Cuarenta años no es nada, y es el tiempo que separa estas dos fotografías de los protagonistas de una de las películas más lacrimógenas de la historia del cine. Personalmente no me gusta la historia del film y considero algo injustificada su enorme popularidad. Con otro humor miro las instantáneas de la entrada del día, esa prueba evidente de que el tiempo estropea los cuerpos de una manera notoria, la misma que se evidencia cada vez que Alejandro Pumarino recoge la imagen que le devuelve un espejo malintencionado