Los libros y sus autoras no se van a mover de donde están
Pues llegué tarde. Como llega tarde el autobús siempre que tienes prisa, como llega tarde tu cita y la película ya va por la mitad, tarde como el adolescente al que le dijeron a las doce en casa y son ya la tantas..., tarde al #LeoAutorasOct para que esta reseña entre a formar parte de dicha iniciativa. Porque leída, esta historia está leída desde mediados del mes que se nos fue. En el fondo, da un poco lo mismo porque hay que leer autoras durante todo el año, así que voy con la reseña y me dejo de lamentos de escribano al que le ha pillado el monstruo del deadline.
Ya hablé en esta casa un libro de la autora, La moderna Atenea. Como podéis leer en la reseña del mismo, disfruté la lectura que, además, me sirvió de pórtico de entrada a la forma de escribir de la autora. Mª Concepción Regueiro es asidua a nuestra web, se ha asomado antes a ella con Los espíritus del humo, novela que pertenece a la misma cosmogonía que nos ocupa y también publicada con la Editorial Cerbero; o con ¿Hogar?, cuya reseña fue publicada allá por el mes de junio. Por último, algún relato corto suyo también hemos podido disfrutar. Esperamos que siga con nosotras, que nos siga visitando.
Entramos en este libro y notamos tufo a condenación y vergüenza, ese rastro nos permite acomodarnos a la ambientación bizarra e híbrida, mezcla de ciencia ficción y fantasía. Tecnología y magia de la mano y, a la vez, enfrentadas, a la gresca, buscándose las cosquillas una a la otra y, de paso, provocando la suspicacia de todo bicho viviente que habita en el imaginario de este relato.
Pero, pese a su incompetencia manifiesta, Betuniuss comprendía perfectamente que todo se había acabado y que se imponía, por tanto, buscar nuevas soluciones, aunque también tenía dolorosamente presente que nunca sería considerado en esa planificación.
Esta refulgencia me luce parecida a...
Encontramos por todo el libro reminiscencias de nuestra propia realidad. El hacinamiento urbano, la pobreza, el envilecimiento y la avaricia que provoca el vivir espachurrados en ciudades cochambrosas, la alienación de un trabajo que no da ni para ser mísero... Por mucha magia que le eches a la vida esta sigue siendo insoportable. Entonces, ¿estamos ante una parodia de nuestro ahora?, ¿quizás una alegoría a ver si nos damos por aludidos? Estas son preguntas que nos asaltan mientras vamos pringándonos con los miasmas ahumados del entorno que la narración propone.
La refulgencia parece ser, porque es más cosas, la historia de un tránsito, de un cambio profundo que convulsiona a una sociedad entera. Estas historias de declive civilizatorio atraen de manera especial, supongo que tendrá que ver la sensación de que a nuestro alrededor las circunstancias están cambiando, muchos dirán que a peor. Se oculta en todo el desarrollo de la trama una crítica a la tecnofilia militante y de mirada corta, así como asoma un cariño espacial por aquellos que pretenden utilizar el conocimiento para mejorar la vida de las gentes y no para alimentar su avaricia. Vemos a Mansuara, la protagonista, adaptarse como puede a un entorno que trastabilla, que es inestable, y lo hace sin perder la oportunidad de perseguir sus obsesiones, sus intereses humanistas, que no humanitarios.
El papel de la ciencia como nuevo dios ya estaba en La moderna Atenea. La arrogancia de lo científico sin control que se utiliza para oprimir se palpa en todo momento y contribuye de forma crucial a darle el tono de podredumbre moral, de maldad cancerígena que va devorando el cuerpo, a toda la novela. Intuimos que algo puede salir mal y las consecuencias serán nefastas, de ahí extrae la tensión esta historia.
A nadie le amarga un poco de química y crítica
Me he sonreído con algunas alegorías insertas en el relato. Como buen ciudadano, -¿acaso podemos ser hoy otra cosa? En la realidad que se nos narra, dese luego, no hay alternativa-, estoy fatal de lo mío, estoy loca de los nervios, que diría la Martirio y quiero salir a la calle a meter chillío. Pero para estas ansiedades descontroladas tiene la protagonista, curandera profesional aunque con problemas de clientela, unos polvichuelos mágicos: el remedio para la melancolía. Digo yo, que la narradora podría dar la receta para que los afectados por el mal de nuestro tiempo no acabemos con las uñas comidas y con las existencias de tila del universo. Prometo no denunciarla si lo hace, acabaría en la propia prisión que tan bien nos describe.
El tratamiento que se da a lo que sucede en el presidio sirve para exponernos una lucha de poder, de esas que tanta salsa aportan a una buena historia; pero, sobre todo, usa el escenario para descubrirnos el sadismo que parece la cola de ese mismo poder, su apéndice ineludible, cuando este se ejerce para sojuzgar lo diferente. Un caramelo para psicópatas de pacotilla.
-No es un buen lugar -insistió el muchacho-. Esa gentuza estuvo eras abusando de sus poderes. Ahora merecen pudrirse ahí, y una dama no tiene por qué ver esas cosas.
Antes de terminar quiero mencionar lo menos bueno de La refulgencia: se queda corta en longitud para poder desarrollar todo lo que promete. La sensación de precipitación acude de vez en cuando a nuestro ánimo lector. "Es una pena, esto da para mucho más", podemos llegar a pensar. A esta opinión contribuye el que todo pase de forma muy veloz. El ritmo, sin ser frenético, sí que hace que se precipiten los acontecimientos y esa sensación de que se quiere liquidar la historia antes de tiempo llega a incordiar un poco.
Termino ya, a pesar de lo dicho, de que esta obra pueda ser solo un fragmento del rompecabezas, os recomiendo esta novela breve. No manejéis la refulgencia sin el equipo adecuado de protección. Aunque parece llena de destellos y colorines hermosos, tiene su miga. Meted la nariz, curiosead, pero atentos, que nadie quiere salir chamuscado.
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Foto de Bergadder, go2locals y fotofan1 en Pixabay