Abro lentamente los ojos. No sé dónde estoy. En la ventana, una rendija deja entrar un suave hilo de luz. Es muy temprano.Lentamente, adormilada aún, me siento en la cama. Mis pies sienten la vieja moqueta. Sonrío: ¡ya sé dónde estoy!Abro la vieja ventana de madera, que chirría ligeramente, con un ruido familiar. Ante mí, la Catedral se descubre clara, enorme, preciosa contra el cielo despejado. El aire fresco y seco de la mañana inunda la habitación, lleno de campanas y graznidos de chovas. Ése es el sonido de mi Segovia. Sobre el frío silencio, campanas y chovas.Unos pasos resuenan sobre la calle de piedra y unas voces difusas ascienden hacia la plaza. La ciudad se está despertando, como yo.
Voy a la cocina. Desde su ventana se ve la torre del Alcázar a lo lejos, almenas en el horizonte. Como todas las mañanas, mi abuela ya está allí. El humo de su cigarrillo se enreda con la luz de la lámpara encendida. Su gran taza de café reposa al lado del periódico (del día anterior) que está leyendo. Me sonríe. Me siento con ella, y entre susurros planeamos el día, hablamos de todo. Los demás duermen, y lo harán un buen rato más.Desde el comedor, se ve el Pinarillo sobre el curso oculto del Clamores. Entre ellos, la cuesta de los Hoyos, el enterramiento judío.Desde la terraza, se ve a un lado la nueva Segovia, creciendo hacia la Sierra, y al otro, el amplio horizonte espera al sol, que se pondrá por la tarde en un precioso espectáculo de luz anaranjada y violeta.Mi abuelo ya se ha levantado. Antes de desayunar, en bata, canturreando, está regando los lirios de la terraza con una jarra de barro. Tiene dos, porque sabe que a los nietos nos encanta ayudar. También aquí se oyen las campanas y las chovas…En el patio, hay dos nidos de golondrinas. Su sonido resuena en la entrada. Vuelan elegantes al atardecer. …………….Mi abuela ya es mayor, y mi abuelo hace años que no está. La vieja habitación de mi niñez está ahora ocupada por una muchacha. Mi abuela ya no fuma, ni se despierta pronto, está muy cansada, ya no hablamos de tantas cosas. Pero todavía me sonríe. Ya no me quedo en su casa. Tengo una casa que poco a poco va formando su propia historia. Pero ahí siguen las campanas y las chovas. Desde la cocina, se sigue viendo el Alcázar, y el Pinarillo desde el comedor. Y en la terraza, aunque los lirios ya no están, se sigue viendo la ahora gran Segovia y el siempre bello espectáculo del atardecer.Ahora mis hijos corren por la casa de mi abuela (la bisa) y se asoman a la ventana. Me alegra cuando me preguntan, ansiosos: “mamá, ¿cuándo vamos a Segovia?” ……………………….A finales de agosto, como las golondrinas, volaremos al Sur. Siempre dejo Segovia con tristeza. Pero Segovia espera, y recibe la vuelta con cariño; con frío silencio, campanas y chovas.
Texto: Teresa Giraldez