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A mí lo que me gusta es el champán francés, ¿para qué nos vamos a engañar? Lo que pasa es que no siempre lo encuentro en el súper, y a veces, cuando lo hay, se les va la pinza con el precio. En su defecto, me gusta el ucraniano, pero ese no lo hay por ningún sitio en Europa occidental. A falta de esos dos… ved.
Buscando andaba yo el otro día en el supermercado un vino espumoso cuando, a falta de mis preferidos, compré para probarlo una botella de Lucentum, en cuya etiqueta decía ser cava valenciano, aunque al examinarla en casa con más detenimiento resultó que no decía cava valenciano, sino producido con vino procedente de la Comunidad Valenciana, que es muy distinto. ¿No la había leído yo bien en el súper? Pues sí y no; lo que ocurre es que está diseñada para engañar, con las palabras clave escritas en letra doble de grande, de modo que a simple vista se lea lo que en realidad no es. Un truco bastante sucio que me puso sobre alerta, porque venía a implicar que, en realidad, no se trataba de un producto valenciano. En seguida me olí el pseudo-fraude y sospeché la astuta mano del mercantilismo catalán; así que escrutiné el rincón de la etiqueta donde los productores suelen esconder el registro alimentario, que revela el verdadero origen, pero me fue muy difícil distinguir, a simple vista, qué letra de provincia seguía al número (2020); hube de echar mano de una lupa, y aun así me costó trabajo leer la casi indiscernible B (que denuncia a Barcelona), porque –y he aquí lo más fraudulento de este cava– a diferencia del resto del texto, estaba impresa con el finísimo trazo característico de la letra inglesa; el único caracter, tan delgado como un filamento, en letra inglesa en toda la etiqueta…
La etiqueta desinformativa de Lucentum. Adviértanse los engañosos tipos de letra.
Aquí se describe la “procedencia”. Al primer golpe de vista parece leerse “Cava de la Comunidad Valenciana”.
Detalle del número de registro. La B es apenas legible con lupa.
¿Hasta dónde no llegará la escaramuza catalana para ocultar al consumidor la verdadera procedencia de sus productos? Cada lector extraerá sus propias consecuencias, pero a mí me parece que tal maniobra por parte de Lucentum, que en realidad es Jaume Serra, como después me informé, coquetea con los límites de lo fraudulento, si es que no cae de lleno en la ilegalidad, ya que, si bien cumple con el requisito de identificación, es innegable que el diseño de la etiqueta no tiene otro objetivo que el de engañar al consumidor acerca de la procedencia del producto, convirtiendo en desinformación lo que debería ser información. A efectos prácticos es como si incumpliese la normativa, aunque en estricto rigor parezca cumplirla. Así, independientemente de la calidad del vino, que es normalita, el cava Lucentum queda de hoy en más proscrito en mi cesta de la compra. Me parece inadmisible que se utilicen estrategias comerciales tan sucias, directamente encaminadas a engañar al consumidor.
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Por lo demás, no tengo reparo alguno en admitir que soy, en general, poco amigo de los productos catalanes; y esto no por retribuir su rechazo a España (que también), sino porque pocas veces he encontrado que sean de gran calidad. Ya desde mucho antes que se pusiera de moda el separatismo, yo había visto con demasiada frecuencia que alternativas de procedencias más humildes, como Extremadura o Galicia, superaban en calidad (y mejoraban en precio) a las que venían de Cataluña. Sus quesos, lácteos, embutidos, carnes, vinos, legumbres, conservas, etc, (y no hablemos de la bollería industrial) me han parecido en general bastante regulares al compararlos con los de otras regiones.
Cierto es que, como buenos descendientes de los fenicios que son, los catalanes tienen excelentes dotes mercantiles; eso hay que reconocérselo y aplaudírselo; a Roma lo que es de Roma y al César lo que es del César. Cataluña es imbatible en comercializar y vender sus productos, cosa que bien a la vista está, ya que las tiendas y supermercados abundan en ellos por encima de los de cualquier otra región, quizá con la salvedad de Madrid. O por ejemplo no hay más que fijarse en la publicidad y renombre mundial que tiene Barcelona, ciudad que todo extranjero conoce, a veces la única española que les es familiar, pese a no ser la capital y, además, más pequeña que ésta. ¡Es admirable lo bien que han vendido a Barcelona por el mundo!
Sin embargo, como decía, en cuanto a calidad en la producción, las cosas son ya muy diferente. Pero últimamente, a mi racional criterio de compra basado en la calidad, que es un criterio objetivo, ha venido a sumarse ese otro, irracional y subjetivo, que surge dentro de mí como reacción al rechazo que la Cataluña visible y audible se empeña en demostrar hacia todo lo “español”. Así lo siento y así lo digo: como un novio despechado, no quiero cuentas con aquellos que cuentas no quieren conmigo.
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