Lucía rosa gonzález

Por Acalvogalan

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Sonia Betancort
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Olvido García Valdés


Bio-bibliografía
Lucía Rosa González (1954, La Palma, Islas Canarias) ha dirigido la revista literaria Pequeños Poetas, los grupos de teatro El Roque y Ana Mª Samblás. Actualmente imparte clases de Lengua y Literatura en el Instituto Eusebio Barreto (La Palma). Ha publicado los libros de poemas Casta de rosas ausentes (CajaCanarias, Premio de Poesía "Pedro García Cabrera" ) De dónde el vuelo (Ediciones La Palma). Sueños de qué mundo (Editorial la Palma, finalista del Premio Internacional de Poesía de S/C de La Palma), El libro de teatro Otro son, otra danza (Centro de la Cultura Popular Canaria), los libros de cuentos infantiles Donde el volcán nace (Editorial Interseven), La niña de pimienta seca (Editorial Interseven), Javier es una estrella (Editorial Interseven) y el libro de teatro infantil Adónde van las brujas (Editorial Interseven).

A modo de poética

¿Y si todo estuviera dicho ya? Si la paloma, de tantas veces blanca, se desintegrara en un agujero negro, sin un simple violín que entone un réquiem.
Si las rosas que aromaron nuestra piel se agazaparan detrás del pensamiento arañando con sus púas los almendros, el beso mío y tuyo, y callando todas las guitarras.
Si el amor que ha permanecido en eco casi eterno, mañana, gastado en sueños ya soñados se extinguiera.
Y si el mundo y ese no sé qué de la memoria en círculos concéntricos –cada vez más pequeños– de silencio anclaran sus orillas, no se podría escribir te amo o sueño, pues la poesía, esa fiera resbaladiza, como lluvia intensa del levante borraría tal levedad.
Pero si la intuición se arremolina y ataca, siempre hermosa y novísima siempre, si la palabra insiste y se hace alma de golpe y nos muestra su intimidad, su insolencia, su inefable carácter de latido, y no nos repite lo que queremos que diga, sino que lo lesiona y aún sangrando lo transmuta y lo empuja desde su voz hacia abajo, entonces, la palabra, como balsa clandestina, que navega a la deriva en un océano sin tiempo ni mudez, cuyas olas son mar, manos de mar, empape nuestras entrañas como violento aguacero, exprima el vaho del verso en las cunetas o, como imantado hueco capaz de sorber senderos, hombres, fracasos, incertidumbres y mujeres, encienda con su aliento la tea de los pinos y destile su fuego deslumbrante un instante pleno para que podamos bebernos su celestial veneno en una caña de azúcar hueca aunque nos queme.
A estas variaciones del frío o del fuego, a la lesión ingrata que originan las púas de las rosas, a la exquisitez de una ebriedad o una dolencia, a la imprudencia del arriesgado mar que nunca descansa y nos atrae hacia sí y nos repele, y hecho vaivén nos aúlla y nos muere durmiéndonos sin poder liberarnos del recuerdo; a esas infinitas oscilaciones, repito, aún sin concluir, las llamo poética.
Ay, si esa fiera huidiza me devorase.


Poemas

LOS POETAS
Fue anoche que a mi sueño
entraron los poetas encendiendo una vela
para solidarizarse con la tierra,
ante el inminente peligro
que la amenazaba.
Tenían sus dudas los poetas;
sueño adentro, abordaban
a un meteorito responsable
de un posible temblor.
Llevaban torbellinos
de imágenes futuras en los ojos,
las pestañas marchitas
y el corazón abierto.
Era intuitiva su preocupación,
no científica, y, con el deseo
de aclarar dudas a la memoria colectiva,
quedaron solos
ante la leve luz lejana.
El alma de los poetas, tan amplia
y tan mágicamente iluminada,
puso la tierra en papel celofán.
Ante tal transparencia, la amenaza retrocedió.
Abrazándose, los poetas
sollozaron.
(Manifestaciones así, de gozo,
son casi intolerables para los poetas:
significa que las satisfacciones
permanecen en ellos un escaso segundo.)
Después, se consumió la vela. También la noche.
Solos como en la nada
vi que brillaban los poetas,
más tarde se esfumaron.
II
Al amanecer, los poetas
aún permanecían en mi sueño.
Respiraron arena
antes de que saliera el sol.
Vi cómo gateaban anegados
en urea y arrastrar sus testículos
en la sombra de la luna que se iba,
rastreaban el semen sudoroso
de un perro tísico.
Juntos por los despojos,
por los malolientes despojos
de los perros
, decían.
(Los poetas existen en la conciencia,
habitan en el subconsciente,
van a contracorriente,
silencian la normalidad
y hablan poco;
liban la escarcha de las rosas,
encienden los volcanes
con signos que el tiempo descifrará,
tiran piedras al mar
y escrutan las entrañas ocultas de la noche.)
Pude haberlos librado
de la visión apocalíptica de la tierra,
de la contemplación ficticia de sus almas.
Mas la pasión violenta de ese rato
diluyó
el encanto bestial de los poetas
transformados en voz,
felizmente ignorados por la muerte.
La imagen en mi sueño
se asentó tan intensa
que ahora que no están
la evoco y los contemplo
como contemplo el cerco
del cielo inalcanzable.
De Sueños de qué mundo
DEBE SER POR AHÍ
¿Dormir es estar muerto?
Pues hablemos del sueño.
De los barrancos
que nos despertarán
si corren por sorpresa.
De los escalofríos que sentimos
cuando reptamos en el fondo
con los gusanos
que se ahogarán sin duda.
Del coro de palomas que nos entran
volando por el pecho;
enfermarán de lodo,
de corazón, de vísceras, de escombros,
de rabia como perros.
Se infectarán
de nosotros que vagamos de noche
en el barro con los ojos abiertos,
esperando
inútilmente el sueño.
Debe ser por ahí la inexorable muerte.
Inédito
LA ESTRELLA POUND
Ezra Pound: santo laico, poeta loco, murió en Venecia en brazos de su hija. Sólo fue un incendiario que trató de quemar el mundo con sus versos.”
Manuel Vicent

Desde la estrella Ezra
Pound detecta su nota necrológica.
Enrejado en la jaula lee: Venecia.
El sublime final del universo
es un principio
de voces que nos mecen en el tiempo.
La eternidad eterna es un banquete.
Aunque el mundo está roto por las puntas,
él es el centro de la mesa tierra.
Pero es el ramo erguido continente,
los tulipanes rojos florecientes,
el brillo de los ojos,
de los ojos de Pound.
Degusta tulipanes en la cena,
en homenaje a D. H. Lawrence,
el centro de la cena
ya son los tulipanes de la boca,
y es Yeats la estrella de la noche
y es Dorothy la luna del jardín,
la luna del jardín de Pound.
Ya no hay jardín sin Dorothy
en los ojos de Pound.
Un rojo tulipán le sabe a Yeats,
a poema naciente,
el que transforma Pound, metaboliza,
corrige, imprime, reimprime,
versos del paraíso de los versos
son poemas del cielo de los mundos.
Pare Joyce el Ulises
y el universo mudo oye un canto
que es un reto del Pound abrazador.
La aceptación del reto de los otros,
el otro de los otros son el otro
tras los otros de Pound.
Navegamos tocados por los cantos del Otro.
No hay barreras para la estrella Pound:
los versos son la prosa del poema.
Dorothy, amante, tulipanes, Yeats,
los ojos milenarios del poeta
son la estrella exhibida, la estrella inofensiva,
con los ojos exentos de locura
en St. Elizabeth´s.
Enrejado en la jaula lee: “Eliot”
que comparte su jaula de poeta
porque el alma es así.
Y es miércoles ceniza color nube,
la biblia es la ceniza de los miércoles,
dice Eliot a Pound, el lanzador de estrellas.
¿Qué alguien que no es mono
canta un canto coherente,
doce años metido en una jaula
en St. Elizabeth´s?
Las voces que escuchamos
abriendo socavones en el tiempo,
¿proceden de los dioses de la jaula?
Si he de morir, oh, Pound, maestro mío,
con ojos, boca y manos
llenos de tulipanes,
la jauría celeste que nos ata,
doce años atada a la jauría
con la barba y los ojos de tus dones:
el don de tu locura visionaria.
Inédito

EN LO VERDE OCULTO
Mi caballo es el otro.
En lo verde distinto
del viejo limonero se detiene.
El caballo volando no es el mismo.
Aunque agita las alas,
finge que vuela
como diablo desnudo
en lo verde oculto.
Mas le pesa la cola.
Debería no mirarlo
y comerlo,
pero no sé cuál es éste o el otro.
Planea.
Apoya su pequeño corazón
en el aire
y besa mi mente con sus sinlabios
de insecto.
Se alimentará de mí como
de flor
y seré su gran gala.
A sus alas aspiro.
(Libélula)
De la revista literaria La fábrica
y la revista digital Hartz