'Madame de…' o el vals infernal de Max Ophüls

Publicado el 14 noviembre 2010 por La Mirada De Ulises

Todo en el cine de Max Ophüls es movimiento, escenografía, musicalidad y búsqueda. “Madame de…” no es una excepción, y quizá represente como ninguna otra ese itinerario espiritual que viven sus personajes recorriendo los círculos del infierno sentimental, siempre sin vivir en sí y anhelando el amor que les falta en el corazón. Son seres que sienten el deseo irrefrenable de la pasión, que miran hacia fuera buscando el modo de llenar el vacío que hay en su alma. De ahí su fragilidad e inestabilidad emocional, su continuo ir a la deriva en busca del amado y a merced de un destino fatal. Es Ophüls un entomólogo del alma femenina, a la que presenta paciente y constante hasta alcanzar la meta marcada, posesiva y celosa con el objeto conquistado, astuta y mentirosa hasta donde sea preciso. La mujer de Ophüls se mira en el espejo una y otra vez, simula y enfatiza lo necesario para salirse con la suya, manipula al hombre y le convierte en marioneta de sus antojos…, pero es también sacrificada y sentimental, sufridora y romántica, complaciente y complicada. La “Madame” del título es el centro absoluto de la historia, y en torno a ella giran todos los hombres con quienes baila un vals tras otro (de Oskar Strauss) hasta caer rendidos a sus pies, hasta comprarle una vez más –en cuatro ocasiones lo hacen su marido y su amante– esos pendientes de diamantes, convertidos en fetiche del amor que se tiene a sí misma y de su anhelo de felicidad.

“Madame de…” parte de la novela de Louise de Vilmorin y se refiere al nombre de la esposa del coronel André (Charles Boyer), Louise (Danielle Darrieux), que ahora se ha encaprichado del diplomático Donati (Vittorio De Sica). Entre ellos basta una mirada llena de complicidad para penetrar en el alma del otro y descubrir su sed de afecto, para ver cómo el juego se convierte en amistad, y ésta en amor… y dejar de preguntar por su marido, porque las palabras ya han quedado grabadas en sus ojos de enamorada: ha sido toda una sutil y profunda transformación bajo la apariencia de la fidelidad. Una mujer frívola y mentirosa pero respetable en sociedad, un amante que es un caballero pero títere de sus sentimientos, un marido también infiel pero que ama –a su manera– y calla ante la traición doméstica: es el juego de las apariencias, de lo que late en el fondo del corazón y que los hechos contradicen, y también la paradoja de ese “no te quiero” y “no vuelvas a verme” que son en realidad un “te quiero con toda el alma” y un “qué largas se me han hecho estas veinticuatro horas”. Y siempre bailes y desmayos fingidos, engaños y cartas de amor rotas, doncellas confidentes y mayordomos que ponen orden en la casa (y en el matrimonio), espejos y escaleras… para darse vueltas y más vueltas, para perderse en el narcisismo en una sociedad elegante y fascinante, pero hueca y decadente.

Con “Madame de…” Ophüls levanta una pieza de orfebrería –no por los pendientes– en la que se muestra su obsesión por los pequeños detalles que hacen que una comedia frívola y ligera se transforme en una tragedia clásica en toda regla. Como en “La ronda” o en “Carta de una desconocida”, se estructura de manera cíclica y cerrada en sí misma –como esa escalera de caracol–, y los dichosos pendientes sirven de nexo para engarzar los laberintos vitales y las aparentes casualidades de unas almas que buscan la felicidad pero no la “fabrican” –como dice al final el marido–, que sufren malamente la humillación aunque parezcan individuos de honor, que son reflejo de un pequeño mundo enfermizo por mucho que miren hacia fuera. Al final, esos pendientes irán a parar a los pies de la Virgen María y no del comerciante de joyas –elemento que aporta comicidad a la película, lo mismo que vemos en la secuencia de la supuesta pérdida en el teatro–, y la esperanza de llegar a ser amado se diluye entre la niebla invernal mientras se oye un disparo de muerte. En cierta medida, podríamos decir que hemos asistido a una crónica moral y nostálgica de la pureza primigenia, perdida y recuperada por el remordimiento (metáfora de los pendientes).

Clasicismo para los cuatro actos que la componen, con un inicio frívolo que no es más que el reino de la mentira y desconfianza de un matrimonio, que da después entrada vertiginosa a un periodo de coqueteo y pasión a ritmo de vals, y a un tercer acto en que el amor se fortalece y trae consigo sufrimiento y humillación, para terminar finalmente con la tragedia de la autodestrucción y con el deseo de redención. Todo va muy rápido en esta historia de amores imposibles que avanza con un lenguaje moderno, con puntos de vista cambiantes y digresiones atrevidas, con elipsis que suspenden el tiempo –maravillosos son esos vals concatenados en que madura el amor como si fuera un único baile, aunque los vestidos varíen– y con una atmósfera que se va cargando poco a poco de tintes dramáticos. El artificio de las historias de Ophüls es grande merced a la fuerza del destino que maneja el azar a conveniencia, y sus decorados de interiores resultan tan recargados y barrocos como esteticistas y armónicos, mientras que la música hace que todo fluya y avance de manera plácida y sin brusquedad. Sus películas son auténtica vida sin estancar y también sofisticada representación, con continuos travelling con los que acompañamos a los personajes en su tragedia de amor, con largos planos-secuencia artísticamente elaborados o con una realidad vista subjetivamente a través de ventanas y objetos que se interponen (y que siempre van cargados de significado).

La película de Ophüls se nos ofrece como los “secretos de un matrimonio” en las antípodas de Bergman, con todo el romanticismo y pasión reprimidos por el decoro (en algunos momentos su intimismo, psicologismo y autocomplacencia femenina nos recuerda al “Breve encuentro” de David Lean) y sin un ápice de la culpabilidad nórdica. El director elige las formas curvas y sinuosas en mobiliario y movimientos de cámara, las luces y sombras de una fotografía que muestre y vele a la vez los secretos inconfesados, el vestuario y los objetos que hablen de unas almas desorientadas e insatisfechas. Una unidad estilística y temática para una historia de amor trágico… donde unos pendientes no son diamantes que pierden sino una efímera felicidad permanentemente buscada y también un fútil placer que deja a nuestros enamorados en la amargura de un eterno vals, de un círculo infernal destinado al arrepentimiento final.

En las imágenes: Fotogramas de “Madame de…”– Copyright © 1953. Franco London Films, Indusfilms, Rizzoli Film. Todos los derechos reservados.