Luces de bohemia

Publicado el 01 diciembre 2024 por Malama
Que unos actores digan subidos al escenario las palabras que uno ha estudiado y subrayado por ser geniales sigue pareciéndome una experiencia sobrecogedora, y siempre pienso en ello como una reafirmación de lo que significa el teatro. Tomando la idea de Lorca, cómo las palabras se levantan del libro y se hacen humanas. Si esas palabras son de Luces de bohemia («Soy poeta y tengo el derecho al alfabeto») parece que todo se realza y cobra una dimensión única. Creo que muchos de los que el pasado viernes 22 de noviembre estábamos en el Teatro Español de Madrid sentimos lo mismo. Lleno absoluto, con un buen número de bachilleres motivados para ver una obra de lectura obligatoria, un «clásico reciente de nuestro repertorio escénico», como escribe en el programa de mano Eduardo Vasco, autor de la versión y director del montaje, convencido de que el reencuentro con un texto que remueve tanto nos permitirá pensar en nuestro propio tiempo. Ojalá. Me alegro de que este experto en nuestro teatro clásico no se haya empeñado en buscar soluciones a ciertos rasgos de la expresión esperpéntica contenida en las didascalias del teatro de Valle-Inclán. Pienso, por ejemplo, en el ratón que saca el hocico intrigante por un agujero en la cueva-librería de Zaratustra en la primera acotación de la segunda escena. Se ha limitado, que no es poco, a leer sabiamente al inmortal Valle interpretando la matemática del espejo cóncavo o deformación sistemática y la perspectiva «levantado en el aire» sin traducirlas en distorsiones de algunos de los ricos elementos sígnicos del teatro. Todo lo más, la sutil apertura a la italiana del telón de alguna escena, como la primera, que potencia la representación de una celdilla de la colmena de «un Madrid absurdo, brillante y hambriento»; la portentosa entrada en la escena cuarta del Capitán Pitito con su trote épico sobre un enorme caballo de cartón; o la solución tan expresiva y tan estéticamente concorde con la intención de Valle de la breve escena grupal de la madre con su niño muerto y la pértiga de títeres. Por poner solo algunos ejemplos en los que se constata el extraordinario manejo de recursos que confluyen en este soberbio espectáculo, desde las imágenes proyectadas que refuerzan la ambientación de un espacio, la música en directo —de Eduardo Vasco y ejecutada por Iván López-Ortega (piano), Luis Espacio (guitarra) y José Ramón Arredondo (contrabajo y guitarra), que asumen también otros papeles—, o la estudiada iluminación, hasta una escenografía que puede sugerir la variedad y precisión realista de escena de costumbres de la taberna de Pica Lagartos y también la redacción de El Popular con una enorme plana de periódico que extravaga. Todo, en términos generales, sin separarse de un texto que el público conoce y del que no hay que alterar casi nada para su comprensión, que subraya su mordiente social, político y literario, y que incluso propone su momento de hilaridad para un público de hoy al que le basta que don Filiberto diga de Alfonso XIII —el primer humorista de España en la escena VII— que tiene «la viveza madrileña borbónica». Otra de las excepcionalidades de este Luces de bohemia es el elenco de veinticinco actores, toda una rareza en unos tiempos en los que los costes de un montaje se acortan empezando por el reparto, que en muchos casos puede condicionar la elección de la obra. La interpretación de los personajes principales, Ginés García Millán como Max Estrella y Antonio Molero como Latino de Hispalis, es magnífica, de principio a fin; pero el director ha sabido contar con un grupo en el que la presencia secundaria de algunas figuras adquiere una relevancia admirable por el buen hacer de actores como César Camino (Don Filiberto y Borracho), María Isasi (La Pisabien), Jesús Barranco (Don Gay y Sepulturero), y, por supuesto, de manera también destacada, el Rubén Darío de Ernesto Arias. Como ya ocurrió con alguna lectura contemporánea del genial Valle —el memorable Tirano Banderas de Lluís Pasqual de 1992—, este espléndido montaje del Teatro Español dirigido por Eduardo Vasco será un hito en la sustanciosa historia de la recreación escénica moderna del esperpento.