Era una noche de luna llena, radiante y majestuosa, como casi todas las noches gélidas de invierno. El cielo trasparentaba esa luz brillante y mágica que la luna nos regalaba…
El gato subió a su tejado, como casi todas las noches hacía! Lo hizo lenta y sigilosamente. Miró a su alrededor y no vio a nadie ni esas flores amarillas que hubo en un tiempo ya lejano. Miró a la luna, su única compañera en ese tejado de tejas viejas, esa noche poblado de sombras…
Cerró sus felinos ojos y se sintió una vez más acompañado. Y vio desde su gran corazón el bosque encantado, junto al lago plateado. Y en él vio a sus niñas jugando en la orilla, recostadas sobre una gran manta de lana, estampada. Y junto a ellas contempló a su madre, su amada hada mágica, susurrando entre sus labios una hermosa canción de nostalgia, mientras jugaba amorosamente con ellas. Y el gato se dio cuenta de que, mirando desde el corazón abierto de par en par y soñando, el tiempo no pasa, ni hay ausencia, ni silencio, sino que todo lo amado y deseado permanece junto a nosotros para siempre…
Y sonrió… aunque sabía que cuando volviera a abrir sus ojos de gato estaría de nuevo sólo, echando de menos todo aquello que su corazón contemplaba y luego guardaba en silencio, en forma de un bello sueño. Y comprendió cuán afortunado era de poder soñar y de poder sentir intensamente en su corazón abierto todo lo que ya vivía en su maravilloso sueño cada noche, con luna plena o sin ella…
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