El último trabajo de Nigel Cole, que en 2003 había presentado su interesante Las chicas del calendario, ha logrado con su última película la total unanimidad del público y la crítica: unas actrices excelentes (como suele ser habitual en el cine británico), una historia maravillosamente narrada, un guión comprometido con visos de crítica social y un final feliz. Todo ello bajo el formato de refrescante comedia repleta de escenas memorables. ¿Qué más se puede pedir?
Estamos en los locos años 60, con sus cardados que confirman las teorías de Einstein (la gravedad no es una fuerza de atracción sino una manifestación de la distorsión -el pelucón- de la geometría del espacio-tiempo -la humedad del ambiente de Inglaterra en el año 1968- bajo la influencia de los objetos que la ocupan -entre 100 y 150 horquillas y que tiemble Gustave Eiffel-), sus micro-minifaldas a cuadros y sus deseos de acabar con las injusticias. Y desde 1931 la compañía internacional Ford se instaló en Dagenham, sobre una superficie de unos 400.000 m², empleando a aproximadamente a 50.000 trabajadores. En este año, en que todo era posible, el número de trabajadoras ascendía a la ridícula cifra de 183.
Existen momentos en la vida en que se han sobrepasado los límites y es necesario decir, basta, no pasaran, se acabó o hasta aquí hemos llegado, o una sabia y sensata mezcla de todos estos eslóganes. Y las empleadas de esta fábrica de coches deciden que la ocasión se ha presentado, y que ya es hora de que se les paga igual que a los hombres. La huelga femenina comienza ante la patronal e, incluso, los sindicatos que, en prinicipio, se supone defienden los derechos de los/as trabajadores/as. Recomiendo a los representantes sindicales que vean la película lo más rápidamente posible.
Frente a unas instituciones gubernamentales incapaces de actuar delante de la mastodóntica multinacional que les soborna, chantajea y amenaza literalmente, la única opción posible es la respuesta democrática de los verdaderos protagonistas de la sociedad, cada uno de sus individuos, hartos de discriminaciones laborales, cobardía sindical y de inercia política. Aunque parezca que se trata de una antigua película de ciencia-ficción, estilo Metrópolis, tengo la extraña sensación de que estamos hablando de la más rabiosa actualidad.
Una película que no pone los pelos de punta (las horquillas lo impiden) ni despierta las pasiones de un Ken Loach. Aquí la apuesta es más sencilla: instruir y divertirse al mismo tiempo, disfrutar de las magníficas interpretaciones de Sally Hawkins, Rosemund Pike, Miranda Richardson y Bob Hoskins, ver cómo se obtiene ese “We want sex equality” (título empleado en otras latitudes y motivo de una de las escenas más divertidas del film) y admirar en los títulos de crédito finales, aun con la sonrisa en los labios, las imágenes de archivo de las verdaderas y obstinadas protagonistas que, hace tan solo 40 años, consiguieron mejorar un poco la vida de la mitad de la población humana.