louella parsons

Publicado el 31 agosto 2012 por Enriquestenreiro @soyconfeso

Me encontraba disfrutando de mi retiro isleño, cuando pensé: "¿Y si me encontrara a Omar Shariff?. Al fin y al cabo, tiene una casa en la isla. No sería muy descabellado. Educadamente, me acercaría y le rogaría que me dejara posar junto a él para, luego, enseñarle a mis confesos la foto. Aunque si me dejara, compartiríamos un refrigerio mientras lo apabullo con preguntas. En el peor de los casos, siempre podría fotografíar su casa, o, incluso, hacerle un robado". Entonces recordé que muchos de vosotros me llamáis Louella (con razón, visto lo visto), en una clara alusión a esa mujer que, yo confieso, me fascina. Así que tomé la decisión de inaugurar esta nueva temporada con ella, partiendo de una de mis primeras entradas, cuando todos éramos jóvenes y desconocidos, y el celuloide no nos había unido. 
Noche del 18 de noviembre de 1924. William Randolph Hearst (Ciudadano Kane) celebra a bordo del Oneida su 43 cumpleaños. Entre los invitados, una representación de los más in del momento: su novia Marion Davis, Charles Chaplin, el director Thomas Ince, el doctor Daniel Carson Goodman y una periodista que, poco a poco, ha conseguido butaca en primera fila de Hollywood: Louella Parsons. Mientras el Oneida surca las aguas, la ebriedad se va adueñando de parte de la tripulación. Charles Chaplin y Marion Davis parecen tener una relación más que amistosa. Las miradas y sonrisas que intercambian denotan una cierta afinidad. Tal y como han acordado, se citan en la cubierta del barco para un encuentro más íntimo. Pero, parece que el homenajeado se ha enterado de los planes de la pareja y, presa de la ira, saca su revólver de diamantes incrustados dispuesto a asesinar a Chaplin. La noche, el alcohol o, simplemente, la mala puntería, dirigen la bala a la cabeza de Thomas Ince, quien cae fulminado y fallece. A continuación, los acontecimientos se suceden vertiginosamente: el cadáver del malogrado Ince es conducido a tierra para su inmediata incineración; el doctor que asiste a la celebración expide un certificado de defunción en donde se indica muerte por paro cardíaco como consecuencia de una ingestión masiva de alimentos. Y todos tan contentos.Y todos tan culpables. 
Limpiada la sangre, enterrado el difunto, recreada una pantomima judicial; en definitiva,guionizada la gran mentira, queda por solucionar un pequeño detalle: ¿cómo callar a la cotilla Louella?Después lo veremos. Ahora, vayamos por partes. 

Louella Parsons no fue una simple cronista en Hollywood. Ella fue "La Cronista de Hollywood", la Reina Madre, la creadora - me atrevo a decir - de la prensa rosa más amarilla. El poder que alcanzó resulta a día de hoy tan incomprensible, que necesitamos saber quién fue, en qué se convirtió y cómo lo hizo, para llegar adonde llegó. Como ocurre en muchas ocasiones, a veces sólo es necesario estar en el lugar adecuado y en el momento exacto para tener un golpe de suerte y, con él, cambiar tu vida.


Louella Oettinger Parsons (1893-1973), no era más que una anodina y provinciana ama de casa. Tras su divorcio, comienza a escribir reseñas cinematográficas en periódicos e, incluso, guiones para películas de poca importancia. Aunque primeramente vertió su maledicencia en el Chicago Record Herald, cuando William Randolph Hearst compra el periódico, ella es despedida, mudándose a Nueva York para comenzar a trabajar en el New York Morning Telegraph. Aquí, publica diariamente una columna con chismes, rumores y, seguramente, alguna que otra verdad.

La materia prima con la que Louella tejía la tela de araña para atrapar víctimas, era la intimidad de las stars. Aunque había tenido predecesoras, ella descubrió algo que aunque hoy nos parezca obvio, por entonces no lo era tanto. En palabras de Truman Capote: " El descubrimiento de Louella Parsons es tan simple como demoníaco; la intimidad, lo más secreto de lo secreto, lo vergonzoso, hace que la cotidianidad de las vidas ordinarias adquiera puntualmente relevancia". He aquí el descubrimiento de Louella: hacer de lo más íntimo una noticia y, con ello, un linchamiento (o una entronización) popular. Evidentemente, la profesión de Louella no tendría futuro si no estuviera enmarcada en el star system, en donde a las estrellas se les creaba una vida privada paralela intachable y, claro está, muy alejada de la real. Por ello, los escándalos, además de no ser bienvenidos en Hollywoodland, suponían para los estudios grandes quebraderos de cabeza. Louella, con una sola palabra, era capaz de detener el rodaje de una película, mandar a casita a cualquier aspirante a actriz que hubiera cometido la osadía de escandalizar su conservadora mente o, simplemente, aplicar el conocido tratamiento silencioso. El método era muy sencillo: en la columna contaba con todo lujo de detalles las correrías de cualquier gran actriz del momento, sin embargo, no revelaba su identidad. De esta forma, todas estaban bajo sospecha. Nuestra amiga Joan Crawford lo definió así: "Cada vez que Lolly decía que una bellísima estrella del cine había sido sorprendida en un lugar de dudosa fama, la acusación recaía sobre todas nosotras sin excepción. Todas sufríamos las consecuencias".
Alcoholismo, adulterio, homosexualidad, adicciones, paternidades, malos tratos... Estos eran los temas más recurrentes de Lolly, quien no escatimaba en medios para conseguir la noticia. Ya instalada en la meca del cine, disponía de una extensa red de informadores distribuidos estratégicamente por todos los puntos calientes de la ciudad, que le iban proporcionando los soplos sobre las estrellas.
Hearst, que de tonto no tenía un pelo, decidió contratar nuevamente a Parsons poco después de haberla despedido. Con el magnate como jefe, su poder subió como la espuma. "El mundo se convirtió en mi ostra. Hollywood ponía la salsa", llegaría a afirmar la viperina Lolly. Y así era. Parsons se convirtió en una gran maestra de ceremonias que manejaba los hilos de los títeres que habitaban Hollywood, al mismo tiempo que sus artículos eran traducidos o transcritos en más de 500 periódicos de todo el mundo. Uno de los mayores logros fue conseguir que Ciudadano Kane no fuera proyectada en 17 Estados porque consideraba (con bastante acierto, todo sea dicho) que Orson Welles se había inspirado descaradamente en Hearst para crear la película (como sabéis, siempre se ha dicho que la famosa palabra Rosebud, no era más que el nombre empleado por el magnate para referirse al clítoris de Marion Davis).
Pero, ¿cómo una simple ama de casa, aficionada al cine, se convirte en el azote de la industria? ¿Por qué?. Y lo que es, quizás, más importante: ¿cómo?. Es probable que el haber sido testigo de excepción de la muerte de Thomas Ince supusiera un golpe de suerte para la rechoncha Lolly. Aunque es cierto que la noche de autos Parsons ya formaba parte del emporio Hearst (si bien, desde hacía poco tiempo), es lógico pensar que su actitud ante los acontecimientos fuera gratificada generosamente, dando el primero de los pasos para convertirse en una de las mujeres más influyentes de la industria durante más de 40 años. Y es que Louella sé lo que has hecho Parsons (como era conocida), inicialmente había confirmado a la policía que viera el cadáver de Ince en el Oneida. Después ya no lo tenía tan claro.  Finalmente, publicó que el realizador había fallecido en el domicilio, adhiriéndose a la línea argumental planificada por Hearst. La fidelidad mostrada para con su jefe, fue recompensada con un contrato en exclusiva, vitalicio y muy suculento. Por su parte, a Chaplin no le compensaba abrir la boca: con el binomio Parsons/Hearst en contra, su carrera podría verse arruinada si salieran a la luz los escarceos con jovencísimas chicas. El silencio del resto de la tripulación fue comprado con relucientes dólares. 
La gran competidora (y después sucesora) de Louella Parsons, otra sagaz cronista de nombre Hedda Hopper, definió su poder así: " Con el imperio Hearst a sus espaldas, Louella ejercía el poder de una Catalina de Rusia. Hollywood leía cada una de las palabras que escribía como si se tratara de una revelación divina desde el monte Sinaí. Las estrellas, los directores y los productores estaban aterrorizados cada vez que abrían el periódico. Todos temían el infierno de su conocido `tratamiento silencioso´ o, peor aún, sus desmanes y sus críticas. Con una sola línea interrumpía producciones, obligaba a casarse a amantes ocasionales que querían salvaguardar sus carreras cinematográficas o a divorciarse a matrimonios bien avenidos. Una sola crítica negativa, y una debutante de talento se veía obligada a hacer la maleta y a volver a su poblacho de origen del Medio Oeste; una crítica positiva, y las alfombras granates comenzaban a bailar bajo los pies con la rapidez de la luz".
Pero, queridos confesos, ya sabéis el refrán: "Dime de qué presumes y te diré de qué careces". Y en el caso de Louella no iba a ser menos. En el fondo, detrás de la temida crítica cinematográfica se encontraba una mujer frustrada y repleta de complejos, alcohólica y promiscua. Lo que ella tan ferozmente criticaba formaba parte de su triste vida. Quizás, la única diferencia es que Lolly, para tener una noche de sexo desenfrenado, tenía que recurrir al chantaje y la extorsión. Al final, y como siempre, todo se reduce a la más peligrosa de las debilidades: la envidia. Louella nunca pudo ser lo que sus víctimas eran.
Parsons acabó sus días en un geriátrico despotricando contra todos los actores y actrices que salían por televisión. Seguía creyéndose poderosa, influyente  y poseedora de la batuta de esa gran orquesta que es Hollywood. Desconozco la extraña virtud de Joan Crawford para estar presente en todos los saraos pero, allí estaba ella, mostrando sus últimos respetos a la viperina cronista. Tras el entierro, al que asistieron numerosas caras conocidas, dijo: "He asistido sólo para comprobar que estaba muerta". Amén, Joan.pd.: visité la casa de Omar Shariff, hoy reconvertida en un bar-restaurante. Según pude saber, tras una minuciosa inspección y algún que otro soborno, el protagonista de Doctor Zhivago  (David Lean, 1965) perdió la vivienda isleña en una partida de cartas. Como prueba fehaciente, al parecer se conserva la mesa con las cartas, tal y como quedó tras la partida, y una fotografía que da fe de todo ello.¿Verdad?, ¿Mentira? Yo sólo pude pensar que quizás Hello Dolly! (Gene Kelly, 1969) tiene algo de autobiográfico.