Ludi circensis (I), el circo romano en la antigua Roma

Por Melisenda1997

Pompa circensis, opus sectile, Museo Nacional Romano, Roma


“Es imagen del mundo el circo, al que la antigüedad sabia 
dio la forma y proporciones de los caminos del cielo.
Pues las doce puertas muestran los meses del año
y los signos que en su carrera cruza el astro de oro.
Los cornípedos representan las estaciones y los colores
los elementos; el auriga, como Febo, arrea cuatro caballos.
Con goznes propios encierran los cercos a las cuadrigas,
que Jano, alzando el estandarte, ordena salir.
Pero cuando se abren y caen las barreras, y un solo
carro se ve cómo avanza por delante de todos,
se estiran y rodean los postes de giro en cada vuelta,
pues los dos polos expresan el orto y el ocaso.
Y entre ellas corre un canal a manera del mar inmenso
y en el medio un obelisco muy alto ocupa el centro.
También con siete giros cierran las competiciones de la palma,
tantos como zonas ciñen de suerte parecida el cielo.
Se asigna a la Luna la biga siempre y al Sol la cuadriga,
y los caballos sueltos se consagran debidamente a Cástor y Pólux.
Nuestros espectáculos están hechos de cosas divinas
y llegan a ser ellos muy populares honrando a los dioses.”
(Antología Latina, El circo, 197)

Helios en su carro. Cerámica griega


En sus inicios los ludi tenían un significado funerario-religioso, ya que se celebraban para conmemorar las festividades de los dioses, ligadas a las fiestas del primitivo calendario, relacionado con los ciclos de la ganadería, la agricultura y la actividad de la guerra. En los primeros siglos de la formación de Roma como Estado los juegos desempeñan la función de agradecimiento a los dioses por superar un peligro o la petición de paz y prosperidad para la comunidad.
"Al final de todo iban, llevadas sobre las espaldas de los hombres, las imágenes de los dioses, que presentaban figuras iguales a las realizadas entre los griegos, y con los mismos ropajes, símbolos y obsequios de los que cada uno, según la tradición, es artífice y dispensador para los hombres. Estas imágenes no sólo eran de Júpiter, Juno, Minerva, Neptuno y de los otros que los griegos cuentan entre los doce dioses, sino también de los más antiguos, de los que la tradición cuenta que nacieron los doce dioses, a saber, Saturno, Rea, Temis, Latona, las Parcas, Mnemósine y todos los demás de quienes hay templos y recintos sagrados entre los griegos; y también de los que la leyenda dice que nacieron más tarde, después de que Júpiter tomara el poder, es decir, Proserpina, Lucina, las Ninfas, las Musas, las Horas, las Gracias, Líber y de aquellos semidioses cuyas almas, después de dejar sus cuerpos mortales, se dice que ascienden al cielo y obtienen los mismos honores que los dioses, como Hércules, Esculapio, los Dioscuros, Helena, Pan y muchísimos otros. Terminada la procesión, los cónsules y los sacerdotes a quienes correspondía hacían inmediatamente un sacrificio de bueyes, y la manera de hacer los sacrificios era la misma que entre nosotros. En efecto, ellos, después de lavarse las manos, purificar las víctimas con agua pura y esparcir sobre sus cabezas los frutos de Ceres, pronunciaban unas oraciones y, entonces, ordenaban a sus ayudantes que las sacrificaran." (Dionisio de Halicarnaso, VII, 72, 13-15)

Diosa llevada en ferculum


La tradición romana atribuye el establecimiento de los primeros ludi anuales al tiempo de Tarquinio el Viejo (600 a.C.) - los Ludi Romani o Magni– que fueron celebrados en forma de juegos circenses, los cuales fueron los primeros ludi oficiales celebrados en Roma, de tal forma que en los Consualia (fiestas del 21 de agosto fundadas según la tradición por Rómulo para el rapto de las Sabinas) se organizaban competiciones ecuestres en honor de Neptuno.
"La primera guerra la hizo contra los latinos, y en ella tomó por asalto la ciudad de Apiolas; de allí trajo un botín de mayor consideración que el eco que había tenido la guerra, y dio unos juegos más ricos y más completos que los de los reyes precedentes. Entonces, por vez primera, se escogió un emplazamiento para el circo que actualmente lleva el nombre de Máximo. Se repartieron entre senadores y caballeros espacios para que se construyesen tribunas particulares, que recibieron el nombre de foros; presenciaron el espectáculo desde palcos, que levantaban doce pies del suelo, sostenidos sobre horquillas. Consistieron los juegos en carreras de caballos y combates de púgiles, traídos sobre todo de Etruria. Estos juegos solemnes se celebraron en adelante todos los años, llamándoseles, unas veces, Juegos Romanos y, otras, Grandes Juegos." (Tito Livio, Ab Urbe condita, Tarquinio Prisco, I, 35)

Circo de Afrodisias, Turquía, foto de Dilek Gunes

Por ser el circo el primer escenario de los juegos romanos, en un principio, se celebraban en él tanto carreras de carros como peleas de boxeo, combates de gladiadores, venationes y torneos atléticos, pero conforme fue pasando el tiempo y se construyeron nuevos edificios dedicados al ocio (teatros y anfiteatros) dichos eventos sólo ocasionalmente se continuaron desarrollando en el circo que se acabó convirtiendo en el espacio público por excelencia para la celebración de carreras de carros.
“Tarquinio construyó también el mayor de los hipódromos, situado entre el Aventino y el Palatino, y fue el primero que hizo a su alrededor asientos bajo techado sobre gradas (hasta entonces los espectadores estaban de pie) con los estrados de madera sostenidos sobre vigas. Dividió los lugares en treinta curias y dio una parte a cada una de modo que cada espectador estuviese sentado en su lugar correspondiente. Con el tiempo también esta obra iba a convertirse en una de las más hermosas y admirables construcciones de la ciudad. La longitud del circo es de tres estadios y medio, su anchura de cuatro pletros.” (Dionisio de Halicarnaso, Historia Antigua de Roma, III, 68)

Circo Máximo, Ilustración de Jean-Claude Golvin


Desde finales de la República, el elemento religioso quedó en un segundo plano y estos juegos fueron utilizados como instrumento político por parte de los gobernantes para ganarse el favor del pueblo, con el objetivo de controlar a la plebe y ofrecerles una vía de escape a las preocupaciones mundanas y poder así legitimar el nuevo régimen. Con el tiempo, estos espectáculos se convirtieron en una costumbre social y prácticamente en un derecho que arraigó entre todos los habitantes del Imperio, que sirvió como vehículo del culto imperial y propaganda política, de tal forma que eran organizados por el propio Estado y por las élites locales.
"Según la tradición, aunque no menos verosímil, se produjo también una segunda explosión de alegría de la multitud en el circo. El día quince antes de las calendas de octubre, durante el segundo día de los Juegos Romanos, mientras el cónsul Cayo Licinio subía para dar la salida de las cuadrigas, un mensajero que decía venir de Macedonia le entregó una carta envuelta en laurel. Una vez las cuadrigas hubieron iniciado la carrera, el cónsul montó en su propio carro y, mientras cruzaba el circo hacia el palco oficial, iba mostrando al pueblo las tablillas laureadas. Al verlos, el pueblo se olvidó de las carreras y se precipitó hacia el cónsul en medio del circo. El cónsul convocó al Senado allí mismo y, tras obtener su sanción, leyó la carta a los espectadores que estaban en sus asientos. Anunció que su colega Lucio Emilio había librado una batalla decisiva contra Perseo, que el ejército de Macedonia había sido derrotado y puesto en fuga, que el rey con algunos de sus seguidores había huido y que todas las ciudades de Macedonia habían pasado a estar bajo el poder de Roma. Al oír esto, estallaron en vítores y aplausos frenéticos, la mayoría de los hombres abandonaron los Juegos y marcharon a sus casas para llevar la feliz noticia a sus esposas e hijos. Esto sucedió trece días después de haberse librado la batalla en Macedonia." (Tito Livio, Ab urbe condita,  XLV, 1”
Durante el imperio las ocasiones en que se celebraban juegos circenses correspondían a diversos motivos, no tanto religiosos, como de exaltación de personas ilustres por deseo de los emperadores principalmente o para dar gracias por los triunfos en batallas.
“Otorgó espectáculos ecuestres en el aniversario del nacimiento tanto de su padre, Druso, como de su madre, Antonia. Lo hizo trasladando a otros días las festividades que caían en aquellas mismas fechas, para que no tuvieran que celebrarse a la vez. No sólo honró a su abuela Livia con carreras de caballos, sino que también la proclamó inmortal.” (Dión Casio, Historia Romana, LX, 5, 2)

Relieve con el circo Máximo, Palazzo Trinci, Foligno, Italia, foto de Carole Raddato


Ya en el Bajo Imperio la muerte de un enemigo dio lugar a la realización de unos juegos.
“Y en el mismo año (415 d.C.) el 24 de septiembre, un viernes, se anunció que el bárbaro Ataulfo había sido asesinado en las regiones del norte por Honorio. Se encendieron lámparas y al día siguiente se celebró una carrera de carros, y también una entrada procesional.” (Chronicon Pascale) 

Los recintos destinados a los ludi no pasaron a ser permanentes hasta las últimas décadas de época republicana y especialmente en la época imperial, cuando los sucesivos emperadores utilizaron los ludi circensis como propaganda política y como instrumento esencial para mantener la paz social, teniendo a la plebe entretenida y contenta.
“A los juegos del circo, que se celebraban en orden a granjear el favor del vulgo, fueron llevados Británico, vestido con la vestidura pueril llamada pretexta, y Nerón en hábito triunfal, para que viendo el pueblo al uno con traje de emperador y al otro de muchacho, supiese lo que había de creer de la fortuna de entrambos.” (Tácito, Anales, XII, 41)
Hasta el año 221 a.C., no se celebraron juegos en el Circo Máximo, que fue una de las construcciones más famosas de Roma y estaba situado en una llanura existente entre el Palatino y el Aventino, conocido como el valle Murcia, repleto de significado religioso arcaico relacionado con el ciclo agrícola, y los dioses que lo tutelan. 

Ilustración del circo Máximo, Atlas Van Loon

La pista primitiva la constituyó el fondo del valle. Los espectadores se acomodaban en las faldas de las dos colinas, que servían de cavea. En los extremos de la pista había dos postes de madera utilizados como meta, alrededor de las cuales giraban los carros.
“El propio circo, que es inmenso como el círculo del año completo, se cierra en un óvalo de largas curvas que abarca dos metas situadas a la misma distancia y la zona de la arena en el centro por la que se abre camino la pista.” (Coripo, Panegírico de Justino II, I, 330)
En el 329 a.C., se construyeron ante el poste más occidental algunas caballerizas o carceres, que durante mucho tiempo fueron simples estructuras móviles y desmontables. Por las mismas fechas las dos metae fueron unidas por un parapeto, hecho de arena, al que se dio el nombre de spina. En el 174 a.C., se colocaron sobre la spina unos soportes coronados por siete enormes huevos de madera, con objeto de señalar las vueltas de los participantes en las carreras de carros.
“Estos censores fueron los primeros en adjudicar el empedrado de las calles de la Ciudad, así como la colocación de una capa de grava y la construcción de arcenes en los caminos del exterior de la Ciudad; también construyeron puentes en diversos lugares. Proporcionaron a los pretores y ediles un escenario, colocaron barreras de separación en el circo y situaron bolas ovaladas para marcar el número de vueltas, metas para marcar los giros en la pista y puertas de hierro para las jaulas por las que se llevaban los animales hasta la arena.” (174 a.C. Tito Livio, Ab urbe condita, XLI, 27)
Así, las pendientes que rodeaban el circo acogieron un conjunto extraordinario de templos que miraban hacia su arena estableciendo con él y sus espectáculos una relación simbólica.

Carrera de carros, pintura de Jean-Léon Gérôme, Art Institute de Chicago


Muchos de ellos, sin duda preexistentes, motivaron la elección del emplazamiento del circo. Otros, se añadieron e imbricaron con los espectáculos del circo al ritmo de la evolución interna de la religión romana.
“Uno de los censores, Marco Emilio, solicitó al Senado que se decretase una cantidad de dinero para la celebración de los Juegos con motivo de la dedicación de los templos de la Reina Juno y Diana, que había prometido con voto ocho años antes, durante la Guerra Ligur. Se le concedió la suma de veinte mil ases. Dedicó los dos templos, situados ambos en el Circo Flaminio, y ofreció unos juegos escénicos durante tres días tras la dedicación del templo de Juno y durante dos tras la del templo de Diana.” (Tito Livio, Ab Urbe Condita, XL, 52)
Cesar, en el 46 a.C., construyó en el mismo lugar un foso lleno de agua, el euripo, así como carceres de toba, mandando tallar en las laderas de las colinas unas gradas que  acogían a 150.000 personas.
“En los juegos circenses, para los que previamente se había agrandado el área del circo por ambas partes y añadido un foso a su alrededor, condujeron cuadrigas, bigas y caballos sobre los que realizaban ejercicios de salto jóvenes de las más nobles familias”. (Suetonio, César, 39)
En el 33 a.C., Agripa añadió a los marcadores ovales siete delfines de bronce que giraban al tiempo que los aurigas corrían.
“Y viendo (Agripa) que en el circo había quien se equivocaba en el número de vueltas completadas, instaló los delfines y objetos en forma de huevo, para mostrar con claridad las veces que el recorrido se había realizado.” (Dión Casio, Historia Romana, XLIX, 43)

Mosaico circo de Lyon, foto de Ken y Nietta


Augusto adornó la spina del Circo Máximo con un gran obelisco procedente de un templo del rey Seti I consagrado al Sol, y construyó, además, en la parte superior del ala del Palatino de la cavea un palco o pulvinar sobre el anterior ya existente ordenado por Julio Cesar, para que él mismo y su familia pudiesen seguir el espectáculo, si bien en un principio lo habían hecho sentados entre los senadores, y que, además, servía para que todos pudieran contemplar la majestad imperial.
“No nos parece bien que asista a los juegos del circo desde nuestro palco, pues si se le pone en primera fila, será blanco de todas las miradas.” (Carta de Augusto a Livia, Suetonio, Claudio, 4)

Placa campana, Museo del Louvre, París, foto de Ilya Shurygin


Claudio mandó instalar los primeros asientos de piedra para uso de los senadores y sustituir las metas de madera por postes de bronce dorado y los carceres de toba por otros de mármol.
“Dio con frecuencia juegos de Circo sobre el Vaticano, y algunas veces, después de cinco carreras de carros, se celebraban cacerías de fieras. Adornó el Circo Máximo con barreras de mármol y metas doradas, en substitución de las antiguas, que eran de madera o piedra tosca." (Suetonio, Claudio, XXI)
Tras el incendio del 64 d.C., Nerón reconstruyó el circo, colocando nuevos asientos de piedra destinados a los caballeros y rellenando el euripo. También amplió la cavea con nuevos graderíos y decoró la spina con estanques y surtidores que manaban por boca de delfines.
“Aconteció después en la ciudad un estrago, no se sabe hasta ahora si por desgracia o por maldad del príncipe, porque los autores lo cuentan de ambas maneras, el más grave y el más atroz de cuantos han sucedido en Roma por violencia de fuego. Salió de aquella parte del Circo que está pegada a los montes Palatino y Celio, donde comenzó a prender en las tiendas en que se venden aquellas cosas capaces de alimentarle. Hízose con esto tan fuerte y poderoso, que con mayor presteza que el viento que le ayudaba, arrebató todo lo largo del Circo, porque no había allí casas con reparos contra este elemento, ni templos cercados de murallas, ni espacios de cielo abierto que se opusiesen al ímpetu de las llamas; las cuales, discurriendo por varias partes, abrasaron primero las casas puestas en lo llano, y subieron después a los altos, y de nuevo se dejaron caer a lo bajo con tanta furia, que del todo prevenía su velocidad a los remedios que se le aplicaban.” (Tácito, Anales, XV, 38)
Los emperadores Domiciano y Trajano lo ampliaron y lo embellecieron, adquiriendo su forma definitiva en época de este último, cuando quedó profusamente decorado con mármoles de todos los colores y con bronces dorados, y su ancha spina quedó repleta de templetes, columnas conmemorativas, altares, símbolos religiosos y trofeos de todo tipo, pedestales con estatuas honoríficas e imágenes de divinidades llegando a tener una capacidad cercana a los 300.000 concurrentes.
“Más allá, la inmensa fachada del Circo rivaliza con la belleza de los templos, un monumento este digno del pueblo vencedor de todas las razas, y no menos admirable que los espectáculos que se contemplarán desde sus gradas.” (Plinio, Panegírico de Trajano, 51)

Circo Máximo, ilustración de Alan Sorrell


La época tardoimperial fue la de mayor esplendor. En el año 357, Constancio, durante su estancia en Roma, presidió la inauguración de los Juegos que se celebraron en el Circo Máximo y aprovechó para ofrendar al pueblo romano un obelisco egipcio, el mayor que se había visto jamás en la urbe, y colocarlo en ese grandioso escenario público.
“Y así, después de ver muchas cosas con una mezcla de estupor y veneración, el emperador comenzó a quejarse de la fama, considerándola impotente y malvada, porque, aunque siempre lo exageraba todo, resultaba insuficiente a la hora de explicar lo que había en Roma. Finalmente, tras reflexionar durante bastante tiempo acerca de qué podía hacer allí, determinó contribuir con algo a la belleza de la ciudad erigiendo en el Circo Máximo un obelisco, acerca de cuyo origen y forma trataré en el lugar apropiado. (Amiano Marcelino, Historia, 16, 10, 17)

Levantamiento del obelisco de Constancio en Roma, ilustración de Jean-Claude Golvin

La pista estaba separada de los espectadores por un foso, de cerca de tres metros de anchura. Constaba de tres pisos, pero sólo el más bajo era de piedra y los otros dos de madera, por lo que, con frecuencia, se derrumbaron. En época de Antonino Pío hubo un derrumbe en el que perdieron la vida 1112 personas y durante el periodo de la Tetrarquía ocurrió otro que provocó mayor número de víctimas.
“El muro que servía de base al graderío en el circo se derrumbó y aplastó a 13000 personas.” (Cronografía de 354, 16, Crónica de la ciudad de Roma)
El exterior estaba rodeado de arcadas con puertas y escaleras para subir a las gradas, permitiendo estos múltiples accesos el que miles de personas pudieran entrar al mismo tiempo. Debajo de las bóvedas de los atrios había tiendas y locales de diferentes clases y encima de ellos se encontraban las viviendas de los propietarios. Uno de los atrios se dedicó a tiendas; y el otro, a la entrada del circo, Éste fue el lugar predilecto de los astrólogos para ejercer su arte y también de artistas de segunda categoría que entretenían a la población.
"Alrededor de él a lo largo de los lados mayores y de uno de los menores está excavado un canal para recogida de agua de diez pies de profundidad y anchura. Tras el canal están construidos pórticos de tres pisos; los que están al nivel del suelo tienen, como en los teatros, asientos de piedra que se elevan gradualmente, los superiores, asientos de madera. Los pórticos mayores se unen en uno y se enlazan entre sí al estar cerrados por medio del pequeño, que tiene forma de media luna, de modo que de los tres pórticos resulta uno solo como un anfiteatro de ocho estadios capaz de albergar a ciento cincuenta mil personas. El otro lado corto está al aire libre y tiene barreras para caballos construidas en forma de bóveda, que se abren todas al mismo tiempo por medio de una cuerda. Fuera, alrededor del circo, hay también otro pórtico de un solo piso que tiene tiendas dentro y casas encima; por él hay entradas y subidas para los espectadores junto a cada tienda, de modo que tantos miles de personas al entrar y salir no se entorpecen." (Dioniso de Halicarnaso, Historia antigua de Roma, III, 68)

Circo de Majencio, Roma, ilustración de Jean-Claude Golvin


En Roma, funcionaban otros circos, como el Flaminio, obra debida a Cneo Flaminio Nepote, o el circo de Calígula o Nerón, en el Vaticano, que parece haberse empezado como privado, pero que sería ocasionalmente de uso público.

“Les pareció a Séneca y a Burro que era cordura concederle (a Nerón) una de estas dos cosas, porque no las quisiese las dos; y así le hicieron cercar de muros un espacio de tierra en el valle Vaticano, donde pudiese correr y regir caballos a su gusto, sin comunicarse a los ojos de todos.” (Tácito, Anales, XIV, 14)

Circo de Calígula, Roma, ilustración de Jean-Claude Golvin



En otras partes del Imperio tanto en las provincias orientales como occidentales también se edificaron circos donde celebrar carreras de carros a semejanza del Circo Máximo. Principalmente en las ciudades importantes. En las provincias de Asia los circos de Antioquía, Constantinopla o Cesarea.

“Tienes, pues, a Antioquía, abundante en toda clase de deleites, pero principalmente en los juegos circenses. Pero todo eso ¿por qué? Porque allí reside el emperador y todo resulta imprescindible para su persona. Del mismo modo tienen circo Laodicea, Tiro, Berito y Cesarea, pero Laodicea envía excelentes conductores de carros a las demás ciudades.” (Rutilio Namaciano, Descripción del mundo entero, 31)
Constantinopla tomó el relevo en la celebración de juegos circenses, una vez que la ciudad de Roma perdió importancia. En su hipódromo (nombre del circo) mandó Teodosio instalar un obelisco, también procedente de Alejandría, como decoración de sus instalaciones. En su inscripción puede leerse.
“Aunque fue difícil, se me ordenó obedecer a los serenísimos señores, y después de acabar con los tiranos, portar la palma. Todo cede ante Teodosio y su propósito eterno. Así yo, vencido y domado en treinta días, siendo juez Proclo, fui elevado hacia los cielos.” (Inscripción del obelisco de Teodosio en Constantinopla)


Circo de Constantinopla, ilustración de Jean-Claude Golvin


El rey Herodes construyó un circo en su nueva ciudad de Cesarea hacia finales del siglo I a.C. siguiendo el modelo del circo romano tradicional, que se convirtió en un anfiteatro, cuando un segundo circo más grande y más ornamentado se edificó en el siglo II d.C.
“Por este tiempo fue terminada la ciudad de Cesárea Augusta, cuya construcción duró diez años. Tuvo lugar en el año veintiocho de su reinado y en la olimpíada ciento noventa. Herodes preparó grandes festejos para su dedicación. Determinó celebrar un certamen musical y juegos atléticos, preparó muchas luchas de gladiadores y de fieras, carreras de caballos y todo aquello que se realizaba en Roma y otras partes. Dedicó el espectáculo al emperador, y determinó que se celebrara cada cuatro años. Pagó con sus bienes todos los gastos de este festejo, a fin de que fuera más elogiada.” (Flavio Josefo, Antigüedades romanas, 16.5.1)

Circo de Cesarea, Israel, ilustración de Jean-Claude Golvin


En las provincias africanas sobresalen los circos de Alejandría, Leptis Magna y Cartago.
En Alejandría el circo se había construido durante el periodo de los Ptolomeos y se llamaba Lageion en honor de la dinastía lágida. Su uso original fue como estadio para celebrar juegos atléticos, pero durante la época romana se le añadió la spina para convertirlo en circo para carreras. La población de Alejandría sentía gran afición por los juegos circenses y cuando asistían a verlos a veces se vivían situaciones de violencia, como la que describe Filostrato cuando relata la historia de Apolonio de Tiana, que vivió en el siglo I d.C., quien recrimina a los habitantes de la ciudad su actitud violenta en el circo.

“A Troya, según parece, la saqueó un solo caballo, el que urdieron los aqueos entonces, pero a vosotros se os uncen carros y caballos y por su culpa no es posible vivir pacíficamente. Morís, pues, no a manos de los Átridas ni de los Eácidas, sino unos a manos de los otros, cosa que los troyanos no habrían hecho ni en estado de embriaguez. Es más; en Olimpia, donde hay competiciones de lucha, de pugilato y del pancracio, no ha muerto nadie por culpa de los atletas, aunque quizá habría habido excusa si alguno se hubiera enardecido en exceso por alguno de su misma especie. Pero aquí es por causa de los caballos por lo que las espadas de uno contra otro andan desnudas, y los apedreamientos están a la orden del día.” (Filostrato, Vida de Apolonio, 5, 26)

Lageion de Alejandría, Egipto, ilustración de Jean-Claude Golvin


Según un mosaico que representa una carrera de carros en Cartago, en el euripus de la spina se encontraba una estatua de la diosa Cibeles, que Tertuliano en el siglo II se encargó de criticar.

"El enorme obelisco, como mantiene Hermateles, se erigió en honor del sol; su inscripción es como su origen, la superstición es egipcia. El conjunto de demonios no sería nada sin su gran Madre, así que ella preside el foso." (Tertuliano, Sobre los espectáculos, VIII, 1)

Mosaico circo de Cartago, foto University of Chicago, Wikimedia Commons


En Cartago los espectadores estaban disfrutando de los juegos del circo cuando los vándalos llegaron para tomar la ciudad en el siglo V d.C."Las armas de los bárbaros resonaban ante las murallas de Cirta y Cartago mientras que la congregación cristiana de la ciudad enloquecía en los circos y se divertía en los teatros." (Salviano, Del gobierno de Dios, VI, 15)


Circo de Cartago, ilustración de Jean-Claude Golvin


En la Galia, los invasores godos disfrutaron de las carreras ecuestres en Arles en su recorrido de conquista de las ciudades de la costa mediterránea.
"Y por tanto los gobernantes de los germanos ocuparon Marsella, la colonia focea, y todas las ciudades costeras y tomaron el control de esa parte del mar. Después como si fueran caballeros ociosos asistieron a las carreras de caballos de Arelatum (Arlés), y también acuñaron una moneda de oro con el producto de las minas de la Galia, sin representar la imagen del emperador romano, como es la costumbre, sino las suyas propias." (Procopio, Las Guerras Góticas, VII, 33.5)

Circo de Arlés, ilustración de Jean-Claude Golvin


En Mérida se construyó un circo de grandes dimensiones unas décadas después de la fundación de la ciudad, posiblemente durante el reinado de Tiberio. Cuando en el siglo IV se acometió por parte de los emperadores la empresa de asumir los gastos para dotar a las capitales de provincias de escenarios adecuados para los juegos, Mérida contó con un programa de conservación de teatros, anfiteatros y circos tras convertirse en capital de la diócesis de Hispania. Entre 337 y 340, se llevó a cabo una importante reforma en el circo por disposición del comes Tiberio Flavio Leto, y bajo la supervisión directa del praeses (gobernador) Julio Saturnino.
"En este tan floreciente y bienaventurado siglo, con el favor dichoso de la época de nuestros señores y emperadores Flavio Claudio Constantino, pío, feliz y máximo vencedor, Flavio Julio Constancio y Flavio Julio Constante, vencedores y augustos siempre poderosísimos, Tiberio Flavio Leto, ilustrísimo varón y conde, ordenó que el circo, derruido por la vejez, fuera reconstruido con nuevas columnas, rodeados de construcciones ornamentales y anegado con agua y así, continuando Julio Saturnino, perfectísimo varón y gobernador de la provincia de Lusitania, su aspecto reconstruido con acierto proporcionó a la ilustre Colonia de los Emeritenses la mayor dicha que pensarse puede."
El circo de Tarraco en Hispania se edificó a finales del siglo I d.C. por mandato del emperador Domiciano, y allí se celebraron ludi circenses hasta mediados del siglo V d.C.

Circo y foro de Tarraco, ilustración de Jean-Claude Golvin

En algunas poblaciones las donaciones particulares hicieron posible la existencia de un lugar apropiado para la realización de los juegos circenses. En la ciudad tunecina de Dougga, una mujer romana de rango ecuestre, Gabinia Hermiona contaba con un terreno (ager) en las afueras de la ciudad, que donó, para ser usado como circo, a la ciudad para el placer de sus habitantes.

Dougga con el circo al fondo, ilustración de Jean-Claude Golvin


La distribución básica del graderío de un circo era la siguiente: las gradas inferiores estaban reservadas a los senadores; las situadas encima, a los caballeros; y las restantes, a la población. Las mujeres no estaban separadas de los varones, como en los demás espectáculos, aunque en época de Augusto se promulgó una ley en las que las mujeres eran relegadas a la parte superior de las gradas.
En uno de los hemiciclos de la pista se encontraban los carceres, cubículos donde jinetes y caballos esperaban la señal de salida de los carros. Los carceres eran seis, situadas a los lados de la puerta monumental de ingreso. En uno de los laterales se encontraba la Porta Libitinaria, por la que salían los carros que abandonaban la carrera y, posiblemente, los que no alcanzaban la victoria. La señal de salida de los carros la daba el editor spectaculorum, que se sentaba sobre los carceres. Los magistrados que controlaban la carrera, el comportamiento de los aurigas y el orden de la llegada de los carros a la meta se sentaban en la tribuna indicum.
“Ya la suerte te designa y te excita la ronca aclamación del público entusiasta. Entonces por el lugar donde está la puerta y los asientos de los cónsules, a cada lado de las cuales el muro está horadado por seis cajas abovedadas, tú escoges a suertes uno de los cuatro carros y montas en él empuñando las curvadas riendas. Tu adversario hace igual, al mismo tiempo que tú, en la parte opuesta. Brillan los colores, blanco y azul, verde y rojo, vuestras respectivas insignias….
Finalmente, el toque de la trompeta estridente, convocando con su sonido a las cuadrigas impacientes, lanza a la palestra a los rápidos carros. Ni el ímpetu del rayo de tres puntas, ni la flecha impulsada por el arco escítico, ni el surco de una estrella que se precipita, ni la lluvia de plomo de proyectiles lanzados por las hondas baleares han roto jamás así los límpidos espacios del aire.”
(Sidonio Apolinar, Poema 23)


Carrera en el circo, pintura de Ettore Forti


La posición de cada uno de los carros para iniciar la carrera se sorteaba para no favorecer a ninguna de las facciones.
“Entonces, según era costumbre, uno, tras otro, extendieron una mano ciega dentro del casco con el rostro vendado, pues querían tomar su lote de varia fortuna, tal y como hace un hombre que agita sus dedos lanzadores en el juego de dados, que reparte suerte ora a unos, ora a otros. Por turnos los aurigas recibieron su suerte. Fauno, loco por los caballos, que tenía la sangre de la familia del celebrado Faetonte, fue el primero en obtener su lote, y el segundo fue Acates. Después de él le tocó al hermano de Damnameneo y le siguió en suerte Acteón. Pero al mejor en la carrera le correspondió el último lote: fue a Erecteo, fustigador de corceles.” (Nono de Panópolis, Dionisiacas, XXXVII, 226)

Alineación para la carrera, pintura de Ulpiano Checa


Según relata Suetonio los juegos solían tener una duración de un solo día, durante varias horas (hasta el atardecer), lo que implica su subdivisión en diversos eventos diferenciados entre ellos por intermedios amenizados con música, parodias o saltimbanquis.
“Anunció que quería elevar el número de los premios, de modo que, multiplicadas las carreras, el espectáculo duró hasta la noche y los jefes de las diferentes facciones no quisieron en adelante llevar sus aurigas sino para un día entero.” (Nerón, XXIII)
La organización del espectáculo corría a cargo de los editores, los cuales o sus ayudantes, los magistrati, debían contactar con empresas especializadas que proporcionaban los profesionales necesarios, generalmente con meses de antelación. Dichas compañías de profesionales, llamadas factiones circenses, podían ser privadas, que solían estar en manos de los equites o caballeros, o ser propiedad de pequeños empresarios, o bien podían ser de propiedad estatal.
Los jefes de las diferentes secciones se encargaban de la dirección técnica y administrativa de toda la organización y firmaban los contratos con los magistrados o con los particulares que contrataban las carreras de carros, en cuyos contratos se especificaba el número de caballos que debían participar, su cotización y los honorarios de los aurigas. Las facciones, en origen, eran un negocio, por eso se encontraban en manos de los caballeros (equites), que constituían la verdadera clase dedicada a los negocios en Roma. Estas sociedades ejercían un auténtico monopolio sobre las carreras y los que las costeaban sólo se podían dirigir a ellas para organizarlas teniendo que aceptar sus exigencias y pretensiones por temor a no poder llevar a cabo los juegos.
“Tenía (Nerón) tanto entusiasmo por las carreras de caballo que, de hecho, atavió a los caballos de carreras famosos que había superado su mejor edad con los vestidos de calle habituales de los hombres, y los honró con regalos y dinero para su alimentación. De ahí que los criadores y aurigas, ensoberbecidos por este entusiasmo suyo, vinieran a tratar a los pretores y cónsules con gran insolencia; y Aulo Fabricio, durante su pretura, irritado por su negativa a competir en términos razonables, prescindió de sus servicios, poniendo en lugar de los caballos a perros entrenados para tirar de los carros. Ante esto, los vestidos de blanco y rojo entraron de inmediato con sus carros para correr; pero como los verdes y los azules ni siquiera así participarían, el propio Nerón, entonces, ofreció los premios para los caballos y se celebraron los juegos en el circo.” (Dión Casio, Historia Romana, LXI, 6, 2-3)

Sarcófago de las cuadrigas, Iglesia de Santa María della Libera, Aquino, Italia


La facción estaba dirigida por el dominus factionis, posiblemente el propietario que aportaba el apoyo económico al equipo. En un principio el dominus sería siempre algún equite, pero más adelante los propios aurigas o agitatores se convertían en propietarios y directores de la facción.
Las facciones disponían, también, de un local propio en el circo (stabula) dotado de utillaje y de todos los servicios necesarios para estas competiciones, y con el personal necesario para el correcto desarrollo de la carrera, pues contaban con veterinarios para tratar los caballos, con médicos (medici) para curar a los aurigas enfermos y de personal especializado en alimentar a los caballos, en adornarlos y en construir los carros, así como con sastres, zapateros y, ya en el momento del transcurso de la carrera, personal especializado como los moratores que controlaban a los impacientes caballos dentro de los carceres, los tentores, que accionaban las palancas que abrían las puertas cuando el magistrado daba la señal, los sparsores, que llevaban agua para refrescar a los caballos y posiblemente los ejes de los carros y hasta un grupo de jinetes (hortatores) que animaba y aconsejaba a los aurigas de su propia facción con gestos y gritos, durante las carreras.
“Los ayudantes contienen las bocas y las bridas con cuerdas
de nudos, obligan a las manos y las melenas que se retuercen
a mantenerse dentro del cajón a la par que les alientan,
les enardecen incluso con palmadas cariñosas e inspiran
a los cuadrúpedos un ardor fogoso.
Éstos tiemblan en las cajas, se arrojan sobre las barreras
a la vez que bufan a través de las tablas de contención de
modo que su aliento toma posesión, aún antes de la carrera,
del campo que aún no pisan.
Empujan, se inquietan, arrastran, resisten, se enardecen,
saltan, tiemblan, hacen temblar, piafan,
golpean con pie inquieto los palos que sin embargo permanecen insensibles.”
(Sidonio Apolinar, Poema 23)

En el siguiente texto se citan los nombres y puestos que ocupan los integrantes de la facción dirigida por Titus Ateius Capitonis, incluidos el tesorero, los aurigas (en este caso agitatores, porque se trata de una familia quadrigaria), el médico, los oficios anteriormente citados y otros esclavos.
*El auriga o bigarius conducía un carro con dos caballos (biga) y el agitator un carro con cuatro caballos (quadriga)


“Familiae quadrigariae T(iti) At(ti) Capitonis / Panni Chelidoni Chresto quaestore / ollae divisae decurionibus h{e}is q(ui) i(n)f(ra) s(cripti) s(unt) / M(arco) Vipsanio Migioni / Docimo vilico / Chresto conditori / Epaphrae sellario / Menandro agitatori / Apollonio agitatori / Cerdoni agitatori / Liccaeo agitatori / Helleti succonditori / P(ublio) Quinctio Primo / Hyllo medico / Anteroti tentori / Antiocho sutori / Parnaci tentori / M(arco) Vipsanio Calamo / M(arco) Vipsanio Dareo // Eroti tentori / M(arco) Vipsanio Fausto / Hilaro aurig(atori) / Nicandro aurig(atori) / Epigono aurig(atori) / Alexandro aurig(atori) / Nicephoro spartor(i) / Alexioni moratori / viatori” (CIL VI 10046)

[La familia quadrigaria de Titus Attius Capito de la facción roja para la cual Chestus es el tesorero, distribuyó aceite a los decuriones que se mencionan a continuación, Marcus Vipsanius Migio, Docimus, el vilicus (posiblemente el que proporcionaba el forraje para los caballos, a Chrestus el conditor (¿cuidador del caballo?), Epaphrus (¿el que se ocupaba de los arreos del caballo?), Menandro, agitator (conductor de carros de cuatro caballos), Apollonius, Agitator, Cerdo, agitator, Liccaeus, agitator, Helletus, subconditor (ayudante del conditor), Publius Quinctius Primo, Hyllo, medicus, Anterotes, tentor (¿el que ayudada a abrir las puertas?), Antiochus , sutor (zapatero), Parnaces, tentor, marcus Vipsanius Calamus, Marcus Vipsanius Dareus, Erotes, tentor, Marcus Vipsanius Faustus, Hilarus , auriga, Nicandro, auriga, Epigonus, ariga, Alexander, auriga, Nicephorus, sparsor (¿el que refrescaba los caballos y los ejes de los carros?), Alexión, morator (el que sujetaba a los caballos antes de la carrera)]

Detalle del mosaico de los caballos de Cartago con sparsor, foto de Rais67



Durante la República romana sólo existieron dos facciones, la blanca (albata) y la roja (russata), llamadas así por los colores de las túnicas de los aurigas, pero en el Imperio se añadieron la verde (praesina) y la azul (veneta) y, bajo el gobierno de Domiciano se sumaron otras dos, la purpúrea y la áurea, aunque a la muerte del emperador ésta últimas desaparecieron. Incluso, en el siglo II, los colores rojo y blanco, que habían aparecido a finales de la República, aunque sin desaparecer del todo, fueron asimilados al verde y al azul. Tertuliano da una explicación al origen de estos colores:
"Al principio sólo había dos colores, el blanco y el rojo: el blanco estaba dedicado al invierno, por el recuerdo del candor de la nieve; el rojo al verano, porque recordaba el fulgor del sol; la cosa con el tiempo tomo otro desarrollo, la superstición llevó a que algunos dijeran que el rojo era el color de Marte, el blanco lo consagraron a los Céfiros; a la Madre Tierra dedicaron un color entre verde y amarillo y por tanto a la primavera; al cielo, al mar y al otoño dieron el azul." (De los espectáculos, IX, 1)

Aurigas con los colores de sus equipos (de izda a drcha) azul, blanca, verde y roja.
Museo Nacional Romano, Roma, fotos de Carole Raddato


Cuando se acercaba el día de los juegos, empezaba una campaña publicitaria, exhibiendo en placas de bronce el nombre del editor, los tipos de espectáculo, el número de participantes, el lugar y la fecha de celebración. Además, praecones (pregoneros contratados) anunciaban la organización de los juegos por la ciudad y sus alrededores. También se enviaban cartas para invitar a autoridades o personajes influyentes de las ciudades más cercanas. Es posible que existiesen programas de fiestas que se repartían entre la gente, o al menos a aquellos que debían intervenir en su organización. Se han encontrado papiros egipcios con textos de lo que parece ser un programa detallando los entretenimientos previstos para los entreactos de las carreras.
“A la buena Fortuna
Victorias
Primera carrera de carros
Desfile
Bailarines de cuerda cantantes
Segunda carrera de carros
Bailarines de cuerda cantantes
Tercera carrera de carros
Gacelas y perros
Cuarta carrera de carros
Mimos
Quinta carrera de carros
Troupe de atletas
Sexta carrera de carros
Adiós”
(Papiro Oxirrinco, XXXIV 2707)
El anuncio y publicidad con anterioridad de los juegos a celebrarse explica el por qué los edificios públicos destinados a los ludi estaban siempre abarrotados de aquellos que animaban con fervor a su equipo.
El día fijado para los juegos circenses se iniciaba con una gran procesión (pompa), con numerosas imágenes de los dioses. Esta procesión descendía del Capitolio, cruzaba el Velabro y el Foro Boario y entraba por la puerta central del circo, recorriendo la pista.
"Pero ya sale la pompa procesional; silencio y
atención: llega el momento del aplauso, viene la
brillante pompa. En primer lugar, resplandece la
Victoria con las alas extendidas. Ven aquí y haz, ¡oh
diosa! que triunfe mi amor. Aplaudid a Neptuno los
que os fiáis demasiado de las olas: yo no tengo nada
que ver con el piélago, y vivo contento en mi tierra.
Soldado, aplaude a tu dios Marte; aborrezco las
armas, soy amigo de la paz y del amor, que vive en
medio de sus dulzuras. Que Febo sea propicio a los
augures, Diana a los cazadores, y Minerva
reverenciada por los artífices manuales. Labriegos,
alzaos en presencia de Ceres y el tierno Baco, el
púgil conquiste los favores de Pólux y el caballero
los de su hermano Cástor. Nosotros reservamos los
aplausos para ti, dulce Venus, y el rapaz de potentes flechas."
(Ovidio, Amores, III, 2)

Relieve con pompa circense, Museo de Bellas Artes, Budapest


Los lictores y los trompeteros precedían la procesión, seguidos del magistrado, que presidía la carrera, ataviado con una toga purpúrea, guarnecida en oro, bajo la que asomaba una túnica bordada con hojas de palma. Lucía una áurea corona de hojas de roble y empuñaba un cetro de marfil rematado por un águila. Marchaba a pie, a no ser que desempeñara el cargo de pretor o de cónsul, en cuyo caso iría sobre una biga. Detrás, marchaba un esclavo público, cubierta la cabeza con una corona de encina. Los clientes, vestidos con toga blanca, y jóvenes a pie o a caballo, rodeaban al magistrado. Seguían al cortejo religioso los aurigas, divididos según las facciones a las que pertenecían, precedidos de los músicos y de unos portadores de carteles.
"Antes de empezar los juegos, las máximas autoridades conducían una procesión a los dioses desde el Capitolio hasta el Circo Máximo a través del Foro. Encabezaban la procesión, en primer lugar, los hijos de las autoridades, tanto los adolescentes como los que tenían edad de ir en ella, a caballo aquellos cuyos padres tenían fortuna de la clase de los caballeros, a pie los que debían servir en la infantería; los unos en escuadrones y centurias, los otros en divisiones y compañías como si marcharan a la escuela; y esto, para que resultara evidente a los extranjeros cuál era el vigor, el número y la belleza de la población que iba a entrar en la edad viril. Seguían a estos unos aurigas que llevaban, unos, cuatro caballos uncidos; otros, dos, y otros, caballos sin uncir. Detrás de ellos marchaban los participantes en las competiciones, tanto en las de poca importancia como en las más solemnes, con todo el cuerpo desnudo, excepto los genitales, que iban cubiertos…. Seguían a los participantes numerosos coros de danzarines, repartidos en tres grupos, el primero de hombres, el segundo de adolescentes y el último de niños, a los que acompañaban flautistas que tocaban con las antiguas flautas cortas, como se ha hecho hasta esta época, y citaristas que tañían liras elefantinas de siete cuerdas y las llamadas bárbita…. Después de estos grupos marchaban numerosos citaristas y muchos flautistas; y, tras ellos, los portadores de incensarios, en los que se quemaban perfumes e incienso a lo largo de todo el recorrido, y los que transportaban los vasos hechos de plata y oro, tanto los sagrados como los del Estado." (Dionisio de Halicarnaso, Historia de Roma, VII, 72)

Como los ludi estuvieron ligados desde sus orígenes a la religión fueron integrados en las fiestas realizadas en honor de los emperadores formando parte de la ceremonia del culto imperial. Los espectadores del circo podían mostrar públicamente su adhesión a la casa imperial mediante aclamaciones y rendirle homenaje al comienzo de los juegos.
¡Oh, qué misterioso poder infunde al pueblo la presencia
del genio del imperio! ¡A qué gran dignidad corresponde
alternativamente en su turno tu majestad, cuando la
púrpura imperial devuelve los saludos al pueblo reunido
en las gradas del circo, cuando resuena, elevado al cielo
con el apoyo del cóncavo recinto, el estrépito de la plebe
tras haber sido saludada y el eco repite al unísono por to-
das las siete colinas el nombre de Augusto! Y no solo hay
aquí carreras de caballos; una empalizada rodea el espacio
usual para las cuadrigas y la forma de este improvisado
anfiteatro derrama la sangre de Libia en un valle extraño
para ella." 
(Claudio Claudiano, Sexto consulado de Honorio)

Moneda con pompa circense y elefantes de Vespasiano



Además, antes de empezar se celebraban procesiones para transportar las imágenes divinas e imperiales desde sus templos hasta los edificios de espectáculos y se realizaban ofrendas, plegarias y sacrificios en honor de los emperadores divinizados. Por lo tanto, en la pompa circensis cerraban el cortejo los sacerdotes transportando los objetos sagrados y las corporaciones religiosas, que llevaban los trajes de los dioses en un carro sagrado y las imágenes divinas en una litera (ferculum). Las estatuas de los dioses eran transportadas en carros tirados por caballos, mulas y a veces por elefantes. En época imperial se añadieron al cortejo retratos de los emperadores y de las emperatrices divinizados.

"Al final de todo iban, llevadas sobre las espaldas de los hombres, las imágenes de los dioses, que presentaban figuras iguales a las realizadas entre los griegos, y con los mismos ropajes, símbolos y obsequios de los que cada uno, según la tradición, es artífice y dispensador para los hombres. Estas imágenes no sólo eran de Júpiter, Juno, Minerva, Neptuno y de los otros que los griegos cuentan entre los doce dioses, sino también de los más antiguos, de los que la tradición cuenta que nacieron los doce dioses, a saber, Saturno, Rea, Temis, Latona, las Parcas, Mnemósine y todos los demás de quienes hay templos y recintos sagrados entre los griegos; y también de los que la leyenda dice que nacieron más tarde, después de que Júpiter tomara el poder, es decir, Proserpina, Lucina, las Ninfas, las Musas, las Horas, las Gracias, Líber y de aquellos semidioses cuyas almas, después de dejar sus cuerpos mortales, se dice que ascienden al cielo y obtienen los mismos honores que los dioses, como Hércules, Esculapio, los Dioscuros, Helena, Pan y muchísimos otros. Terminada la procesión, los cónsules y los sacerdotes a quienes correspondía hacían inmediatamente un sacrificio de bueyes, y la manera de hacer los sacrificios era la misma que entre nosotros. En efecto, ellos, después de lavarse las manos, purificar las víctimas con agua pura y esparcir sobre sus cabezas los frutos de Ceres, pronunciaban unas oraciones y, entonces, ordenaban a sus ayudantes que las sacrificaran." (Dionisio de Halicarnaso, Historia de Roma, VII, 72)

Relieve con carro llevando imágenes de Júpiter y Cástor y Pólux, Museo Británico, Londres


La procesión penetraba en el circo por la puerta situada en el centro de los carceres, recorría la pista, girando alrededor de la meta primera, y se disolvía delante del pulvinar, donde se vestían las estatuas de los dioses. Cuando la procesión entraba en el circo, los asistentes al espectáculo se levantaban de sus asientos, con aplausos y aclamaciones, al igual que lo hacían, cuando llegaba el emperador.
"Ya el circo se despejó; va a comenzar el
espectáculo; el pretor da la señal, y las cuadrigas
salen a la vez de sus cárceles. Veo por quién te
interesas; vencerá con tu favor; diríase que los
mismos corceles penetran tus deseos. ¡Desgraciado
de mí!; describe un gran arco en torno de la meta.
¿Qué haces?; tú rival la pasa casi rozando. ¡Infeliz de
ti!; inutilizas los buenos deseos de mi amada; por
favor, recoge con vigorosa mano la rienda
izquierda. Favorecimos a los inhábiles; pero,
romanos, llamadlos de nuevo y dadle señal agitando
las togas por doquier. ¡Ah!, los llaman, y si quieres
evitar que el movimiento de las togas descomponga
tus cabellos, puedes resguardar tu cabeza entre los
pliegues de la mía. Ya se abren otra vez las puertas
de las cárceles, y los combatientes con túnicas de
distinto color, lanzan sus bridones a toda rienda. A
lo menos ahora toma la delantera, y vuela por el
espacio que libre se le ofrece, esforzándose por que
se cumplan mis votos y los de mi amada. Los votos
de mi amada se han cumplido; restan sólo los míos;
el vencedor recoge la palma, yo tengo que ganarla todavía."
(Ovidio, Amores, III, 2)

Vencedor de carreras de bigas, pintura de Ettore Forti


El inicio del espectáculo venía marcado por la aparición de su patrocinador en la tribuna, quien dejaba caer un trozo de tela blanca o mappa. Tal costumbre data de principios del período imperial. Casiodoro la remonta a la época de Nerón.
"La mappa (servilleta), que todavía se usa para dar la señal de comienzo de los juegos, se puso de moda de esta forma. Una vez que Nerón se estaba demorando durante la comida, y la gente, como siempre, estaba impaciente porque empezase el espectáculo, ordenó que la servilleta que había estado usando para limpiarse los dedos fuera arrojada por la ventana, como señal de que daba el permiso requerido. Desde entonces se hizo costumbre que mostrar una servilleta fuera promesa de futuros juegos." (Casiodoro, Variae, 51)

Detalle de estatua de un magistrado,
Museo Centrale Montemartini, Roma


Las carreras de caballos tenían lugar momentos antes que las de carros. En ellas, los jinetes, llamados desultores, saltaban de un caballo a otro ejecutando todo tipo de acrobacias.
"También como jinete saltador podrá posarse alternativamente en el lomo de los caballos, así como fijar sus firmes pies: volando de uno en otro hará ejercicios sobre el lomo de los veloces caballos; o, llevado en un solo caballo, unas veces hará ejercicios de armas y otras recogerá los premios de su carrera en el largo circo." (Manilio, Astrología, V, 85)

Mosaico de los desultores, Subterráneo del Palacio Farnese, Roma


Los carros estaban tirados por dos corceles (bigae), por tres (trigae), casi siempre por cuatro (cuadrigae) y, más raramente, por seis, ocho o diez (decemiuges).
“Todavía me queda por explicar brevemente lo relativo a las competiciones que se realizaban después de la procesión. En primer lugar, se celebraba la carrera de carros con cuatro y con dos caballos, y de caballos sin uncir, de la misma manera que entre los griegos tanto antiguamente en Olimpia como ahora. En las competiciones de carros se han mantenido, hasta mis tiempos, dos antiquísimas costumbres preservadas por los romanos tal como fueron establecidas al principio: una, relativa a los carros de tres caballos, que se ha perdido entre los griegos, a pesar de que era antigua y de la época heroica, de la que Homero dice que los griegos se servían en las batallas: a dos caballos uncidos de la manera en que se unce una pareja, les acompañaba un tercer caballo atado con una rienda, al que los antiguos llamaban paréoros, bien por ir atado a un lado, bien por no ir uncido con los otros.” (Dionisio de Halicarnaso, Historia Antigua de Roma, VII, 73, 2)

Vencedores de carreras de bigas, Ostia, Italia, fotos de Samuel López


Si eran cuadrigas, se enganchaba el mejor animal en el extremo izquierdo, pues de su habilidad al dar la vuelta, lo más pegado posible a la meta dependía, en gran parte, el éxito de la carrera y de que el carro evitase volcar (naufragium), lo que podía perjudicar a otros carros, ocasionando frecuentemente accidentes mortales.
“En último lugar, Atlas y Durio se valen de artimañas moviéndose en círculo: ora el uno intenta tomar ventaja por la izquierda, ora el otro lo persigue y trata de adelantarlo por la derecha; y cada cual trata en vano de burlar al otro hasta que Durio, confiado en el vigor de su juventud, vuelve las riendas e, inclinado hacia delante, tuerce su carro, cerrando el paso y volcando el de Atlas. Este, aunque debilitado por su edad, protestaba con razón: «¿A dónde vas? ¿Qué manera tan loca de competir es ésta? ¿Pretendes que nos matemos todos, nosotros y los caballos?». Y, al tiempo que le lanza tales reproches, se tira de cabeza desde su carro destrozado y, con él, lamentable espectáculo, caen sus desuncidos corceles por el suelo.” (Silio Itálico, Guerra Púnica, XVIII)

Relieve con naufragium, Museo de Arte de Viena, foto de Ilya Shurygin


Los carros, muy pequeños y ligeros, eran de madera, de dos ruedas, y los aurigas vestían una túnica ligera, del color de su equipo, protegían la cabeza con un casco de metal y las piernas con vendas. Conducían con las riendas rodeándoles el pecho y en la mano derecha llevaban la fusta y con la izquierda sujetaban las riendas, lo que permitía que, en caso de volcar la cuadriga, el auriga, con un puñal, podía cortar las riendas con facilidad.
"Y ya habían cubierto casi la mitad del recorrido y aligeraban su marcha; el brioso Pancates, en su intento por alcanzar al tiro que iba en cabeza, parecía elevarse en alzada y montarse una y otra vez en el carro que tenía delante. Doblando los cascos, con la punta de las pezuñas golpeaba y tropezaba con el carro galaico. Atlas iba el último, pero no menos raudo que el otro que marchaba a la cola, Durio. Podría pensarse que, por mutuo acuerdo, corrían cabeza con cabeza, como si formaran parte del mismo tiro.
Cuando Hibero, que iba en segundo lugar, se percató de que los corceles galaicos de Cirno perdían fuerza, que el carro que iba en cabeza no saltaba como antes y que había que forzar una y otra vez a los humeantes caballos, fustigándolos con violencia, como una súbita tormenta se lanza desde lo alto de un monte se inclinó él de pronto sobre el cuello de sus corceles y, colgado de sus prominentes cabezas, estimulaba a Pancates, furioso por tirar de las riendas en segundo lugar, y, al tiempo que le azotaba, le decía: «Astur, ¿acaso compitiendo tú va a haber otro que te gane terreno y se lleve la palma? Muévete, vuela, deslízate veloz por la llanura con tus alas como tú sabes. Ya desfallece Lampón, extenuado y con el pecho jadeante; ya le falta el aliento para llevarlo hasta la meta». Al decirle esto, el corcel se irguió como si enfilara la pista justo al salir de su cajón. Dejó atrás a Cirno, que intentaba cerrarle el paso curvándose hacia él o al menos colocarse a su altura. Ruge el cielo y ruge el circo sacudido por el enorme bullicio de los espectadores. Avanzaba el victorioso Pancates erguido a través del aire, llevando muy elevada su triunfante cerviz y arrastrando tras él a sus compañeros de tiro.
En último lugar, Atlas y Durio se valen de artimañas moviéndose en círculo: ora el uno intenta tomar ventaja por la izquierda, ora el otro lo persigue y trata de adelantarlo por la derecha; y cada cual trata en vano de burlar al otro hasta que Durio, confiado en el vigor de su juventud, vuelve las riendas e, inclinado hacia delante, tuerce su carro, cerrando el paso y volcando el de Atlas."
 (Silio Itálico, La guerra púnica, 300)

Relieve del circo, Museo estatal de Pérgamo, Berlín,
foto de Sergey Sosnovskiy


Cada facción podía intervenir en las carreras con una o más cuadrigas, que corrían siete vueltas alrededor de la spina del circo, en tanto los espectadores seguían las frases de las carreras, mirando los siete huevos y los siete delfines colocados sobre unos arquitrabes, sostenidos por columnas. Los cambios indicaban el número de vueltas recorridas y las que faltaban.
El número de dieciséis carreras con siete giros a la pista se mantuvo hasta los primeros años del imperio, pero en tiempos del emperador Calígula subieron a veinticuatro; y de treinta y nueve a cuarenta y ocho en época de los emperadores Flavios  y bajo Domiciano llegaron a cien. En los Juegos Seculares del año 88, las vueltas a la pista pasaron de siete a cinco. El premio a la cuadriga vencedora consistía en sumas elevadas de dinero y en coronas y palmas.
“A este punto el emperador ecuánime manda que a las
palmas de vencedor se añadan bandas de seda; a los collares
de oro, coronas y que se recompense el mérito, ordenando
que se adjudiquen a los vencidos, que ya han sido suficientemente
avergonzados, alfombras de hilos multicolores.”
(Sidonio Apolinar, Poema 23)

Detalle de mosaico de la villa del Casale, Piazza Armerina, Sicilia


Continúa en próximas parte II [Ludi circensis (II), espectáculo y sociedad en las carreras de la antigua Roma] y parte III [Ludi circensis (III), aurigas y caballos de carreras en la antigua Roma] 

Bibliografía


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