No hay mejor manera de acercarse a las personas, que quitarse la careta de la frialdad y la indiferencia para quedarse sólo con el semblante de la sinceridad y la cercanía. Esa es una lección que traían muy bien aprendida Louisiana respecto a la vez anterior, cuando los vimos en directo en la Sala El Sol de Madrid, pues como confesó Ana Muñoz en el concierto de ayer, en esa ocasión, obviaron hasta decir su nombre. Alejados por tanto de los clichés de las formaciones arquetípicas de la música española, Louisiana salieron al escenario dispuestos a regalarnos grandes dosis de cálida cercanía a través de la música, y que se convirtió en una forma tan sencilla como efectiva de romper el hielo, a la que ellos le añadieron chistes y anécdotas entre canción y canción, sin necesidad de mostrarse trascendentes o arrebatadores, pues eso lo dejaron para sus canciones; una sinfonía de elementos sonoros que como un caleidoscopio, se nutre de los ritmos pop, la chançon francesa, el folk multi instrumental o el jazz más cercano a grupos anglosajones de finales de los ochenta como Style Council, Swing out Sister o Fine Young Cannibals, todos ellos, con claras conexiones de la música soul hecha por blancos, mezclada con el jazz y las melodías suaves.
No hay valor sirvió para romper el silencio de la Sala Costello, y lo hizo con un ramalazo a chançon francesa en los teclados, que de pronto se para y se convierte en un río rabioso que fluctúa sobre las cuerdas vocales de Ana Muñoz, a las que le gusta ese tránsito por el medio tiempo eléctrico; porque esa es una de las características de la música de Louisiana, la fusión de ritmos y sonidos que se deconstruyen unos a otros, para dar como resultado canciones que te invitan a entrar y salir por diversos estados anímicos y musicales, en lo que sin duda es una demostración de su cercanía a un tipo de música más adulta y que sale fuera de los límites habituales; y lo hace, de la mano de unas buenas letras trabajadas bajo los signos de una poesía frágil, tierna e inocente que casi te llega a estallar entre las manos. Miss Antropía fue el primer tema nuevo de la noche, porque ayer Louisiana aprovechó el concierto para mostrarnos nada menos que ocho nuevas canciones, donde se ve la clara ascensión compositiva del grupo. Miss Antropía comenzó con un leve punteo de Ana, para casi de inmediato regresar a esa tensión que no acaba de romperse y que busca una salida que se engancha con la sonoridad eléctrica y dramática del escapismo que necesita de un destino, y que cuando lo consigue, se muestrea dichoso en medio de los ecos vocales de Ana. Con A Mares llegó el primer ¡buenas noches! de Ana Muñoz, y la percepción que la música iba fundiendo el hielo de la sala. Este nuevo medio tiempo, se comportó como una división que separa la inexistente línea que a veces hay entre el jazz y el pop más elegante, del que la gravedad vocal de Ana sabe impregnarse, y que como un náufrago, nos envía señales de ayuda, pero lo hace como una clara invitación a escaparnos a ese no lugar en el que habita la buena música, que esta vez acaba con un buen punteo instrumental que se declina por un arribismo acústico de más de seis cuerdas. Nubosidad Variable comienza con broma incluida acerca del grupo, pero que enseguida olvidamos cuando la voz de Ana Muñoz nos invita a irnos al territorio de un folk casi acústico, que una vez más, se reconvierte en una fuerza arrebatadora y plagada de baterías casi marciales.
¿Queréis bailar?, dijo Luis, y empezó a sonar Arca de Noé, el primer tema instrumental de la noche, con claras referencias a HATEM y a esa fusión de música folk y celta, rítmica y con invitación a la fiesta, que hizo que la presentación de Tinnitus, se convirtiera de nuevo en una demostración de fuerza arrolladora que no claudica ni con baquetazos de bombo y platillos, y que nos lleva hasta Nirvana, que según nos anuncia Ana, es una cover de una canción de Ramoncín, y la canta en francés, un idioma que se acopla perfectamente a su registro vocal, para retrotraernos a esos grandes espacios jazzies de toda la vida, que se rompen cuando suena Al extranjero con un claro ritmo pop que se deconstruye hasta fusionarse con la cacofonía sonora de HATEM, para más tarde convertirse en un auténtico grito de libertad que nos lleva a esa tierra de nadie que también ocupa La Buena Vida, en un armonioso y delicioso ciclo. Los grandes temas siguen saliendo del escenario y Feliz Daño Nuevo nos atrapa en su corta e intensa exposición, pues sus tonos cálidos y dulces no nos dejan indiferentes, y que de nuevo volvemos a paladear en Circo, el cuento de la princesa y el guisante (una de las mejores canciones de la noche) con unas palmas de inicio, que nos invitan a una fiesta que termina con melodías interminables de ritmos apasionados que se entrecortan y nos impiden irnos, para sumergirnos sin complejos en la historia que Louisiana nos cuenta, como si estuviésemos escuchando un relato cargado de enigmáticas melodías que juegan con nuestros sueños perdidos.
El bis comenzó con Reformulación de Daddy (otra gran canción) y que interpretaron Ana y Luis a solas sobre el escenario, pero que nos puso los pelos de punta con la fusión entre la melódica guitarra de él y la tenue fragilidad de ella, con una voz que se rebela ante la soledad de las seis cuerdas, y que en directo, delata la enorme complicidad entre ellos dos, que aparentemente con casi nada, construyen una gran canción, que en esta versión (más larga y emotiva) nos convence más que en el disco, porque a veces, en la sencillez está el éxito. La voz telúrica es otro tema instrumental que sirve a Louisiana, para envolvernos dentro de los ecos que nos guían hacia las profundidades de un cielo estrellado e infinito, un cielo sin fronteras ni límites, al que se une el resto del grupo. La cálida cercanía de la buena música que ayer nos mostraron Louisiana, acabó con Que me desamor, con ritmos nuevamente cercanos a La Buena Vida, un espacio donde parece que Louisiana se encuentra más a gusto, y en el que se enreda con una limpia sinuosidad de seres alados que revolotean en plazas sin nombre. Se despidieron, pero Luis Cebrián contento con la actuación, invitó a Ana Muñoz a bajarse del escenario, y en acústico, nos hicieron el último regalito; “podía perdonarte que no sepas volar”, para demostrarnos que los suyo es una espectacular ascensión hacia la buena música.
Reseña de Ángel Silvelo Gabriel.