Querida Lourdes,
no te enfades si me ves perdiendo el tiempo escribiendo esto… ya sé que hay un motón de cosas que hacer y un montón de gente y chavales en los que pensar, pero este rato es para ti. Lo siento. Te aguantas …y tranquila que trataré de ser breve.Gracias por abrirnos los ojos, ahora que tú los cierras, a las cosas y personas grandes que tenemos en la vida que, por ser tan cotidianas, pasan tan desapercibidas. Eres grande.Gracias por vivir y morir como Jesús, el de Nazaret, entregándote pese a los dolores, poniéndote en las manos de Dios, porque él sabe lo que se hace con nosotros. Eres una mujer de fe.Gracias por educarnos en el servicio a los demás (los de lejos y los de cerca), por hacerlo como Don Bosco, enseñándonos a vivir los momentos más duros y delicados, con tu palabra, tu sonrisa, tus tonterías. Eres una gran Salesiana Cooperadora.Y no te olvides que no vas ahí arriba a descansar… el Paraíso está lleno de chavales …y a los de aquí, de la mano de tu Auxiliadora, todavía nos tienes que dar más de un empujón.
Un fuerte abrazo,Nos vemos… en el patio, en el centro, en la Iglesia, en las aulas, en los pasillos… en la VIDA.
La homilía en su funeral. Por Manuel de Castro
Hermanos, no queremos que estéis en la ignorancia respecto de los muertos, para que no os entristezcáis como los demás, que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y que resucitó, de la misma manera Dios llevará consigo a quienes murieron en Jesús, hemos proclamado en la Carta de S. Pablo a los Tesalonicenses.
Me toca en estos momentos la complicada tarea de dirigir unas palabras de despedida a nuestra querida Lourdes y de poner de manifiesto, aunque solo sea torpemente, algunos de los sentimientos que han poblado lo más recóndito de nosotros mismos, muchos de los cuales se resisten a aflorar por el lógico pudor de las cosas más profundas y humanas que anidan en nuestros corazones. Convencido de la verdad de estas palabras de S. Pablo, de que Dios te ha llevado contigo y estás aquí entre nosotros de una manera nueva y resucitada, permíteme, querida Lourdes, me dirija a ti en nombre de todos con la llaneza y la sencillez de la que tú siempre hiciste gala, cual si de una carta se tratase.
Querida Lourdes:
Aquí nos tienes celebrado esa Eucaristía en la que tú tantas veces has participado. Muchos más hubieran querido estar presentes, en especial tus compañeros profesores del colegio de los Salesianos de Atocha, pero sus obligaciones laborales se lo han impedido. Pero bien sabes te están recordando y teacompañan desde el corazón.
Acabas de dejarnos tras una dolorosa enfermedad contra la que has luchado lo indecible, con coraje y sin desfallecer en ningún momento, cargada como estabas de fuerza y de esperanza. La fuerza y la esperanza que te proporcionaban tu carácter y tu profunda fe en Dios. Una lucha en la que nunca has estado sola, pues se han embarcado en ella y te han acompañado tu marido José Luis, tus hijos, y tus familiares y amigos. Bien sabes que nos hubiera gustado gozar de más tiempo de tu presencia corporal en este mundo.
Nos cuesta aceptar el hecho de tu marcha, y por eso ha brotado en todos nosotros, pero seguramente también en ti, un sentimiento de rebeldía y de dolorsimilar al de Cristo en la cruz poco antes de morir: Padre, ¿por qué me has abandonado? ¿Por qué yo, si soy todavía tan joven y mi marido y mis hijos me necesitan, si me quedan tantas cosas por hacer en la familia, en el colegio en la parroquia de María Auxiliadora? Estoy seguro que tú también, como Él, habrás terminado abandonándote en los brazos de Dios Padre y diciendo con convicción: …pero no se haga mi voluntad, sino lo que tú quieres de mí, por más que nos cueste comprenderlo.
Mientras te dirijo estas palabras pasan por nuestra mente multitud de encuentros y ratos compartidos contigo. Cada uno de nosotros recordamos muchos de ellos. Los recordamos como momentos felices, porque tú los hacías así con tu imborrable sonrisa. Sería imposible mencionarlos todos ellos y expresarte la importancia que han tenido en nuestras vidas. Por eso estamos tristes y apenados, porque has pasado a otra forma de vida con la que nos cuesta relacionarnos. Sabemos que estás, pero de otra forma, resucitada.
No es mi intención hacer un elogio de tu figura, el que tú bien mereces, porque seguro omitiría cosas importantes que quienes se anidaron durante estos años a tu querer conocen sobradamente. Pero sí debo decirte que todos, en especial tus padres, esposo e hijos, estamos orgullosos de ti, de tu optimista forma de ser y de comportarte, de tu coraje ante las dificultades, de tu profunda fe cristiana, de toda tu vida.
El gran número de personas que hemos estado pendientes de la evolución de tu enfermedad, que hemos compartido tus sufrimientos y hemos tratado de infundirte fuerzas, la multitud de familiares y amigos que hemos pasado por este tanatorio para despedirtehablan por sí solos y refrendan el cariño que has conquistado casi sin pretenderlo. No hacen sino hablar de la talla de tu persona, de tu bondad, de tu sonrisa constante para todos, de tu amistad, de tu cariño. Tú también debes estarlo, orgullosa y satisfecha. Te presentas ante el Padre con un bagaje increíble, con las manos y el corazón llenos de buenas obras. Nada de lo que has sembrado en tu familia, en tus hijos y en tus amigos quedará sin fruto.
Gracias Lourdes por lo que has sido, porque de verdad has dejado una huella imborrable entre nosotros. Sabes perfectamente que vamos a añorar con nostalgia tu sonrisa, tu optimismo vital, tus ganas de seguir viviendo... Porque como diceMamerto Menapace en su libro espiritual El Paso y la Espera:Cuando un árbol se va del patio familiarDeja en pie un gran hueco de luz.Para quien no compartió nada con él,Allí simplemente no hay nada.En cambio, para los que se cobijaron a su sombraO compartieron su presencia rica en recuerdos,Ese hueco de cielo abierto lo vuelve a hacer presente en cada amanecer.Nosotros reafirmamos nuestra fe en las palabras del Evangelio pronunciadas por el mismo Jesús: Y esta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite el último día. Lourdes, sigues viva entre nosotros y jamás te olvidaremos.Tus hijos tus padres, tu familia, tus amigos…No es difícil adivinar lo que estarás pensando desde el cielo. Perdóname la osadía si me atrevo a interpretar tu pensamiento y a volcarlo en palabras que no serían muy distintas de las que Santa Mónica dirigió en una sentida carta a su hijo Agustín y familiares poco antes de morir:La muerte no es nada, no estéis tristes. No he hecho más que pasar al otro lado.Yo sigo siendo la misma. Vosotros seguís siendo los mismos. Lo que éramos los unos para los otros, seguimos siéndolo. Dadme el nombre que siempre me disteis, Lourdes.Habladme como siempre me hablasteis, con franqueza y amistadNo empleéis un tono distinto.No adoptéis una expresión solemne, ni triste. Seguid riendo de lo que nos hacía reír juntos... Rezad, sonreíd, pensad en mí, rezad conmigo.Que mi nombre se pronuncie en mi casa como siempre lo fue, sin énfasis alguno, sin huella alguna de sombra. La vida sigue significando lo que siempre significó. La vida es lo que siempre fue: el hilo no se ha cortado, sigo estando entre vosotros. Espero que siempre me recordéis.Lourdes
Su carta:
Quisiera daros las gracias por compartir cada uno de los momentos de vuestra vida, gracias por haberme regalado cada minuto, cada segundo.
Espero haber correspondido a tanta generosidad.
¡Pero queda tanto por hacer! ¡Y se necesitan tantos brazos! ¡Hay que llegar a tantos sitios!... Es una indirecta para que te apuntes, ¡eh!
Recordad: ¡ESTAD SIEMPRE ALEGRES! Tened una sonrisa para los demás, que no cuesta nada.
No preocuparos, estaré siempre a vuestro lado y os estaré dedicando la mejor de las mías.