Esta novela tiene un defecto grande, enorme, gigantesco, sumamente irritante y absolutamente irredimible: sus críticos, y en especial los de la subespecie "textos de contraportada".
Vamos a ver. Lucky Jim (en español, La suerte de Jim) es una excelente novela que, además, es divertida. Pero eso no quiere decir que su lectura sea una carcajada continua. Significa, simplemente, que tiene escenas que son divertidas, y algunas, incluso, muy divertidas. No obstante, señores críticos, entre una y otra hay páginas, muchas páginas, que no sólo no nos hacen reír, es que ni se lo proponen. Por eso, cuando uno la lee y se acuerda de ese "uproariously funny", ese "devastating fun" o ese "hilarious send-up", es difícil no sentirse como un tonto. De hecho, nos hicieron leer este libro en mi primer año de universidad, y creo que a todos se nos quedó la misma cara de pasmados. Con los años, la segunda inmadurez y la experiencia de haber salido escaldado, esta segunda lectura ha sido mucho más gratificante.
Kingsley Amis es reverenciado en Inglaterra como uno de los más grandes novelistas del siglo XX, aunque nunca llegó a tener el prestigio de, por ejemplo Graham Greene, que era, en el año en que se publicó Lucky Jim, el autor más respetado del momento. Amis nació en una familia de clase obrera, pero su buen hacer en los estudios acabaron llevándole a Oxford. Allí se afilió al Partido Comunista y conoció a Philip Larkin. Parece ser que, como persona, Amis fue bastante cabroncete: se casó de penalty con su primera mujer, pese a que había arreglado un aborto clandestino del que se echó atrás al temer por su salud. Fue un adúltero empedernido toda su vida. Pasó de ser un gran bebedor a un borrachuzo irrecuperable. También abandonó el comunismo y abrazó una ideología conservadora que ríete tú de Thatcher. Además se declaró antisemita "moderado". De hecho, creo que le sentaba mucho mejor a don Kingsley el papel de británico antieuropeo, xenófobo, abanderado de save the pound y de la privatización de todo lo público, que el de luchador por una sociedad sin clases. Si la hoz y el martillo fue un capricho, un acto de hipocresía o un compromiso posteriormente traicionado lo confirmará la lectura de Koba el temible, que rueda por casa desde hace meses. Koba el temible es el libro que escribió Martin Amis sobre el modo en que los intelectuales británicos -y sobre todo su padre- abrazaron el comunismo haciendo oídos sordos, cuando no justificándolas abiertamente, a las atrocidades cometidas por Stalin y por quienes lo precedieron. Martin no debió de tener una infancia muy fácil y, aparte de Koba, escribió Experience, una suerte de memorias que me propongo buscar, a ver de qué manera salda cuentas con su progenitor.
Publicado en 1953, Lucky Jim supuso una pequeña revolución en el mundo de la narrativa inglesa. En primer lugar, algunos la consideran la primera, o una de las primeras, novelas de campus. Y en segundo lugar, con esta novela Kingsley Amis se reveló, al decir de algunos, como el padre de lo que se daría en llamar los "jóvenes airados", esa generación de novelistas y dramaturgos ingleses desencantados con la intelectualmente estéril y hasta asfixiante prosperidad que trajo la posguerra. Existía, sin embargo, otro movimiento, el llamado "The Movement", liderado por el ya mencionado Larkin y del que Amis era también un miembro destacado. The Movement era un movimiento poético que nació como reacción al modernismo y que abogaba por una poesía más sencilla, convencional y tradicional. No cuesta mucho imaginar al protagonista de Lucky Jim abanderando este movimiento y rebelándose contra la poesía artificial y oscura de algunos de sus contemporáneos. En este sentido, compárese al mismo Larkin con Dylan Thomas.
La historia que nos cuenta Lucky Jim es la de un mediocre profesor adjunto desencantado con su trabajo en el Departamento de Historia de una universidad "de ladrillo rojo" de las Midlands. Jim Dixon, especializado en historia medieval, encuentra en la facultad un ambiente arrogante, pretencioso y, con todas sus ambiciones intelectuales, incluso filisteo. Dixon procede del norte de Inglaterra, tierra de salvajes para los que viven al sur de Londres, y es de familia de clase media baja. Jim prefiere la música pop a la clásica, el pub a los salones, y la gente normal a los académicos. En otras palabras, Jim Dixon, al igual quizás que Amis en la Universidad de Gales, es un intruso en el mundo académico, y no le sientan nada bien la toga ni el birrete.
Dixon está atrapado en una no-relación con una mujer posesiva y neurótica, con la que asume, resignado, que acabará casándose. Es posible ver en esa relación algo vampírica de Margaret hacia Jim un paralelismo con el modo en que el endogámico, cuando no incestuoso, siempre sanguijuelesco y lobotomizante mundillo académico idiotiza, a veces con su colaboración, a tantos jóvenes profesores, con mayor o menor talento, que deciden ingresar en él.
Algunos han querido ver en el libro un cuento de hadas, con su príncipe rana, la princesa, la madrastra y el hada madrina, pero, como muy bien dice David Lodge, el grande de la novela de campus, en su interesantísimo ensayo "Lucky Jim revisited", esa simplificación sería injusta. La historia del triángulo Jim-Margaret-Christine es, pese al carácter algo estereotipado de esta última, bastante más complejo de lo que la etiqueta cuento de hadas nos daría a entender.
En esencia, Lucky Jim nos habla de un antihéroe que se rebela contra la brillante e ilustrada estulticia del mundo académico. A diferencia de otras novelas de los Jóvenes Airados, no estoy tan seguro de que nuestro héroe se rebele contra el destino de su clase. Su discurso de izquierdas no es especialmente sofisticado ("si un hombre tiene diez panes y otro tiene dos...") y, pese a simpatizar abiertamente con la clase trabajadora y detestar la pomposidad de las clases altas, Jim no es precisamente un idealista. Recordemos que su lema personal es "nice things are nicer than nasty things", es decir, las cosas buenas son mejores que las cosas malas. Todo el mundo prefiere tener dinero a no tenerlo. Todos los hombres prefieren una chica guapa a una que no lo es.
No, Jim no se rebela contra el destino de los de su clase social. Y tampoco estoy seguro de que quiera salir de ella. Quizá el verdadero acto de rebeldía de los Jóvenes Airados fue perder los complejos ante los toffs, plantarles cara y ridiculizarlos.
El carácter cómico de Lucky Jim no se debe exclusivamente a los gags, muchos de los cuales son, de hecho, de un humor más simple y "visual" de lo que muchos asocian con el "humor británico". (Sin embargo, como muy bien nos dice Lodge, ese estilo de humor basado en la farsa y en la violación de los códigos de conducta tenía antecedente en Wodehouse, Waugh, dickens y se remontaba a la comedia isabelina). Es sobre todo en el uso del lenguaje que hace Amis donde se muestra el genio cómico de la novela. Con frecuencia Amis va más allá de la simple ironía y nos deleita con perlas de humor negro, con ese sarcasmo tan ofensivo que a los ingleses tan bien se les da, y sobre todo con el brutal contraste entre la vulgar farsa y el lenguaje exquisito que se emplea para narrarla, algo que me ha recordado mucho al inimitable catálogo de frases y citas de Black Adder.
Resulta sumamente significativo que uno de los problemas que acucian a Dixon sea la conferencia que, al principio de la novela, el plasta del Profesor Welch le encarga que escriba y pronuncie. Dicha conferencia debe versar sobre uno de los temas favoritos de Welch, y se trata ni más ni menos que de Merrie England, es decir la Alegre Inglaterra, una especie de arcadia que nunca existió y que encarna los valores quintaesencialmente ingleses de la vida en la campiña, el yorkshire pudding, las hazañas de Robin Hood, los tejados de paja o los cuentos de Beatrix Potter, un mundo idílico reflejado todavía hoy en mantelitos y bandejas para el té, y que se situaba entre la Edad Media y la Revolución Industrial. Con la industrialización del país, el crecimiento de las ciudades, el desarrollo del ferrocarril y la primera gran crisis del mundo rural, la Alegre Inglaterra acabó de irse al carajo, y la nostalgia por aquel mundo soñado y perdido se desbocó en la literatura del romanticismo y en la sociedad victoriana. En esta última, los cuentos para niños, así como las ilustraciones que solían acompañarlos, retrataban a la perfección ese añorado mundo pre-industrial. El Profesor Welch, que, recordemos, es catedrático de historia, le pide a Jim que pronuncie un discurso reivindicando esos valores alegremente ingleses, aquel edén de jardines con fresales y melocotoneros, aquellos salones de té y scones, aquella sociedad de tejones con gafas y comadrejas chaqueteadas, aquellos valores, en suma, entonces amenazados, entre otras cosas, por el gobierno laborista. Pues bien, no os quepa duda de que jamás hubo locomotora traumatizante de vacas, humeante fábrica, mina de carbón ni diabólica spinning-jenny que pusiera fin a Merrie England de manera más bestial y definitiva que la conferencia que Jim Dixon pronuncia hacia el final de la novela y que, de manera irónica, le ayudará, por fin, a tener suerte y "cosas buenas".