Luces y sombras de la gentrificación: a propósito de un paseo por Triball

Por Paisajetransversal @paistransversal
por Ramón López de Lucio


Las ciudades cambian, los barrios cambian, las preferencias y las formas de vivir en la ciudad cambian. Es evidente que la ciudad, cualquier ciudad, esta segmentada en sectores y en barriadas muy diferentes, de muy distinta calidad edificatoria, con viviendas que oscilan entre el lujo y el chabolismo vertical, habitadas por grupos sociales con niveles de renta y de cualificación profesional muy dispares. En términos generales se puede afirmar que en las ciudades europeas las zonas de calidad, bien situadas, con buenas viviendas y edificios bien construidos, tradicionalmente habitadas por grupos sociales de rentas medias-altas o altas, no suelen sufrir procesos de degradación. Eso sí, pueden terciarizarse y perder población conservando sin embargo su atractivo y prestigio. 
Pero determinados barrios populares céntricos y con grados variables de «pintoresquismo», bien comunicados y cercanos a nuevos equipamientos singulares (el Reina Sofía y la Casa Encendida en relación con Lavapiés, el Caixa Forum en relación con el barrio de Las Letras, etc.), sí pueden sufrir procesos de gentrificación. Entendiendo por eso el progresivo desplazamiento de familias de clase media-baja o baja por personas aisladas, parejas o grupos de amigos (raramente por familias con hijos) pertenecientes a diversos estratos de las clases medias, habitualmente con estudios universitarios y gustos más sofisticados y, en particular, con una clara vocación urbana que contrasta con las tendencias generalizadas durante décadas hacia entornos más abiertos y verdes, menos densos y centrales. A la vez que los locales comerciales de proximidad (alimentación, droguerías, etc.) son sustituidos por locales dedicados al ocio (bares de diseño...), moda (ropa...) o especializados en segmentos como la música, la artesanía, etc. 
Estos procesos suceden en todas las ciudades de Europa desde Madrid y Barcelona a Londres, París o Berlín, incluso en algunas ciudades americanas de «perfil europeo» como Nueva York o San Francisco. Desde luego con notables diferencias de ritmo y de perfil. Todo el perímetro interior al bulevar periférico de París, incluyendo distritos tan populares hace 2 décadas como los 18 y 19 al Norte del bulevar Belleville, se están gentrificando. Igual que sucede en la totalidad de la isla de Manhattan, incluyendo barrios como Harlem o el sureste. Ocupados progresivamente por jóvenes (y no tan jóvenes) atraídos por las ventajas de vivir en el centro pero que no pueden pagar los precios prohibitivos de lugares como el Marais o el Village, que sufrieron procesos similares hace décadas. 

Desde luego estos procesos de cambio y sustitución de usos y grupos sociales no están exentos de conflictos y contradicciones, entre las distintas demandas y usos emergentes entre sí o entre estos y los moradores y comerciantes tradicionales. El más clásico es el que enfrenta a locales de ocio (bares) y sus típicos inconvenientes (ruidos, suciedad, frecuentación masiva en fines de semana) con los residentes tradicionales y también con los nuevos residentes; que buscan los atractivos del barrio —centralidad, proximidad a ofertas comerciales y culturales diversificadas, niveles razonables de animación— pero no necesariamente los inconvenientes que provoca la concentración de locales de ocio. O el conflicto entre los comerciantes tradicionales que tienen sus locales alquilados desde tiempo atrás y los nuevos usos comerciales que pueden afrontar rentas superiores e irlos desplazando. Por no hablar de la contradicción manifiesta entre las trabajadoras del sexo agrupadas en la asociación Hetaira y los gerentes y asociados de Triball (triángulo Ballesta-Fuencarral-Corredera Baja). 
Tales conflictos y contradicciones existen y deben ser gestionadas de manera justa y razonable. Pero los procesos de que estamos hablando en buena medida son naturales y saludables; no siempre pueden ser anatomizados como esencialmente malignos, consecuencia de estrategias preconcebidas de grupos de especuladores. En la mayor parte de los casos son muy graduales y son fruto de centenares y millares de decisiones de localización independientes e individuales. Decisiones que intuyen nichos urbanos apetecibles y todavía asequibles, paisajes de ciudad atractivos y complejos. Cuando un barrio recibe nuevos habitantes y usos nuevos se esta renovando y revitalizando contrarrestando las espirales de degradación y abandono que tristemente caracterizan los centros de tantas ciudades americanas. Estas transiciones suelen favorecer también de manera notable a muchos de los habitantes y negocios anteriores (sobre todo si son propietarios). 
El problema surge cuando se utilizan métodos coercitivos cuando no directamente delictivos. Cuando la degradación intencionada de inmuebles de viviendas en alquiler se convierte en objetivo más o menos explícito de sus propietarios. Cuando el abandono de los espacios públicos, las infraestructuras y los equipamientos deviene, por la vía de los hecho, en política municipal para forzar una transformación masiva que implique expulsión de la población original y posterior ocasión de negocio para grandes agentes inmobiliarios (el caso del Cabanyal en Valencia). O cuando el prolongado desinterés y omisión de las administraciones públicas toleran concentraciones excesivas de usos potencialmente molestos a la vez que se olvidan de programas a favor de la rehabilitación del patrimonio edificado y de la revitalización del comercio existente. 
El equilibrio virtuoso no es fácil. La intervención pública puede evitar algunas de las malas prácticas comentadas en el párrafo anterior pero no puede, aunque sea decidida, contrarrestar completamente los mecanismos de mercado, en particular el progresivo incremento de los precios motivados por el aumento de la demanda y el incremento de su capacidad económica. En realidad la disminución de la presión sobre los barrios populares de los cascos antiguos deberá pasar por incrementar el atractivo (en términos de calidad urbanística y de mejora de los servicios y equipamientos públicos) de las primeras periferias urbanas, en particular cincuenta, sesenta y setenta del siglo XX. Es decir, por favorecer la recualificación urbanística y arquitectónica de la mayor parte de la ciudad y no solo la de sus centros antiguos. 
Ramón López de Lucio es arquitecto-urbanista, catedrático de Planeamiento urbanístico en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid y vicepresidente del Club de Debates Urbanos 
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El colectivo Todo por la Praxis organizó una visita crítica y fotográfica por el triángulo Triball de Madrid, a un paso de la Gran Vía, el pasado sábado 9 de febrero 2013. A su vez el Club de Debates Urbanos promovió un debate el 12 de abril de 2011 bajo el título «Triángulo Ballesta, ¿barrio marca?» en el que intervinieron Miguel Ángel Santa (arquitecto de la A.C. Triball), Isabel Rodríguez Bobillo (Asociación de Vecinos Barrio Universidad), Juan José Cigarrán (Asociación Foro Cívico Gran Vía) y Carmen Briz (colectivo Hetaira), moderados por Álvaro Ardura.

Créditos de las imágenes:
Imagen 1: Fotografía de Rafa Turner tomada durante el Gentrificatour Triball del 9 de febrero de 2013 (fuente: @rafaturnes). Imagen 2: Establecimiento chino en la calle Colón. La versión moderna de los ultramarinos de toda la vida (fuente: Ramón López de Lucio). Imagen 3: Ramón López de Lucio tomando una foto durante el Gentrificatour Triball del 9 de febrero de 2013 (fuente: @rafaturnes).