Luciano de Samosata, pionero de la ciencia ficción y crítico del cristianismo. Este escritor (125-181 d.C.) es el autor del primer viaje ficticio a la Luna. Lo hace en su obra Relatos verídicos o Historia verdadera, creada para burlarse de todos los historiadores que describían seres fabulosos en tierras ignotas o milagros inconcebibles hechos por personajes místicos. Era plenamente consciente de que todo cuanto escribió en estos relatos era ficticio: “Me orienté a la ficción, pero mucho más honradamente que mis predecesores, pues al menos diré una verdad al confesar que miento. Y, así, creo librarme de la acusación del público al reconocer yo mismo que no digo ni una verdad. Escribo, por tanto, sobre cosas que jamás vi, traté o aprendí de otros, que no existen en absoluto ni por principio pueden existir. Por ello, mis lectores no deberán prestarles fe alguna”.
El viaje a la Luna de Luciano dura siete días y sus noches. Un tifón levanta la nave en que viaja y lo lleva hasta nuestro satélite, desde donde observa la Tierra: “Durante el día nada divisamos desde allí, pero al hacerse de noche empezaron a aparecérsenos muchas islas próximas –una mayores y otras más pequeñas—de color semejante al del fuego. Vimos también otro país abajo, con ciudades, ríos, mares, bosques y montañas, y dedujimos que era la Tierra”. Increíblemente, los selenitas (habitantes de la Luna) nacen de familias o matrimonios del mismo sexo: “Entretanto, durante mi estancia en la Luna, observé muchas rarezas y curiosidades, que quiero relatar. En primer lugar, no nacen de mujeres, sino de hombres: se casan con hombres, y ni siquiera conocen la palabra «mujer». Hasta los veinticinco años actúan como esposas y, a partir de esa edad, como maridos. Y no quedan embarazados en el vientre, sino en la pantorrilla. A partir de la concepción, comienza a engordar la pierna; transcurrido el tiempo, dan un corte y extraen el feto muerto, pero lo exponen al viento con la boca abierta y le hacen vivir”. Otros son descritos así: “Pero voy a referirme a algo aún más sorprendente. Existe allí un linaje de hombres, los llamados «arbóreos», que nacen del modo siguiente. Cortan el testículo derecho de un hombre y lo plantan en la tierra; de él brota un corpulento árbol de carne, semejante a un falo: tiene ramas y hojas y su fruto son las bellotas, del tamaño de un codo; cuando están ya maduras, las recolectan y extraen de su interior a los hombres”.
El gran astrónomo Johaness Kepler escribió un relato sobre un viaje a la Luna, en el que un aventurero narra los movimientos de nuestro planeta vistos desde el espacio. Cyrano de Bergerac también escribió sobre un viaje la Luna. En la obra de Rostand, Cyrano cae de un árbol junto a un hombre. Este, sorprendido, pregunta de dónde ha caído y el poeta responde que de la Luna. De las seis maneras de viajar a la Luna la mejor es la séptima, la de las mareas, dice. Aprovechando la marea más alta posible se puede llegar a la superficie selenita. Así que los viajes a la Luna no son invento de Julio Verne, sino mucho más antiguos.
El amor a la verdad de Luciano de Samosata lo hace dar una descripción muy desfavorable de ciertos cristianos que se aprovechaban de la credulidad de sus correligionarios para vivir a expensas de ellos. Esto nos prueba que el cristianismo no es creación de Constantino, como sostienen algunos, sino que existía más de un siglo antes, con vicios parecidos a los actuales: “Fue en esa época cuando se instruyó en la admirable religión de los cristianos, uniéndose a algunos de sus sacerdotes y escribas en Palestina… Este hombre pronto les hizo ver que no eran más que unos niños; sucesivamente profeta, tiasarca, jefe de asamblea, lo hizo todo, interpretando sus libros, explicándolos, elaborando a partir de su propia cosecha. Además, numerosas personas le veían como un dios, un legislador, un pontífice, igual a aquél que es honrado en Palestina, donde fue crucificado por haber introducido este nuevo culto entre los hombres. Habiendo sido apresado por este motivo, fue encarcelado… Los principales jefes de la secta pasaban la noche a su lado, tras haber corrompido a los carceleros; se hacían traer comida, leían sus libros santos… En realidad, con el pretexto de su encarcelamiento, Peregrinus recibió fuertes sumas de dinero y amasó una buena renta. Estos infelices creen que son inmortales y que vivirán eternamente, en consecuencia desprecian los suplicios y se entregan voluntariamente a la muerte. Su primer legislador también les ha convencido de que son todos hermanos. Desde el momento en que cambian de religión, renuncian a los dioses de los griegos y adoran al sofista crucificado, cuyas leyes obedecen. Igualmente, desprecian todos los bienes y los ponen en común, tan completamente creen en sus propias palabras. De manera que si entre ellos se presenta un impostor, un bribón hábil, no tiene ningún problema para enriquecerse muy pronto, riéndose con disimulo de su simpleza”. Cualquier parecido con ciertos pastores de hoy debe ser pura coincidencia. Otros autores han visto semejanzas entre este Proteo Peregrinus y Pablo de Tarso o alguien parecido al apóstol de los gentiles, quien también reinterpretó los libros sagrados y fue encarcelado.