Louise Wimmer, Francia 2011

Publicado el 15 febrero 2012 por Cineinvisible @cineinvisib

Una lluvia de infierno sobre los cristales de un coche. La voz de Nina Simone en Sinner Man. Una canción que cuenta la historia de este pecador que desconoce en qué dirección debe correr para esconderse. En su desesperación intenta ocultarse en una roca que, llorando, le dice que no le puede proteger. El pecador se dirige a un río que descubre ensangrentado, hacia un mar, que hierva, y con la desesperación, que únicamente la voz de Nina Simone puede transmitir, pide ayuda al Señor que le ordena correr hacia el Diablo.

Y el Diablo le estaba esperando. La lluvia continúa, el diluvio parece durar una eternidad y la mujer, Louise Wimmer, logra apagar la radio. El sonido de las gotas sobre el vidrio parece acompañar el silencio de la cantante y la larga noche comienza para la protagonista, en el coche, sola, con la lluvia, sin el aliento de Nina Simone.

En pocas ocasiones, los escasos 80 minutos de una película, además ópera prima, parecen acompañar con tal perfección la triste actualidad económica que nos amenaza. El vía crucis de esta mujer, sin pasado aparente y casi sin futuro probable, como cualquiera de las personas que nos rodea, no puede plasmar mejor la angustia de la situación actual.

Corinne Masiero, espléndida como protagonista, encarna a esta mujer que lo ha perdido todo. Poco a poco iremos descubriendo que se gana la vida como puede, durmiendo en su coche desde hace seis meses, en espera de que la asistencia social le encuentre un hueco en algún edificio. No le queda nada, salvo lo más importante y lo único imprescindible, la fuerza de seguir luchando día a día y una dignidad, propia de una heroína griega, con la suficiente entereza para no caer en la desesperación total.

Sin ánimo de polémica, en estos momentos la cuna de la civilización occidental arde y entre sus cenizas descubrimos los restos de su principal aportación: la democracia. La toma de decisiones respondiendo a la voluntad colectiva se ha transformado en una dictadura financiera, en la que unos pocos deciden a nivel mundial lo que debemos sufrir todos. La totalidad de los gobiernos actuales recuerdan al Pelele de Goya, un tapiz ejecutado en 1791, en que cuatro majas (para mí, la avaricia, la mentira, la soberbia y la manipulación) mantean un pobre monigote, presidente o ministro, de izquierdas o de derechas, español o inglés.

Si frente a las “dictaduras árabes” aparecen innumerables países voluntarios para derrocarlas y restituir la democracia armados hasta los dientes (luego dejan todo su equipamiento militar que suele ser utilizado por la próxima dictadura), resulta sorprendente lo poco enérgicos que se han mostrado hasta ahora la totalidad de gobiernos mundiales frente a la dictadura de las finanzas, que no duda en instaurar tecnócratas al frente del país que más le conviene (Italia, hoy, es el primer ejemplo de golpe de estado financiero).

Louise Wimmer es el resultado de los efectos de esta dictadura. Un caso particular frente a la generalidad de una situación que se demarra a una velocidad espeluznante. Su director, Cyril Mennegun, con este ejemplo perfecto ha sabido conquistar galardones y haber sido seleccionado en los festivales de medio mundo (Zurich, mención especial) porque la resonancia de la historia siempre parte de una situación personal y los espectadores van más allá de su anécdota.

¿Y qué hace Louise Wimmer? No resignarse y continuar luchando a su nivel, cada día, cada minuto de su existencia. No creo en la revolución, en su sentido, de cambio violento, sino en su acepción de revolver (cambiar el orden establecido) o revolverse (dirigirse hacia otra dirección). Como en la canción de Nina Simone tengo la sensación de que vamos hacia el diablo que nos está esperando.

Frente a la miseria de la situación de Louise Wimmer se podía esperar un trágico final. Y no. No es así. La protagonista ha sabido revolverse en su situación y el final se ilumina con un halo de esperanza. Pequeña, pero esperanza, al fin y al cabo. Ha sabido aguantar y luchar porque conocía a su enemigo: ella misma. La situación actual internacional me recuerda la maravillosa escena del partido de tenis de Extraños en un tren (1951) de Hitchcock en que todo el público sigue la pelota de derecha a izquierda, excepto una persona, que mira de frente, fijamente, no se deja distraer porque conoce muy bien dónde se encuentra el enemigo contra el que debe luchar.