Cornelio Wall, Maria Pankratz y Miriam Toews encarnan a Johan, Marianne y Esther, protagonistas del triángulo amoroso ambientado en una comunidad que Hollywood suele estereotipar (aquí y aquí por ejemplo). Sin dudas, la ignorancia y el prejuico del espectador juegan a favor de una propuesta que, a partir de la proximidad entre realidad y ficción, invita a un voyeurismo distinto del que provoca el cine comercial.
De hecho, si en la mayoría de las películas la infidelidad es la gran excusa para mostrar escenas eróticas (cuanto más bellos los actores, mejor), en Luz silenciosa la pasión contrariada agita sentimientos, contradicciones y tradiciones antes que cuerpos y sábanas. Este otro tipo de desnudez (llamémosla “espiritual”) nos acerca, de una manera poética, a una otredad desconocida pero irreductible a la objetivación que impondría un documental.
Además de revelarnos un mundo que nos resulta ajeno, el guionista y director Carlos Reygadas nos invita a reflexionar sobre el amor (o los amores) y sobre la condición humana (y su relación con el prójimo, con el entorno, con la religión). En manos de algún colega menos talentoso, la propuesta pecaría por verborrágica y sentenciosa además de ambiciosa.
Por suerte, el realizador mexicano es consecuente con el título que eligió para un trabajo luminoso (e iluminado), y que sabe prescindir de la palabra obvia.