Dice Spender que la prosa no requiere que nos fijemos en las palabras que la conducen. Que es preferible prestar atención al hilo que une las palabras y no a las palabras en sí mismas. La poesía,en cambio, es un puzzle en el que cada palabra debe ir amarrada a las otras, ocupando el espacio que las demás dejan, indicando el lugar por donde deben venir y también al que deben dirigirse. Escribo poesía con la idea de que son las palabras las que crean el poema, no yo. Escribo prosa con la idea de que son las palabras las que estorban, no la trama. No me pongo de acuerdo conmigo mismo en ninguna de las dos facetas. Creo por voluntad hedonista: me gusta enredarme, abrir caminos por donde antes todo era barrizal o fronda. El hecho de crear implica un deseo de inconformismo absoluto. Es también una manera de rebelarse contra las reglas. Porque a veces solo vemos reglas, papales, instancias. Crear es imponerle a la realidad un objeto o una idea que no poseía. No nos conforta lo que hay y se obstina uno en remediar ese anomalía. Lo que todavía no sé es la razón por la que me ha salido este texto y no otro, qué hubo esta noche en mi cabeza - son las siete y once - para que al despertarme, casi nada más poner los pies en el suelo, rumiara la idea del texto y abriera el ordenador y lo esté escribiendo ahora. Siempre me intrigaron las razones que hacen posible la escritura, la personal, la ajena. Preguntado sobre eso en un seminario sobre poesía, dije que no tenía respuesta. No, al menos, una de la que sentirme satisfecho. Me faltaba, creo recordar haber dicho, rotundidad. No la precisaba, imagino. Otros aportaron razones que acepté, en mayor o en menor medida. Uno sostuvo que escribía para no aburrirse. Encuentro más motivos para leer que para escribir. En cierto modo debe ser así, de esa manera deben funcionar las cosas. Hoy leeré poco y no serán lecturas afines. No tendré tiempo para escribir tampoco. Al pensar en qué hará uno durante el día, sin casi forzarlo, reserva un tiempo para esas dos cosas, y se tuerce el ánimo - sin dramatismos, sin que importe más de lo soportable - al constatar que no habrá un hueco para continuar el libro que tenemos entre manos (Cuentos completos, Robert Louis Stevenson) o el de poemas sin título todavía y que empecé hace un par de veranos, en la playa, y ahí sigue, completándose penosamente, adquiriendo peso, enjundia tal vez. Y no saber, ya terminando, si el lunes pertenece a la prosa o a la poesía. Algunos, a poco que luego se piense, no exhiben trazas de ninguna de las dos.
Dice Spender que la prosa no requiere que nos fijemos en las palabras que la conducen. Que es preferible prestar atención al hilo que une las palabras y no a las palabras en sí mismas. La poesía,en cambio, es un puzzle en el que cada palabra debe ir amarrada a las otras, ocupando el espacio que las demás dejan, indicando el lugar por donde deben venir y también al que deben dirigirse. Escribo poesía con la idea de que son las palabras las que crean el poema, no yo. Escribo prosa con la idea de que son las palabras las que estorban, no la trama. No me pongo de acuerdo conmigo mismo en ninguna de las dos facetas. Creo por voluntad hedonista: me gusta enredarme, abrir caminos por donde antes todo era barrizal o fronda. El hecho de crear implica un deseo de inconformismo absoluto. Es también una manera de rebelarse contra las reglas. Porque a veces solo vemos reglas, papales, instancias. Crear es imponerle a la realidad un objeto o una idea que no poseía. No nos conforta lo que hay y se obstina uno en remediar ese anomalía. Lo que todavía no sé es la razón por la que me ha salido este texto y no otro, qué hubo esta noche en mi cabeza - son las siete y once - para que al despertarme, casi nada más poner los pies en el suelo, rumiara la idea del texto y abriera el ordenador y lo esté escribiendo ahora. Siempre me intrigaron las razones que hacen posible la escritura, la personal, la ajena. Preguntado sobre eso en un seminario sobre poesía, dije que no tenía respuesta. No, al menos, una de la que sentirme satisfecho. Me faltaba, creo recordar haber dicho, rotundidad. No la precisaba, imagino. Otros aportaron razones que acepté, en mayor o en menor medida. Uno sostuvo que escribía para no aburrirse. Encuentro más motivos para leer que para escribir. En cierto modo debe ser así, de esa manera deben funcionar las cosas. Hoy leeré poco y no serán lecturas afines. No tendré tiempo para escribir tampoco. Al pensar en qué hará uno durante el día, sin casi forzarlo, reserva un tiempo para esas dos cosas, y se tuerce el ánimo - sin dramatismos, sin que importe más de lo soportable - al constatar que no habrá un hueco para continuar el libro que tenemos entre manos (Cuentos completos, Robert Louis Stevenson) o el de poemas sin título todavía y que empecé hace un par de veranos, en la playa, y ahí sigue, completándose penosamente, adquiriendo peso, enjundia tal vez. Y no saber, ya terminando, si el lunes pertenece a la prosa o a la poesía. Algunos, a poco que luego se piense, no exhiben trazas de ninguna de las dos.