:00 casi o'clock se pone la maquinaria a funcionar con 'A todo que sí' ya no hay más que decir, ni tampoco hacer. Solo rendirse y entregar las armas.
En el coqueto auditorio del Parque Forestal de Entrevías, un porrón de rockeros congregados a deshora. Con el pie cambiado. Pero cómo ha sonado eso, tú. Potente, limpio. A trallón. Como pegarle un cabezazo a un Mikasa. El personal pisoteando el suelo y agarrando la silla para no caerse. Y ya estaría. Ya da igual la hora, el caso es que estamos.
La cosa está contundente y no hay tiempo para tonterías. 'Queda muy poco de mí' y 'Voy hacia el mar' apuntalan la movida. Ovidi canta estupendo, cada vez mejor. Y a pesar de la falta de entrenamiento, fluyen fácil porque lo tienen. "¿Qué fue de mis amigos? Aquellos chicos malos que bebían conmigo sin parar". Pues mira, aquí podrían estar, porque es buena hora familiar.
No obstante lo cual, los que estamos, estamos porque nos sigue gustando el cabaret. Y seguimos cayendo por el agujero. Tigres y ratones. 'Malas decisiones'. Nuestro reino por una cerveza helada ahora que se acercan las doce del mediodía. La hora bruja que da la vuelta al reloj y a partir de la cual todo vuelve a estar permitido. Pero no, no hay. No se puede. Maldita sea.
Como tocaba un rato después, aparece para cantar 'Dispárame' con Los Zigarros, como en el concierto del Price, antes de toda esta mierda. La tipa es un huracán que sale de la nada y, caramba, se les encara. Se les arrima. Aurora lo tiene, pero eso ya lo tendrías que saber a estas alturas. Vozarrón y presencia: "Quiero un disparo con huevos".
No hay para mucho más porque la cosa se queda en una horita incesante. 'Hablar, hablar, hablar', 'Dentro de la ley' y una pregunta de fácil respuesta que nos lleva al inicio de todo: '¿Qué demonios hago yo aquí?' Pues estás aquí porque dices a todo que sí. Nosotros somos así.