El gato, como cada noche, se encaramó a su tejado favorito -los gatos no suelen tener uno propio- para admirar la luna radiante y llena. Tomó asiento y fijó su mirada en la cara más brillante de la luna, que en invieno era especialmente clara y nítida…
Y se puso a soñar, como cada noche hacía, desde el tejado. Y con sus ojos cerrados la vio a ella, paseando con sus niñas pausadamente por el sendero que le llevaba al lago plateado que reflejaba la luna llena en sus aguas tranquilas. Y junto al reflejo de la luna, también podía ver el de las ramas desnudas de los árboles que había alrededor, que en verano le regalaban su mejor sombra y su verde primaveral…
Y en su bello sueño veía a sus niñas jugar sobre una manta a cuadros, sobre la hierba del borde del lago, mientras su mamá cantaba una bella canción a la vez que jugaba con ellas. Se respiraba felicidad y alegría en el bosque, esa noche especial de luna llena, lleno de amor!
Y pensó que esa especial noche de luna llena era, además, en el día en que los seres humanos celebraban la festividad de los santos inocentes! Y pensó que los santos inocentes son todas aquellas personas que dejan de luchar y de sufrir para lograr vivir el amor, porque simplemente les fluye desde el interior! Así, siguió pensando, los niños son aquellos santos inocentes que viven el amor sin esfuerzo alguno, sin tener que luchar, pues solo es necesario llevar el corazón bien abierto, como cualquier niño hace en cada momento del día…
Y el gato pensó que, al fin, él mismo había logrado llegar a ser un santo inocente, pues su corazón estaba bien abierto y ya no podía vivir sin él! Y abrió sus ojos felinos, viendo como aquella luna radiante y llena le recordaba a su amor, allí en el mar del Norte, donde nace el arcoiris y donde ahora mismo estaba su corazón…