Luces de escaparate / luces de discoteca

Por Davidrefoyo @drefoyo

Confundimos los focos de la discoteca con las luces del escaparate y nos creímos expertos en marketing, cuando apenas superábamos las técnicas básicas del ligoteo: tienes fuego, quieres tomar algo, deja que te acompañe a casa. Típico. Omitimos las palabras y nos centramos en los besos, era más sencillo así, para un buen beso, no hacen falta explicaciones ni camas limpias ni espacios cerrados. Supimos escondernos en el fondo de los bares, allí donde el resto no se acercaban. Y nos dejaron en paz. Supimos disfrutar de nuestra paz y de nuestros besos, como supimos escondernos de las luces y de las marcas comerciales. Dejamos en manos del destino, de eso que llamábamos destino, el objetivo de nuestras noches, que no era otro que repetir el mismo beso del fin de semana anterior. Y así, más o menos, avanzaron los años, semanas reducidas a sábados por la noche, algún viernes y, de cuando en cuando, alguna fiesta de guardar.
Después el desierto. Arizona. Los Monegros. Aliste. Una larga travesía en la que intentamos creernos las mentiras del Sistema, confiamos en Windows y visitamos estaciones de servicio en busca de una vida que, sí, creímos que nos correspondía. Tan solo buscábamos lo que los otros querían de nosotros. Y, siendo sinceros, no nos fue mal del todo.
Y luego la lluvia. Los incendios. Los miradores. Las segundas partes que no es que fueran buenas, resultaron excelentes, mejorando la versión original. Y los calendarios recuperaron todos sus días y los festivos venían marcados en rojo. Y entonces, leímos un pasaje de Benjamín Prado, un pasaje de Ecuador, en el tránsito de una ginkana espectacular. Y luego tú. Nosotros. Aquello de una sola mujer y un millón de maneras de perderla. Aquello de tenemos que estar juntos para siempre.
O algo así.