Lumet: algunos hombres buenos

Publicado el 10 abril 2011 por Rbesonias

Me pregunto qué será de nosotros cuando mueran todos los directores de cine de la vieja escuela. No es que uno esté a disgusto con la savia nueva; en absoluto. Pero sí se echa en falta una cierta mirada moral, unos criterios éticos -cuestionables o no- que muevan las conductas de los personajes. Buena parte del cine contemporáneo parece más preocupado por agradar a su público a través de imágenes impactantes que por ampliar su horizonte de comprensión de la realidad. Hoy escasea el cine que interpela, que golpea sin pedir permiso, obligándonos a mirar más allá de lo que se ve. Echo en falta realizadores adultos, que busquen un público adulto, en complicidad con su universo personal. Echo de menos a Lumet, Sidney Lumet, el hombre honesto, abierto a la duda razonable que pueda salvar una vida (Doce hombres sin piedad); el hombre justo, que no está dispuesto a mirar hacia otro lado cuando la injusticia le interpela (Serpico, Network). Casi todos los personajes de Lumet deben en un momento singular de sus vidas elegir entre permanecer impasibles ante lo que ven o actuar, tomar partido, disentir, ponerse del lado de aquellos que padecen la injusticia y no de los que la hacen posible; pese a que en el camino pierdan su hacienda y su alegría. Lumet no es condescendiente con la realidad social. La disecciona con minuciosidad y, una vez abierta, supura sus tumores morales sin contemplaciones.
Aún siento un cierto escalofrío al recordar la última escena de la última película de Lumet, Antes que el diablo sepa que has muerto. Un padre contempla horrorizado en qué se ha convertido su propio hijo. Parece como si Lumet, de manera dudo que solapada, nos dejara como testamento una aciaga pregunta que nosotros -a los que el diablo aún no ha alcanzado- debiéramos contestar: ¿dejaremos que la impunidad crezca sin resistencia o ahogaremos con nuestra voz el eco de sus crímenes? Lumet, escéptico, ya con el aliento del diablo sobre su nuca, quizá intuyó, bajo la lúcida alegoría de ese Saturno deconstruido, que los seres humanos hemos claudicado, cediendo por mero egoísmo ante un mundo implacable que devora, a menos que lo aplaquemos, todo lo que encuentra a su paso.

Ramón Besonías Román