Pero algo cambia en ese escenario en los días previos a la Navidad. Los árboles ya no son verdes ni ocres. Despojados de sus últimas hojas, la mayoría lucen desnudos, pero colmados de adornos luminosos que reclaman nuestra atención y nos obligan a bajar el ritmo de nuestros pasos. Las noches se preñan de luces impostadas que proyectan sueños en las paredes de nuestra singular caverna y nos acaban embriagando y arrastrándonos hacia el exterior para que, por unos días, nos olvidemos de las sombras y creamos firmemente que la única realidad tangible son esas luces artificiales y no las sombras en las que se sumerge la realidad de mucha gente que no tiene un techo bajo el que cobijarse y acaba dormitando en los bancos de algunas plazas o en cajeros automáticos o en cualquier esquina de algún edificio que quede un poco a reparo del viento, del frío y de la lluvia.Bajo los techos de las calles que lucen tan engalanados no se distingue la miseria que duerme entre las sombras. Diseminados como hojas secas, nadie les echará de menos en su mesa esta Nochebuena. Exactamente igual que hace más de 2000 años, cuando una pareja de refugiados determinó que su hijo naciese en un pesebre de Belén, sin más compañía ni más abrigo que el de los animales que allí encontraron.¿Cuántos niños como aquél a quién llamaron Jesús nacen cada día en circunstancias adversas en el mundo?¿Por qué seguimos considerando sagrado a un niño nacido hace más de 2000 años y le negamos nuestro amparo a los niños que, como él, nada tienen hoy?¿Por qué nos empeñamos en otorgarle más derechos y más libertades a los muertos que a los vivos?¿Por qué creer en una luz impostada, en un decorado efímero y surrealista, y negar la existencia de la realidad que se oculta tras las sombras de tantos brillos?La luz a la que se refería Platón no puede, de ninguna manera, ser esta luz que tanto nos incita al consumismo más desenfrenado. Ha de ser una luz que emane de nuestra propia conciencia. Una luz que nos permita dejar de sentirnos anónimos entre la gente con la que nos cruzamos todos los días. Una luz que contribuya a abrirnos más los ojos, a no aceptar como un credo incuestionable cualquier versión de cualquier historia con la que alguien intente mantenernos bajo su yugo y hacer con nosotros su santa voluntad.Una luz que nos permita ver una realidad más extensa, menos sesgada y con muchos más matices. Esa luz no se consigue compitiendo entre ciudades por ver cuál de ellas consigue encender más bombillas de leds, sino tal vez luchando por que todo ese artificio se apague y atreviéndonos a encender nuestras propias luces. Fomentando el acercamiento, la cooperación, el entendimiento, los diálogos, los abrazos y los besos. Acostumbrándonos a estar siempre cerca de quienes más nos pueden estar necesitando. Hacerlo sólo en Navidad es como realizar un simulacro que nos demuestre que, en caso de emergencia, seguiremos siendo capaces de estar juntos y de querernos un poco, aunque sea de mentira. Intentar hacerlo todo el año es apostar por cambiar las cosas; es abrazar la creencia de que otra realidad es posible y comprometernos firmemente con ella.
Estrella PisaPsicóloga col. 13749