Lo más hermoso, sin embargo, de «Luces de bohemia», son para mi las acotaciones, soberbios ejercicios de poesía que iluminan la imaginación del lector y le conducen a ese Madrid ajado y ennegrecido, esperpéntico y carnoso, de brillos enmohecidos. Un Madrid que respira amargura e ingenio al tiempo, que aun mutilado mantiene la compostura y la hidalguía...
Vi hace más de veinte años la magnética producción que dirigió Lluís Pasqual en el María Guerrero, con José María Rodero -uno de los actores que más me ha emocionado- como Max Estrella. También vi la producción que dirigió mi añorado José Tamayo, con Carlos Ballesteros como protagonista. Y he visto, hace unos días, el nuevo montaje presentado en el María Guerrero, con dirección de Lluís Homar. Es un trabajo notable, con el empaque propio de las producciones del Centro Dramático Nacional, con interpretaciones de altura y un pulcro respeto por el texto de Valle. Pero a la función le falta abrocharse. Gonzalo de Castro es un actor magnífico, lo ha demostrado en numerosas ocasiones, y en su Max Estrella hay un encomiable trabajo. Pero es, en mi opinión, excesivamente joven para encarnar a este hombre derrotado por la salud y por la vida; al también siempre excelente Enric Benavent le falta aguijón para ese sinvergüenza que es Latino de Hispalis. Del resto del reparto me gustaron especialmente Miguel Rellán (soberbio), José Ángel Egido, Isabel Ordaz, Marina Salas, sobre todo cuando encarna a Claudinita...
El ritmo es el principal lastre de este espectáculo, instalado en la umbría y con la chispa lijada... Es, con todo, una función notable, porque está Valle y porque hay un trabajo tan serio como encomiable. Quizás el problema sea que las expectativas eran muy altas...