Los pueblos, que no son tontos por mucha mentira y manipulación que reciban, responden con odio a la injusticia y bajeza de sus dirigentes políticos.
Para la mayoría de los políticos actuales, la política es un negocio y el odio es el marketing perfecto. De lo que se trata es de mantenerse en el poder y lograr desde el Estado, con odio y miedo, privilegios, poder y dinero, para lo cual no hay mejor camino que dividir, envenenar, engañar, confundir y envilecer a los ciudadanos.
El odio del pueblo a los políticos corruptos y desalmados es la respuesta lógica y natural de los oprimidos frente a los opresores.
Esa concepción malvada de la política es la que explica que existan tiranos y autócratas asesinos y ladrones en el poder, en muchos países del mundo.
El odio como el terror ha sido siempre un instrumento al servicio de intereses políticos. La clásica obra de "El Príncipe" de Nicolás Maquiavelo dedica grandes espacios al odio como recurso del poder moderno.
La democracia, sin embargo, prohíbe el odio y se basa en el acuerdo. la concordia y el debate sosegado. Por eso es el sistema más popular y con mayor prestigio. El odio es antidemocrático, liberticida y generador de tiranías y abusos.
En el siglo XX, el odio llegó tan lejos que provocó matanzas y dos guerras mundiales, impulsadas por tipos tan deleznables como Lenin, Stalin, Hitler y otros. La consecuencia de ese odio desatado, principalmente en los ámbitos del socialismo, fueron más de cien millones de ciudadanos asesinados, no en los frentes de batalla sino en la retaguardia.
La Guerra Civil española de 1936 fue otra espeluznante explosión de odio, que comenzó con violaciones, torturas y asesinatos por parte de la izquierda en la República, que a su vez provocaron el alzamiento de unos militares nacionalistas, que también fueron crueles en su lucha.
En el siglo XXI el odio es menos violento, espectacular y sangriento, pero es más sofisticado, está más extendido y no es menos dañino y letal.
¿Cómo acabar con el odio? lo primero es saber que el odio siempre genera más odio y que el camino del éxito pasa no por odiar más, sino por sustituir a la actual clase política, plagada de psicópatas, corruptos y malvados, por personas decentes de probada bondad y formación cívica. Con los mejores en el poder, en lugar de los peores, el mundo empezará a cambiar y el odio desaparecerá.
La lucha contra los políticos malvados del presente es el primer deber de todo demócrata y ciudadano honrado del mundo. A los canallas que se han apoderado del Estado no hay que darles tregua.
Francisco Rubiales