Este fin de semana me enamoré aún más de Beto, mi esposo. No fue nuestro aniversario. No me trajo flores. No me trajo serenata. No fuimos a ningún lugar especial. Y sin embargo, sucedió. Me enamoré todavía más.
Esto sucedió durante momentos pequeños en los que lo estuve observando; momentos en los que no pude creer lo afortunada que era de tener a este hombre a mi lado. Momentos que quizás para mí son cosa de todos los días, pero que de pronto se convirtieron en eventos fascinantes mientras observaba su manera de interactuar con los niños.
El viernes por la tarde tuve cita con el dentista. Él se quedó con Luca en la sala de espera. Me tienen que creer que no hay cosa peor que estar en un cuarto pequeño con este niño, esperando lo que sea. Digamos que lo suyo no es precisamente esperar. Sin embargo, esta vez, en todo el tiempo que estuve sentada en la silla del dentista, no escuché ningún llanto ni regaño. Moría de curiosidad de saber qué estaba pasando allá afuera. Nada. Me encontré a los dos sentados, platicando, compartiendo una bolsa de papas y refresco. Así, nada más. Como cuates. Me encantó. ¿Cómo no enamorarte de un hombre que puede pasar más de una hora con su hijo de 1 año y medio, platicando como si fueran amigos de toda la vida? ¿Ven a lo que me refiero?
La tarea es otra de las cosas que me tocan a mí. Sin embargo, esta vez, el proyecto final de Pablo le tocó a su papá: una maqueta del primero hombre en la luna.
Yo me desentendí. Después de horas de medir, cortar, pegar, moldear, adornar, platicar, reír y convivir, finalmente quedo:
No sé quién estaba más orgulloso del producto final: Pablo, su papá… o yo. Una vez más, este hombre, amasando plastilina y recortando con tijeras de punta redonda, me había ganado el corazón.
Y el toque final ―para cerrar con broche de oro― fue que justo antes de salir, cuando ya todos estábamos listos para irnos, Pía llegó con su papá y le pidió que si le podía poner el vestido a su princesa. Yo pensé que la respuesta iba a ser un “¡No, ya vámonos!”, después de todo, creo que Beto preferiría volver a armar otra maqueta, cambiar el pañal de Luca o inclusive preparar una presentación para el presupuesto del 2012 de su chamba, más que ponerle el vestido a una Barbie.
Cabe señalar que yo alucino vestir a esta muñeca con ese vestido porque las mangas son prácticamente imposibles de poner. Sin embargo, Beto dejó las llaves del coche sobre la mesa y se dio a la tarea que le había encomendado su hija. Me enamoré. Se tardo años y por supuesto que cuando terminó, volteó y murmuró entre dientes: “Ya quiero ver que los de Mattel tengan una hija de 3 años para que vean lo imposible que es quitarle y ponerle esa mugre cosa a esta muñeca”.
… Me lo comí a besos.
¿Cómo no me voy a enamorar más de él?