(JCR)
“Durante los últimos años aquí se han hecho muchos esfuerzos por la Guerra y muy pocos por la paz”. Jean Mbeshi sabe muy bien de que habla. Este
Es mi tercera vez en esta ciudad. Sus calles acumulan basuras y tiene un trafico caótico, dominado por destartaladas furgonetas, moto-taxis que parecen salir de debajo de las piedras y los omnipresentes « chukudu », unas carretillas fabricadas con cuatro maderas con las que infinidad de niños se lanzan peligrosamente cuesta abajo sin frenos. Puede que el panorama no sea muy atractivo, pero a mi este lugar me gusta y me fascina. Los congoleños son personas alegres y cordiales en medio de cualquier desgracia, y lo que hace que un lugar sea bonito no son los paisajes –que también los hay hermosos aquí, como la silueta del volcán Nyaragongo- sino las personas que lo habitan.
Me duele ver a tantos niños que no van a la escuela. El director del colegio Mwanga me decía ayer que en Goma llegan al 30 por ciento los que no frecuentan las aulas. Y del 70 por ciento restante muchos no terminan el año académico por falta de medios. Estudiar aquí en una escuela primaria cuesta unos nueve dolares al mes, y doce en la secundaria. Muchas personas sobreviven contratándose como jornaleros, tarea por la que suelen ganar uno o dos dolares al día, y quien tiene seis o siete hijos no puede enviar a todos ellos a estudiar.
Goma fue arrasada por una erupción volcánica del Nyaragongo en 2002 y desde entonces las piedras volcánicas de color negro dominan el entorno, a duras penas modificado por los propietarios de peluquerías o tiendecillas que adornan sus kioskos con imágenes de colores vivos como si la gente se resistiera a vivir en el agujero de muerte y desesperación en el que los intereses de quienes comercian con el coltan y otros minerales les han sumido.
Quiero llegar a Boscolac, un proyecto de la ONG donde trabajo, Red Deporte y Cooperación, que esta en el barrio de Mugunga, a 15 kilómetros de la ciudad, pero durante estos días hay huelgas de minibuses y de estudiantes y en cualquier momento se monta una algarada en plena calle que trastoca todo. Al llegar a la universidad hay un neumático ardiendo en medio de la carretera y no se puede pasar porque una multitud de jóvenes han colocado una barrera de piedras. Hay que dar media vuelta y tener paciencia. En África hace falta mucha.