Imagen de la convocatoria.
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en primera línea de playa del Mare Moscoviense, entre los cráteres Komarov y Titov. La razón de tanto topónimo ruso es que las primeras fotografías existentes de la Cara Oculta de la Luna fueron realizadas por la nave soviética “Luna 3” en 1959, como indicaba el folleto que me proporcionaron amablemente en recepción. Para evitar caer en la monotonía de unas vacaciones exclusivamente playeras, me apunté a una excursión al Mare Ingenii, en el sur, donde nos enseñaron otros cráteres como el Obruchev o el Thomson. El guía nos explicó que casi todos estos accidentes lunares se remontan al Periodo Ímbrico Superior. Semejante nomenclatura inicialmente suena rara, estando habituados a nombres como Paleozoico, Pleistoceno y Jurásico, pero al final acabas soltándola en cualquier conversación de chiringuito como si te la hubieras aprendido de memoria en el colegio. Mis vacaciones en la Cara Oculta de la Luna dieron mucho más de sí de lo que esperaba, la verdad. Tuve mucho tiempo para leer durante el trayecto de ida y vuelta en el cohete low cost (sobre todo cosas de Julio Verne). Además, eso de ahorrarse la crema de protección solar también supone un alivio para el bolsillo. Tengo pensado volver el año que viene, aunque me temo que para entonces se haya convertido en un destino mucho más conocido, pero qué se le va a hacer…
—¿Y a ese qué le pasa? ¿Habla solo?
—No, es lo de siempre. Cuando vuelve de veranear en el pueblo y se encuentra con todo el trabajo pendiente para septiembre aguardándole sobre su escritorio, empieza con la misma cantinela.
—Pues como le oiga el jefe…
Texto: Ricardo Gómez Tovar