Me acerco por la FNAC aprovechando que he ido a comprarme calcetines y, vaya sorpresa, acabo picando: como de costumbre, la estantería (es la única que miro, a decir verdad) de ofertas acapara toda mi atención, multiplicada además por una jugosa promoción de 4×3 de esas a las que me resulta imposible decir no. No me cuesta demasiado dar con cuatro discos que justifiquen un gasto inferior a 20 euros.
Vuelvo así a casa con unos calcetines bastante feos y cuatro cedés debajo del brazo: el último de The Killers, un recopilatorio de Morrissey, el famosérrimo disco de Billie Eilish que aún no había comprado y -el que me más ilusión me hace encontrar a esos precios de ganga, para qué voy a negarlo- una copia de “Morricone Segreto“, el disco póstumo (se publicó en 2020, meses después de su fallecimiento) que reúne alguna de las joyas más oscuras del inmortal (ay) compositor italiano.
Se trata de 27 cortes con un denominador común: corresponden a trabajos de esa vertiente psicodélica y oscura más desconocida del maestro romano, bandas sonoras de filmes anclados en el giallo, el cine de terror o pseudoerótico -aquí hay algun punto de tangencia con los fenomenales y ultrarrecomendables recopilatorios de la saga “Mondo Morricone“- y que permitieron al compositor adentrarse en terrenos más experimentales, en los que se cruzan de forma inédita la electrónica más descriptiva con lisérgicos viajes de acid-jazz. Nada nuevo para su autor, en realidad, si consideramos además que Morricone era unos de los miembros fundacionales de Il Gruppo de Improvvisazione Nuova Consonanza, cuyo objetivo no era otro que acercar al público italiano a formas musicales de vanguardia.
La escucha del disco, desde luego, es una absoluta gozada, dando cuenta de la imaginación desbordante del músico y su capacidad para rebasar los límites establecidos por el canon: en estas composiciones conviven el ambient, las formas clásicas, la cacofonía, y el pop; las baterías con los coros multitudinarios, el bramido de la guitarra eléctrica con la dulcísima voz de la grandísima Edda Dell’Orso, todo un viaje por un paisaje virgen en el que sin embargo no cuesta reconocer la genial mano de su autor. El viaje concluye, sin embargo, con una composición más tradicional que no conocía, tan bonita y TAN Morricone que me provoca un pinchazo en el corazón cada vez que la escucho: se trata de la hermosísima “Macchie Solari“, aparecida originalmente en los títulos de crédito de la película homónima de 1974 y lanzada por primera vez en 1976 como un sencillo de 7 pulgadas, exclusivamente para el mercado japonés. La composición, compuesta para orquesta, oboe y coro, fue grabada bajo la batuta de Bruno Nicolai y constituye un perfecto ejemplo de la capacidad del genio para conmover hasta las lágrimas recurriendo a pocos elementos bien dispuestos. Me conmueve, me hiere, prácticamente no he sido capaz de escuchar otra cosa.