Una nación de tres millones y medio de habitantes batió a los creadores de este deporte, a la nación más rica, a la que siempre decepciona. Pero es que uno de esos uruguayos es Luis Suárez que se ha apuntado a la lista de estrellas de este Mundial de grandes emociones y de lágrimas. Sufrió para llegar al partido un mes después de su operación de menisco y tuvo dos momentos que le dieron los tres puntos a su país y la esperanza de clasificación. Inglaterra, al borde de la eliminación, ni siquiera se puede llevar la sensación del trabajo bien hecho: ataca mucho, con mucha gente, pero su juego es una moneda al aire, descontrolado. Puede ganar, pero puede perder.
Roy Hodgson se ha entregado a la velocidad de sus delanteros, jóvenes con prisas para llegar. En todos los sentidos: para imponer su marca en este Mundial, para ser reconocidos, para llegar al área contraria. Las prisas son malas compañeras. Y si no se crean las condiciones necesarias para que su velocidad sea bien aprovechada, esa virtud envidiable acaba siendo un defecto. Inglaterra, tras un inicio interesante, se pasó la primera mitad superada en todos los terrenos: en inferioridad cerca del balón, en intensidad. No se podía buscar a los delanteros porque se perdía la posesión y los de arriba no ayudaban en el control del juego.
Aun así, Rooney, motivado por las críticas innecesarias, cabeceó a la cruceta con el empate a cero: eso es también Inglaterra. Como lo siguiente:Gerrard, que no estuvo categórico cuando tocaba, insuficiente como mediocentro de cierre, fue incapaz de parar una triangulación en el centro del campo en una de las pocas salidas a la contra de Uruguay. Con el balón sin dueño, se le adelantó Lodeiro que vio a Cavani al borde del área.
Dos gestos técnicos deliciosos abrieron el marcador: tras un amago, su centro bombeado a la cabeza de Suárez por encima deJagielka y el cabezazo de éste que cambió la dirección del balón cogiendo a Hart a contrapié. Eran seis contra dos. Ganaron los dos, quizá el mejor tándem ofensivo del mundial.
Luis Suárez estaba para unas cuatro o cinco carreras, no más, y su único peligro había sido a balón parado, un casi gol olímpico al inicio de la contienda y otro en la segunda. El trabajo sucio se lo hizo Cavani y a los dos les acompañaba una actitud colectiva envidiable. Uruguay achicaba los espacios con maestría, presionaba arriba con hambre y no se dejaba a un solo inglés con tiempo ni espacio. Parecían quince tíos contra once. Entre los destacados, el atlético José María Giménez, con solo dos partidos con el primer equipo de Simeone, pero siete internacionalidades.
Inglaterra necesitaba un centrocampista más desde el minuto diez de partido, pero Roy Hodgson prefirió insistir en su idea: jugadores ofensivos para seguir atacando. Tuvo mucha posesión, pero erraban en el pase y le faltaba profundidad. Gerrard, demasiado retrasado, no conseguía encontrar a los delanteros. Pero poco a poco Inglaterra fue comportándose como una apisonadora: sin juego, fue cerrando al rival en su propia área. Una llegada de Sturridge y Johnson por la derecha acabó con el tanto de Rooney.