Poetisa y columnista
Hay personas a las que les cuesta arreglarse muy temprano ya que puede suponerles un sobreesfuerzo al tener que lucir muy de mañana. Pongo el caso de una servidora: me fastidia doblemente, y voy a explicar su porqué.
Te sueles levantar antes de tu hora habitual; lo haces a regañadientes, con ganas de quedarte un poco más en la cama pero, ese día, no puedes: saltas de ella para salir a las carreras cuanto antes.
De estreno primaveral, sales medio entontecida de la cama... Aunque bien pensado, no lo tienes todo a punto porque te acostaste reventada la noche anterior y, todavía, te faltaba buscar pendientes, pañuelos... Mientras lo haces, miras constantemente el relo, debes darte prisa para llegar a tiempo al evento literario, además de presentarte con buena cara.
Cuando ya te has recompuesto, sales a la calle con los tacones más altos que tienes. Haciendo un supremo sacrificio caminas con el marido bajo el brazo, digo con el marido agarrada del brazo como exige el protocolo y, entonces, os acordáis que no habéis desayunado... Vuelves a mirar el reloj... Te das cuenta que aún te resta media hora para poder hacerlo en la primera cafetería de turno. Os paráis en el primer café-bar que se encuentra. La mañana es fría, una neblina cae precipitada sobre tus pobres pies que se te han quedado fríos como dos llaves; no obstante, tu sonríes: vas divina de la muerte y además te lo vas a pasar fenomenal: ¿o no? (las rosas rojas tienen su punto entre el la seriedad del negro riguroso y hacen juego con tus labios, aunque hoy te parezcan una falsa premonición).
Antes de entrar a desayunar, os paran: son varios tertulianos los que os miran de reojo... Notas cómo el mal humor va poblando sus faces blaquecinas al paso del pausado escrutinio, (al parecer, ellos tampoco han desayunado): “Qué suerte la vuestra, estar de fiesta a estas horas”, quién pudiera, y nosotros aquí con cara de higo chumbo... (poco más o menos me decían sus ojos) y yo, por dentro, me recomía pensando: “Ya verás si al final voy a tener que sentirme culpable por ir a un evento mañanero, que encima que voy estresada, tengo que aguantar necias insinuaciones, ¡no te fastidies!”.
Llegamos al evento a la hora clavada; pero, mi despistado editor (que iba acompañado de su esposa) había equivocado el día: “Vale, ¡perfecto!: parón en seco”, “y yo con esta pinta me voy ahora mismo a El Corte Inglés”, me dije, mientras se fueron todos a dar la vuelta a sus casas... Estando en la cola del pescado (quiero decir: guardado turno para comprar el pescado fresco) se acerca al puesto una señora y, de paso, me mira de reojo... Sé perfectamente lo que piensa (“lo mío, hoy, va de pitonisa”, pensé): “De dónde se ha escapado ésta, toda de negro luciente, ¿de algún baile?”. La señora se refriega dos veces y cuando iba a conseguir el siguiente le planto el carro en medio para que se le acabe la manía: “Hale, a refregarse a otra parte, monina, que me pones blanqueando”; y es que parece ser que, hoy, le molesta a todo el mundo verme brillar muy de mañana.