Lucía es una muchacha que vive bajo el tormento de la muerte de su padre, un martirizada y descompuesta. Se encuentra ingresada en un hospital psiquiátrico y tiene alucinaciones (“¿Por qué nadie se cree que soy normal?”, p.27), que son contempladas con preocupación por las personas de su entorno. Su madre, Cristina, y su nuevo amor, Eduardo, la visitan con solicitud.Es evidente que nos encontramos ante un asfixiante ejercicio de inmersión en los entresijos mentales de la chica, que no ha aceptado la muerte de su progenitor (ni tampoco la de su hermano Carlos) y que vive con el corazón herido por la nueva relación sentimental de su madre, que juzga invasiva e impropia.En la pieza encontramos ecos clásicos evidentes, que la autora no solamente no oculta, sino que subraya y adapta a la perfección. En este caso, no hay que realizar muchos esfuerzos imaginativos para relacionar esta historia con la de Orestes (al que se cita explícitamente en la p.51), hijo de Agamenón y Clitemnestra, que mató a su madre y al amante de ésta.Diana de Paco vuelve a demostrar en estas páginas que la cultura clásica sigue viva entre nosotros, porque, en realidad, hablaba de nosotros hace ya más de dos mil años. Y vuelve a demostrar también que su sólida trayectoria en el mundo de la dramaturgia no es fruto de una casualidad, sino de un enorme talento para la creación de personajes y espacios escénicos.
Lucía es una muchacha que vive bajo el tormento de la muerte de su padre, un martirizada y descompuesta. Se encuentra ingresada en un hospital psiquiátrico y tiene alucinaciones (“¿Por qué nadie se cree que soy normal?”, p.27), que son contempladas con preocupación por las personas de su entorno. Su madre, Cristina, y su nuevo amor, Eduardo, la visitan con solicitud.Es evidente que nos encontramos ante un asfixiante ejercicio de inmersión en los entresijos mentales de la chica, que no ha aceptado la muerte de su progenitor (ni tampoco la de su hermano Carlos) y que vive con el corazón herido por la nueva relación sentimental de su madre, que juzga invasiva e impropia.En la pieza encontramos ecos clásicos evidentes, que la autora no solamente no oculta, sino que subraya y adapta a la perfección. En este caso, no hay que realizar muchos esfuerzos imaginativos para relacionar esta historia con la de Orestes (al que se cita explícitamente en la p.51), hijo de Agamenón y Clitemnestra, que mató a su madre y al amante de ésta.Diana de Paco vuelve a demostrar en estas páginas que la cultura clásica sigue viva entre nosotros, porque, en realidad, hablaba de nosotros hace ya más de dos mil años. Y vuelve a demostrar también que su sólida trayectoria en el mundo de la dramaturgia no es fruto de una casualidad, sino de un enorme talento para la creación de personajes y espacios escénicos.