Luces y sombras de la COVID19 en África Subsahariana

Por El_situacionista

Controles de COVID19 en Madagascar - Foto  World Bank / Henitsoa Rafalia - CC


Lesoto es el único país africano que, en el momento de escribir este artículo, aún no ha reportado ningún positivo de COVID19. En todo el continente, el nuevo coronavirus ya es una realidad, con más de 13.000 casos confirmados de COVID19. Sudáfrica, el país más afectado, ya supera los 2.000 contagios.
Las cifras no parecen muy relevantes si se comparan con las de otras regiones. Más aún si se tiene en cuenta que el primer caso detectado en el continente africano, en Egipto, se oficializó a mediados de Febrero de  2020. Pero la realidad detrás de los números es más significativa. Los sistemas de salud africanos no están detectando todos los casos y en muchos países ya es una certeza que el contagio comunitario es más mucho más grande que las cifras oficiales. Aún así, por ahora, la expansión de la COVID19 en África está siendo más lenta que en otras regiones porque se tomaron medidas muy rápidamente que han funcionado bien a la hora de ralentizar el estallido de la pandemia. Entre ellas destaca el cierre coordinado de fronteras y los protocolos de detección precoz en aeropuertos. En este sentido, la epidemia del ébola que se vivió hace sólo cinco años en la zona occidental de África ha ayudado a preparar a los países para afrontar la COVID19.
La mayoría de los países africanos han decretado el confinameinto. Sudáfrica, por ejemplo, ha anunciado un confinamiento de 21 días. Otros países, como Senegal, Kenia o Madagascar, practican confinamientos en determinados horarios, que obligan a las personas a pasar 12 horas diarias en casa, permitiéndolas salir durante el día a trabajar antes de iniciar el toque de queda. Casi todos los países han decretado el estado de alarma o emergencia. Los efectos, sin embargo, se están notando, y hay que diferenciar tres ámbitos claros en los que la pandemia puede cambiar radicalmente la realidad africana.

Una población muy joven

Obviamente, el primero es el ámbito de la salud. En oposición a los discursos catastrofistas que pronostican un impacto de la COVID19 en África más grande que en los países europeos, hay elementos que juegan a favor de la superación de la crisis. Uno de ellos, que está resultando vital a la hora de animarse a tomar decisiones políticas que permitan avanzarse a los impactos de la pandemia y sensibilizar a la población es la ya mencionada experiencia con un virus más legal, como es el ébola. Otro factor a favor de una superación  positiva es la demografía, ya que África tiene una población mayoritariamente joven y la COVID19 tiene efectos mucho más letales en personas mayores. Por último, y aún más importante, hay que mencionar la importancia de la comunidad.
Como se vio durante la epidemia de ébola de 2015, las redes solidarias de las comunidades son claves en el contexto africano para afrontar los problemas de salud como la COVID19. Estas redes acostumbran a ser el primer punto de atención en salud y detección precoz. También son importantes a la hora de la difusión de la información, el combate de las noticias falsas y la aportación de información donde el sistema estatal no es capaz de llegar.

Sistemas de salud débiles

A los factores positivos, sin embargo, hay que confrontarlos con debilidades en las que los países africanos tienen las de perder. Los sistemas de salud, por ejemplo, no parecen estar preparados para los efectos de la COVID19. Hay pocas camas de UCI o respiradores en toda la región, no hay una red sanitaria extensa en todos los territorios, ni un número elevado de personal sanitario, el cual no podrá ser reemplazado por otro si enferma.
La COVID19, además, tendrá que convivir con otras epidemias como el VIH, la tuberculosis, la malaria o, en el caso del noreste de la República Democrática del Congo, una epidemia de ébola que justo estaba a punto de darse por finalizada después de dos años.
También hay que destacar el problema de la capacidad real de los confinamientos para aislar físicamente a las personas. Hay contextos en el que las medidas de distanciamiento físico son literalmente imposibles, como son los casos de los slums africanos, donde centenares de personas viven en asentamientos sin acceso al agua o al saneamiento. Los confinamientos, además, implican tener que elegir entre comer o quedarse en casa. La gran mayoría de las personas de los países africanos viven al día, esperando encontrar un empleo informal que les permita ganar el dinero para el día siguiente, sin capacidad de ahorro y, por tanto, sin adaptabilidad a las órdenes de permanecer en casa.
La paralización de la economía está teniendo un impacto mucho más negativo en los países africanos que en otros. Se prevé que la región subsahariana se enfrente a la primera recesión generalizada en el último cuarto de siglo. La diferencia con otras crisis económicas en África es que ésta coincidirá en el tiempo con la de aquellos países con más peso internacional, los que podrían aliviar la carga africana, especialmente respecto a su (maldita) deuda, para la cual no hay mecanismos de condonación y sólo quedan buenas intenciones.
La salida de esta situación parece que será la de profundizar en la zona de libre comercio intra-africana, y ya hay quien pide finalizar de golpe y urgentemente el 90% de los aranceles que el acuerdo AdCFTA se había fijado eliminar progresivamente. La dicotomía, como tantas otras veces en la historia de África, pasa por entregar las economías del continente al desarrollo global, donde tantas cosas pierde, o al crecimiento autocentrado que permita la recuperación económica en términos africanos. Y ahora se está en mejor posición para tomar este último camino.

Tentaciones autoritarias

La combinación de crisis de salud y de la economía ha hecho que se pronostiquen situaciones de caos y desestabilización política en los Estados africanos. La filtración y posterior publicación por parte de Le Monde Diplomatique de una nota de análisis del servicio exterior francés donde se apuntaba que esta crisis podía acabar con un escenario de revueltas generalizadas en África, podría estar más pensada para legitimar política y públicamente los rasgos autoritarios que determinados gobiernos están demostrando a la hora de gestionar la crisis, más que como un pronóstico real y plausible.
En el poco tiempo de COVID19 que llevamos, Alpha Condé, en Guina, ha continuado con la reforma constitucional vía referéndum -llamando a las urnas en mitad de la crisis sanitaria- para así poder alargar su mandato y presentarse de nuevo a las elecciones de finales de año. En Uganda, la crisis del COVID19 se está utilizando para perseguir aún más a la comunidad homosexual. Y tanto en Kenia como en Sudáfrica, la policía está tomando control de las calles de manera autoritaria.
Los gobiernos africanos están tomando medidas autoritarias, cancelando el derecho de huelga o de manifestación, imponiendo decisiones por la fuerza o utilizando la crisis para esconder informaciones peligrosas para el régimen político. El peligro, entonces, consiste en que estas medidas lleguen para quedarse, que la crisis de la COVID19 acabe derivando en un estado de emergencia normalizado, que las medidas excepcionales no lleguen a ser revertidas una vez haya pasado todo, y que la normalidad de unos sistemas democráticos que ya tenían muchas debilidades acabe derivando en un refuerzo del autoritarismo presidencialista, y no en un control democrático por la vía legislativa y popular.
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Este artículo fue publicado originalmente en catalán en el número 498 de La Directa, así como en su web, bajo el título Llums i ombres de la COVID19 a l’Àfrica Subsahariana.