Lucía Méndez y los establos del periodismo (y de la propaganda, la publicidad, el entretenimiento, la política y la empresa)

Publicado el 16 julio 2011 por Noblejas

No termino de entender el "We are sorry" de Rupert Murdoch para decir que en su conglomerado mediático lo sienten, y pide excusas por lo hecho, diciendo que: "News of the World estaba en el negocio de responsabilizar a otros. Fracasó cuando se trató de sí mismo. Lamentamos las graves maldades que ocurrieron. Lamentamos profundamente el dolor causado a los individuos afectados".

La verdad es que no sabía que un tabloide se dedicara al negocio de responsabilizar a otros ("the business of holding other to account"). Sé más o menos de qué se trata cuando hablamos de Watchdog Journalism, pero no sabía que "responsabilizar a otros" fuera una dedicación profesional de gentes dedicadas a la comunicación.

Sobre todo porque no puedo dejar de asociar esa presunta actividad de "responsabilizar" con el uso de escuchas ilegales e inmorales, y el chantaje más o menos encubierto de personas normales y personalidades públicas de cualquier pelaje político o empresarial, o simplemente famosos. Un chantaje basado en la publicación escandalosa, sin asomo de pretensiones de hacer más responsables a las personas implicadas, o de prestar un servicio responsable al bien común, o algo así...

Por esto no termino de entender bien el "We are sorry" entonado por Murdoch. Y por esto mismo  coincido con lo que reflexiona Lucía Méndez en El Mundo acerca de los establos del periodismo. Amplios establos que, a mi modo de ver, también están a disposición de algunos de los que se dicen profesionales de otros aspectos de la comunicación pública, junto a empresarios, políticos y otras gentes, que -para su desgracia y la nuestra- viven instalados en el escándalo (en principio, achacándolo a los demás):

(...) El escándalo da para muchas reflexiones. Sobre los establos de la política, pero también sobre los establos del periodismo. Tal vez sea un buen momento para hacer examen de conciencia. ¿Cuándo y dónde perdimos la inocencia? ¿En qué despacho abandonamos la ilusión de contar lo que veíamos y sólo lo que podíamos descubrir a base de llamar por teléfono, y no de pinchar el teléfono? ¿En qué punto del camino los periodistas dejamos de servir a la verdad para agradar únicamente a nuestros jefes? ¿Por qué damos lecciones de moral cuando tan necesitados estamos de recibirlas?

Pudo ser cuando nos compramos un Audi a crédito, cuando quisimos vivir en un chalé de un millón de euros, cuando nos pusimos un escapulario al cuello del político/a que nos podía nombrar directores de una televisión autonómica, cuando tuvimos que hacer la pelota mucho más de lo decente al jefe para tener una tarjeta que pusiera «subdirector», cuando empezamos a opinar a base de prejuicios o de intereses, cuando decidimos ir a muerte a favor de un partido, cuando creímos a quien nos dijo que nuestras crónicas eran las más leídas de la prensa y que marcaban la agenda política, o aquel día en el que, sin que nadie nos lo dijera, llegamos a la conclusión de que somos geniales. Pudo ser cuando empezamos a comportarnos como si fuéramos importantes o cuando decidimos que queríamos ser poderosos, como Rebekah Brooks en vez de conformarnos con ser periodistas.

Cuando algo de este tipo pasa por la vida de un periodista de a pie, vaya uno a sopesar el alcance del "We are sorry" de quienes quizá no se conforman con ser profesionales de la comunicación.